lunes, 11 de agosto de 2025

Sin intimidad, sin criterio

 Vuelvo a borrar correos que clasifico como spam. Publicidad que no he solicitado pero que, casualmente, casa con alguna de mis condiciones vitales.

 Últimamente me llegan mensajes de publicidad en los que me invitan a apuntarme a cruceros para solteros. ¿ Desde cuándo sabe internet que mi condición social es esa, por qué me envía material de ese tipo si no lo he solicitado nunca?

 Una vez me alertaron que desde que adquiría un terminal de telefonía móvil con internet, debía olvidarme de tener privacidad. Me pareció tan crudo el comentario que me negué a aceptarlo, pero mi interlocutor continuaba en su diatriba: sin querer, vas dejando rastros y pistas, huellas que los desarrolladores digitales usan para configurar perfiles y así formalizar paquetes de información que se adapten a tus condiciones. Si a eso le sumas la compra venta de direcciones de correo electrónico, datos que están disponibles porque no los bloqueamos con la ley de protección de datos en la mano, ya tienes la perspectiva completa.

 Para colmo de males, dicen que hay programadores que desarrollan logaritmos malos en redes sociales, elementos que configuran realidades que no tienen que corresponderse con la realidad y que se emplean para tergiversar las opiniones, algo que se viene acentuando con el poder ilimitado de la inteligencia artificial. Si eso es así, ¿Quién le pone puertas al campo?  

 Parece que nos quieren sin intimidad, sin criterio. El gran hermano es cada vez menos ciencia ficción y más realidad y sólo parece que estemos comenzando. Que mal cuerpo se queda cuando los peligros no se ven venir, ni tienen componente físico reconocible. La única forma de combartir este control y esta desinformación es formándose; para atacar al enemigo, antes hay que conocerlo, saber de él.  Ser legos en materia cibernética nos vuelve mansos y manejables.

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