Julio y agosto son meses de registro de peregrinaciones en masa. El Arzobispado de Santiago se frota las manos con la marabunta de caminantes que amenzan con superar la cifra mágica del medio millón, registrados en la Oficina del Peregrino de la Calle de las carretas.
Cifras que cada vez alegran menos, por considerarse una moda alejada del objetivo real que debe justificar el peregrinaje, un momento de reflexion con uno mismo, acompañado por la soledad del camino y su naturaleza; soprendentemente cada vz son más los alojamientos que se ofertan a los viandantes, de indole privada, que en nada se corresponden con los albergues clásicos establecidos por la Xunta en Galicia y por otras entidades, (asociaciones del camino en su mayor parte), fuera de ella.
De hecho ya hay una nueva nomenclatura para estos avezados sujetos pedestres que prefieren olvidarse de los clásicos destinos de verano, para compartir, polvo, sudores y cervezas por las tierras que cubre la ruta del Apostol. Son los turigrinos,que optan por los caminos cortos, de apenas 100 kms, lo que marca la norma para alcanzar la Compostelana. Hacen rutas a la carta, con albergues privados reservados con antelación, equipajes transportados por empresas creadas para ello y amplias ofertas gastronómicas y de servicios pensados para los viajeros de paso.
Recuerdo cuando estudiaba la importancia de la ruta xacobea en C.O.U. el valor que se le daba a las peregrinaciones por sus consecuencias económicas, permitiendo el traslado de mercancías y el alcance de acuerdos comerciales gracias a la visita al sepulcro. Esa condición económica tiene hoy la vertiente de un servicio propio de un país como este, que tiene en el turismo su más preciado tesoro. Sea cual sea la razón que mueve a tantos a realizar este tipo de viaje, las consecuencias son beneficiosas para la ruta y los municipios por donde ella discurre. Santiago y su leyenda están más vivos que nunca. Reinventarse o morir.
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