Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 31 de octubre de 2018

El profesor del deseo


  Si tú y yo, apreciado lector anónimo, del que tengo conocimiento porque la calculadora que lleva incorporada la página me da cuenta del número de visitas que recibe cada una de mis entradas, entabláramos conversación con el fin de conocernos, seguramente no tardásemos en intercambiar algunos datos el uno del otro con vistas a hacernos una idea de a quien tenemos delante.

  Es muy probable que empezásemos por lo más básico: edad, procedencia, profesión, estado civil… poco a poco compondríamos mutuamente una estampa de quienes somos y de cómo deambulamos por nuestra respectivas existencias. Tendríamos pues, una biografía al uso a nuestra disposición, con un puñado de datos importantes pero que seguramente no dan idea real de a quien tenemos delante.

   Y es que, ¿Qué es en realidad una biografía, y sobre todo, que tipo de datos deberían formar parte de ella? Si lanzáramos esa pregunta al aire seguramente a mucha gente la información antes expuesta le parecería suficiente, mientras que a otros en cambio, no.

   Philip Roth en este trabajo nos da pautas de una biografía poco convencional, la que atañe a los deseos más íntimos y las conductas amatorias de un profesor de universidad entrado en los cuarenta.

  Con la maestría que caracteriza a este autor, Roth nos mete de lleno en la vida íntima de David Kepesh, haciéndonos partícipes de sus viajes, sus frustraciones profesionales, sus dilemas familiares y sus dudas sentimentales como si fuéramos parte de la historia. Así paseamos por las calles de nuestro protagonista, vamos  a la universidad, vivimos en su casa y dudamos en si debemos casarnos con su pareja, sentimos sus inquietudes como si fueran parte de nuestra propia vida.

  El profesor del deseo es una muestra de lo que es en realidad una vida, el cúmulo de un montón de cosas que inciden en nuestro comportamiento y en la imagen que damos al exterior. Somos lo que pensamos, lo que sentimos y también lo que deseamos, estableciendo con ello una personalidad íntima abiertamente definitoria en nuestros comportamientos sexuales. 

 Es un pequeño tratamiento de psicoanálisis colectivo que protagonizamos cada uno donde compartir lo más primario e instintivo nos sirve de terapia a quienes leemos.

  Apenas hace unos meses que se nos fue, pero la sombra de Philip Roth no puede más que acrecentarse a pasos agigantados, que el tiempo solo va a reforzar.








viernes, 26 de octubre de 2018

Perdidos


   No serían más de las 7.40  de esta mañana cuando decidí subir al 140 para ir a la oficina en vez de utilizar el metro.

  Ubicado en mi asiento me disponía a landerear un rato, (a leer una novela de Luis Landero, de la que daré buena cuenta aquí tan pronto como la finiquite), cuando dos pipiolos de no más de dieciséis años se acercaron prestos a mi zona para acomodarse justo en los asientos que quedaban a mi espalda.

  A pesar de poner la atención en mi libro, el tono de voz con el que hablaban me obligo a poner la oreja y acabar por involucrarme en su conversación, tan intrascendente como divertida:

-       Hemos quedado en Vicálvaro, ¿Quieres creer que no he estado allí en mi vida?
-       Pues no está lejos de aquí.

-       Si es verdad, ¿Está pasado Puente de Vallecas, verdad?

(Se oyen risas y burlas)

-       ¿Pero, qué dices?

-       ¡Ah sí, es verdad, detrás está Méndez Álvaro, no Vicálvaro, suena casi igual!
       
  Al final terminé por reír yo también ante la ocurrencia y de paso mientras mantenía el libro abierto sin prestarle atención, me dejaba llevar por una de mis clásicas ensoñaciones de paseo en bus.

  Esta vez mi cabeza me llevo a mis inicios, a cuando llegué a Madrid sin tener idea de que lo haría para quedarme para siempre, allá por el año noventa y tres. Inevitable no recordar el taxi que me trajo de Barajas a Mirasierra para ir a mi residencia de estudiantes a una hora bastante ya tardía. Mis ojos se quedaron fijos durante el trayecto en la sede del centro de I+D de Telefónica en Avenida de América. Acostumbrado a ver la de Santa Cruz en La Cruz del Señor, aquel edificio me pareció una mole gigantesca.

