Tras un
largo tira y afloja vía whatsapp que
ponía en duda mis opciones de llegar a buen puerto, conseguí que Aurora
aceptase mi invitación para salir aquel sábado por la noche. La primera cita,
después de habérmelo currado largo tiempo, debía haber sido de simple tanteo,
pero aquellas tostas que tomamos en un bar de La Latina acompañadas con un buen
rioja se me fueron de la mano por culpa del vino, aligerando aquello mis
rubores y dudas a la hora de atacar, y que acabaron con un intento de
aproximación que Aurora resolvió haciéndome
la cobra. Aquella noche terminó con pena y sin gloria, pero uno, que fue siempre
perseverante, decidió no rendirse buscando la manera de conseguir una nueva
cita.
“Si después de lo del otro día, hoy vuelves a
quedar conmigo es porque te gusto. Hoy te hago los cuellos como que me llamo Jaime”,
me decía mientras terminaba de perfumarme mirándome al espejo para revisarme el
pelo una vez más. Aprovechando la cercanía de su domicilio, le sugerí que
quedáramos por la zona de Retiro, en un local que no llevaba abierto mucho
tiempo, que ella no conocía y que las guías gastronómicas de los periódicos mencionaban
cada vez más.
Aurora trabajaba en el departamento de
recursos humanos. Después de que fuera a llevarle un parte de baja por un
esguince jugando al fútbol, me quedé prendado. Esos ojos grandes y negros me
miraban fijamente mientras me decía “espero que ya estés bien”… puede parecer
una tontería, pero a mí aquello me sonó a música celestial. Aprovechando reuniones de empresa, algún evento por
causa de la visita de alguno de nuestros jefes, y la proximidad de mi amigo
Ernesto, compañero de ella, fui estrechando el cerco que desembocó en una
charla larga y tendida un viernes tomando algo con otros compañeros al salir
del trabajo. Aquella noche conseguí que me diera su teléfono; aquella noche,
sin que ella lo supiera, o tal vez sí, yo
decidí darle mi corazón.
Tras recoger a Aurora que con sus botas
negras hasta las rodillas y sus vaqueros ajustados me había provocado
torticolis en el cuello de tanto mirarla, nos acercamos al restaurante
dando un paseo. De ambiente moderno, con camareros impecables y bien parecidos,
nos acomodamos en nuestra mesa donde tomábamos una cervecita mientras mirábamos
la carta. Fue entonces cuando nos llegó
un suave aroma que no supe reconocer y que luego el camarero que nos atendió
asoció con croquetas; “son de cocido” dijo mientras nos las recomendaba como
entrante.
Adoro las croquetas, me recuerdan a mi abuela.
Aquella mujer tenía unas manos tocadas por algún don divino para la cocina, y
cada uno de sus guisos era una fiesta para el paladar. Con apenas una rudimentaria
cocina de fogones de carbón y una encimera de loza gastada por el uso y el paso
de los años que ella usaba como centro de operaciones, conseguía preparar
cualquier plato de su largo recetario. Pero mi favorito eran sus croquetas, especialmente
porque me contrataba como pinche para ayudarla a hacer la masa, darles forma
una a una, ponerles el rebozado con pan rallado y huevo antes de ponerlas en la
sartén con aceite bien caliente… Verlas después en la fuente recién hechas y
humeantes era un espectáculo que entonces me fascinaba y que aún hoy me
conmueve cuando lo recuerdo. Una vez le pregunté porque le salían tan buenas
las croquetas y ella me contestó: “porque las hago con mucho cariño y como yo
te quiero tanto...” Días después viéndola cocinar otra cosa recuerdo que le dije:
“abuela, mamá no me quiere tanto como tú”. Aquella mujer menuda y arrugada a
quien los dientes postizos le habían hundido parte del mentón dándole un gesto
raro mientras hablaba, me miraba con sus ojos cansados mientras se reía
diciéndome “¿Por qué dices eso?”, a lo que yo le contesté. “Porque a mamá no le
salen tan ricas como a ti”. Aquella
ocurrencia me valió entonces un brazo de oso y un beso y hoy mientras lo
recuerdo un puntapié de Aurora con sus botas de gata que me mira con cara rara
como diciéndome, “¿Estoy aquí, en qué demonios estás pensando?”
“Perdona,
se me ha ido el santo a la cabeza, ¿Pedimos una ración de croquetas?”, Aurora
me dice que sí, me sonríe y me ofrece su cerveza para que brindemos mientras me
mira fijamente. “Vamos si te hago hoy los cuellos”, vuelvo a repetirme mientras
le devuelvo la sonrisa.
*** Dedicado a Mari, Ramón y Jorge, sin cuyas
sugerencias tomando unas cervezas en algún
bar de la zona de Retiro, no hubiera sido posible escribir esta historia.
Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
Prof. Inés Mendoza. Texto nº 10
Prof. Inés Mendoza. Texto nº 10