Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 14 de abril de 2017

En pijama

 Dice Sandor Márai en sus Confesiones de un burgués: "La historia no suele pillarnos históricamente preparados; la mayoría de las veces, cuando nos enteramos -en los últimos tiempos, por la radio- de que algo ha terminado de forma irreversible en el mundo, estamos en pijama o afeitándonos..."

 Pasan los años y con ellos se suceden los acontecimientos que cierran etapas y marcan épocas; momentos en los que el desarrollo tecnológico marca todos y cada uno de nuestros momentos de vida. Evolucionan también los medios de comunicación de masas, dejando en un estado casi primario y obsoleto a la siempre apreciada radio como medio de información. Hoy en día y gracias al vuelco que ha dado internet, y el uso de la misma a través de todo tipo de terminales y dispositivos electrónicos,  la posibilidad de estar informado en tiempo real y de manera inmediata es un hecho incontestable; y eso condiciona y define la forma de crearnos un estado de opinión, sujeto a la premura y tensión que solo la rapidez de  la red puede justificar.

 Este mundo nuestro contemporáneo en poco o  en nada se parece  al que describe Márai en sus amargas memorias, sin embargo hay algo en lo que el ser humano parece no encontrar modo de evolución: en su capacidad para estar preparados históricamente.

 Porque es un hecho que ochenta años después, cuando algo pasa, seguimos estando en pijama.

Seguimos estando en pijama pese a tener más medios y más facilidades para enterarnos de qué está pasando, pese a tener  más sitios donde poder contrastarlo. Por paradójico que pueda parecer, a veces da la sensación de que cuanto más sabemos, más inoperativos nos mostramos ante los hechos, menos recorrido tienen nuestras acciones y menos capacidad de maniobrar mostramos. 

Asuntos como el Brexit  o la venida de Trump, han tenido de un grado de información mayor del que dispusieron los europeos de los años treinta, que asistieron atónitos al despliegue de Hitler por la via de los hechos consumados por Europa, sin que nada ni nadie parase su política de Herrenvolk, ganando terreno usurpado para asegurar ese espacio vital que la raza aria necesitaba en sus delirios. Aquella población menos cultivada, más analfabeta, más atomizada, más inquieta, inmersa en la incertidumbre que la posguerra había dejado, tenía menos margen de reacción y estaba más expuesta, más indefensa.

 Hoy vivimos inmersos en un mundo avanzado donde cualquier comparativa  con otros momentos de la historia siempre ha de darnos una solida ventaja; y sin embargo seguimos siendo incapaces de reaccionar con solvencia; seguimos siendo una masa inconexa y manipulable; una población vapuleada en medio de un mar de estímulos a los que no sabemos qué responder ni como asimilar. 

  Conceptos como alfabetización o cultura siempre se han considerado como determinantes a la hora de considerar a una persona correctamente preparada para poder crearse una opinión ante temas que resulten candentes. Quizá en ninguna época como en esta hemos estado tan formados. Y sin embargo seguimos mostrándonos confusos e incapaces de responder a retos que está en nuestras manos decidir con nuestro voto.

 ¿ Qué hubieran votado los astríacos si les hubieran preguntado por una anexión con Alemania? ¿ Y los checos de los Sudetes?  Entonces como ahora es más fácil dejarse llevar por lo que dice la mayoría, con el alivio que da sentirse parte de un grupo que va en una dirección, aunque esa dirección no se la correcta. Es más fácil votar a Trump, porque uno se siente parte de un proyecto que recupere la esencia de América, aunque ese discurso sea una rémora anclada en tópicos del pasado. Es más fácil votar no a seguir en Europa, porque mola seguir pensando que nosotros no somos como el continente. Austriacos y checos al menos tendrían como justificación el miedo, ese que les ponía en medio de un fuego cruzado entre bolcheviques y nazis, obligándoles a tomar partido en un sentido u otro. 

 ¿ Qué nos justifica a nosotros? Cuanta más política e historia se consume, más se entiende por qué Freud fascina tanto...

lunes, 10 de abril de 2017

Estornudos contra el insomnio

Qué tendrán las noches. Parecen espacios reservados para experiencias vitales llevadas al extremo. O te sumen en el más profundo de los placeres y descansos, o te llevan a la desazón más desalentadora.