  Aquel primer mes fue el mes de los descubrimientos, siendo especialmente fascinante el de aprender a hacer transbordos en el metro; a menudo me bajaba en alguna estación elegida al azar, y salía a andar sin más objetivo que hacerlo hasta que mis pies dijeran basta. Armado con mi plano de metro para volver, simplemente me limitaba a buscar en él la parada más cercana. Así conocí buena parte de la zona Sur de Madrid, desde Pirámides hasta Aluche, o la Zona de los Bulevares y el centro.

  No fue hasta mi venida a Moratalaz, barrio en el que vivo, hasta que no supe de la ubicación exacta de Vicálvaro, el mismo que mi compañero de viaje de atrás hoy apenas si sabe ubicar en el mapa. Me doy cuenta que su desconocimiento y falta de orientación no solo no me producen malestar sino que, incluso despiertan mis simpatías. Me recuerdan a aquel pipiolo de veinte años que llegó un día a esta tierra y andaba igual de perdido y desorientado, en una ciudad tan grande para el cómo fascinante.

  Veinticinco años han pasado desde entonces. Quizá algún día me anime a relatar mis andanzas por sus 604 km²,  que se han constituido en el espacio donde se desarrolla mi vida entera. Veinticinco años de un flechazo que se mantiene intacto, pues no hay día que pase que no me sienta afortunado de vivir aquí.

lunes, 22 de octubre de 2018

Intersec(X)ciones


  ¡Qué peso se quita uno de encima cuando el libro que te propones reseñar es una ópera prima!

  Es como si el peso de todos los posibles lectores que ha tenido una obra conocida o consagrada, pesaran sobre tu pluma y te generaran una sensación de compromiso a la hora de poner por escrito tus impresiones. En cambio con un trabajo de nuevo cuño, esa presión se desvanece, sin duda porque en el momento de escribir tus comentarios serás seguramente uno de los pocos que han tenido oportunidad de leer este trabajo de un escritor novel.

   Sí, seguramente sea uno de los pocos que hasta el momento han tenido acceso a este trabajo auto-editado de Ana Melgosa, bajo el sello de Círculo Rojo, titulado Intersecciones.

  Debe leerse Intersecciones como si fuera una novela, una novela intimista. A pesar de su distribución en un pequeños capítulos separados unos de otros que refieren historias y vivencias diferentes y sin ligazón aparente alguna, mantienen un hilo conductor que sirve de base y de referente para completar una única historia: la de una mujer próxima a la cincuentena, que afronta  el inicio de la madurez dejando atrás la relación sentimental más importante de su existencia y cogiendo un único camino para continuar adelante: el de salir a la calle como una soltera más.

  Intersecciones es un libro de lucha, de inconformismo; es un canto a no derrumbarse, a seguir caminando, a no dejar de sentirse mujer, ni a pensar que la edad resta un ápice de atractivo ante el sexo opuesto. Es por tanto un libro de madurez mental, de aceptación de la realidad pero de no resignarse ante el paso del tiempo ni ante la soledad.

  Su autora repasa en sus páginas dos años de su vida, y lo hace a través de una aplicación de las muchas que hay en la red para conseguir citas o buscar pareja. Cada capítulo es una experiencia, una relación más o menos intensa, más o menos larga en el tiempo, donde sentimientos y frustraciones, sorpresas y decepciones comparten barco por el mar de las relaciones esporádicas donde los sentimientos parecen tener poca cabida, o tal vez mucha más de la que se cree. Ana Melgosa traza un relato de relatos que no solo desnuda el alma femenina, también hace votos por entender la masculina, y comprender en toda su complejidad el alma de una pareja mientras dura.

  Intersecciones es además un libro valiente. Un libro de confesiones hechas por alguien a quien no avergüenza reconocer que ha creado un perfil en internet para conocer hombres. Eso le da una pátina de testimonio actual, con el cual muchos lectores se sentirán seguramente identificados.

  Escrito con un lenguaje sencillo, cercano y cálido, más que leer, parece que esta uno tomando un café y departiendo amistosamente con una mujer que desde la primera página hace a su lector cómplice de sus desvelos, de sus inquietudes, de sus curiosidades. Y todo ello carente de prejuicios y de esa manía de juzgar a los demás por sus actos.

  No me cabe la menor duda de que Intersecciones, merece más de una edición, y que los que por ahora somos sus pocos lectores, merecemos más lecturas intensas como la de este libro de Ana Melgosa. Amen.