Tal día como hoy, en la fría habitación de un hotel, Cesare Pavese fallecía fruto de la ingesta excesiva de barbitúricos; unos días antes, el día 18, escribió en su diario: Siempre sucede lo más secretamente temido. […] Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más. Cumplió lo prometido: no hubo más entradas.
A modo de despedida escribió unas palabras en uno de sus libros, Diálogos con Leucó, su obra más querida, cuyo ejemplar se encontró en la mesilla al lado de su cuerpo inerte; en él podía leerse: Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado.
Tenía tan sólo 41 años; su talento literario, excelso, le llevó a recibir a título póstumo el Premio Strega, el más importante concedido en el país transalpino en lengua italiana, por su novela corta El bello verano, publicada en 1949, pese a haberla concluído casi una década antes.
Poco antes de marcharse para siempre tuvo tiempo de firma la que sería su última obra, un poemario titulado: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, dedicado a la última mujer que amó y que le rompió el corazón, la actriz Constance Dowling.
Dotado con una capacidad notable para marcar y describir perfiles psicológicos, que bien definen a un país y a sus gentes, es el autor de la melancolía y de la nostalgia, por el transcurso del tiempo y el paso de los acontecimientos que ya no volverán, la pérdida de la infancia, de los seres queridos o la ausencia de amores que causaron plenitud y que dejan de estar. Su capacidad para expresar la desazón que produce la pérdida lo ha convertido en un autor de fama universal, que ve cómo sus libros, especialmente los de poemas, son reeditados una y otra vez, sin causa o razón que lo justifique.
Con motivo del setenta y cinco aniversario de su muerte, varios de sus títulos volverán a copar las estanterías de las librerías, para fomentar la lectura de este escritor magnético e imprescindible.
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