 Quedarse desvelado metido entre las sábanas no tiene nada de cómodo. Es como convertirse en una especie de intruso, en alguien que está donde no debe haciendo lo que no tiene que hacer. Y esa sensación se acrecienta, casi podría decirse exponencialmente, a medida que la consciencia se alarga y el deseado sueño no llega.

 Estado incómodo del que somos reincidentes por temporadas, por rachas, y esas tandas parece que ganan terreno en las noches a medida que avanzan los años, y el sueño profundo y reparador se aminora, convirtiéndose en una especie de maná preciado del que se disfruta poco y mal.

 Noches en blanco mirando al techo, ese mismo que acabas definiendo nítidamente gracias a que la pupila adapta su capacidad de visión a la poca o mucha luz que haya en el dormitorio. Por alguna razón acaba uno mirando hacia ahí arriba, quizá cansado de dar vueltas o de cambiar de postura. Y cuando uno mira al techo, en pleno desvelo , es como si entrara en trance.

 Trance que te lleva a un escenario de malos recuerdos, de pensamientos oscuros, de darle vueltas a problemas no solucionados, a cosas que te molestan en la oficina, a enfados con amigos, a peleas con las parejas... ¿ Por qué en los desvelos uno no se entretiene pensando en piñas coladas y en tumbonas acompañadas de alguna brisa marina relajante y placentera? ¿ Qué tendrá ese techo semi definido en la oscuridad que siempre trae a colación pensamientos tristes o preocupaciones? ¿ Por qué uno se acuerda de los amores no correspondidos cuando se desvela? Parece que vigilia y tranquilidad no andan cogidas de la mano precisamente. 

 El otro día me desvelé, como tantas veces. Mis desvelos son extraños. Rara vez me dejan los ojos abiertos como platos y muy pocas veces se prolongan durante mucho tiempo. Además vienen precedidos de periodos de sueño profundo y descansado largos, de algunas horas. De repente paso a estar consciente y enseguida me pongo a pensar. Nunca me planteo levantarme y ponerme a leer o hacer alguna otra cosa, simplemente me quedo quieto, intentando volver a lo que estaba, obligándome a poner la mente en blanco cosa que casi nunca consigo.

 El otro día algo inesperado vino a rescatarme de mis desvelos. Tras tres horas de sueño profundo, me desperté de repente, y casi de un modo instantáneo me puse a pensar en mi trabajo, en mis compañeros despedidos, en las incertidumbres de los cambios planteados a los que nos hemos quedado... Con semejante panorama no era descartable que la angustia viniese a sacudirme como otras veces, para así alejarme aún más de la meta de volver a entregarme a las suertes de Morfeo, cuando de repente un picor en la nariz vino a anunciarme un estornudo inminente.

Inminente no, inminentes cabria decir. Mi rinitis alérgica me priva de la posibilidad de estornudad una sola vez. Mis ataques de estornudos son por oleadas, algunas veces convulsivas, virulentas, hasta el punto que consiguen incorporarme de mi posición yacente, haciendo que mi cuerpo practique algunas abdominales involuntarias, esas mismas que otros realizan con denuedo casi enfermizo y que yo apenas limito al acto de incorporarme por las mañanas cuando me levanto.  Esta vez, la tanda fue de al menos diez estornudos, y con ellos la paz y silencio de mi habitación quedaron hechos trizas en mitad de la oscuridad reinante.  

 Pensaban los antiguos que con cada estornudo se iba un trocito del alma. Con mis arreones de estornudos encadenados dudo mucho que quedase nada de los veintiún gramos con que al parecer se nos dota en esta vida de la parte etérea. A mi más que el alma,  aquella noche se me fueron del cuerpo los malos pensamientos y las angustias y como por arte de magia, cuando mi nariz decidió dejar de estornudar mi cuerpo se relajó y en apenas unos instantes el sueño volvió a mi dormitorio para atraparme y quedarse conmigo hasta que sonó el despertador por la mañana.  

 Ya tengo mi fórmula para eliminar las noches de insomnio. Contra el desvelo... Estornudos.