Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




jueves, 30 de abril de 2020

Sueños de confinamiento

 Que a uno le alteren las rutinas, solo puede traer consecuencias que a modo de efectos secundarios pasan a formar parte del día a día.

 Lo nota uno en las comidas, en la frecuencia con que se visita el cuarto de baño, y muy especialmente en el sueño. Solemos llamar a estas anomalias, desajustes, cuando en realidad el cuerpo lo único que hace es adaptarse a la nueva situación.

 Nueva situación que, para empezar, se caracteriza por el bajón considerable en la quema de calorías. Incluso en aquellas personas que tienen hábitos más bien sedentarios. La ralentización de la actividad fisica por cuenta de la falta de movilidad, conlleva desequilibrios en el control del peso, espita perfecta que abre la salida del gas para todo lo demás.

 En mi caso los cambios más significativos vienen definidos por el sueño; no duermo ni más ni menos horas que antaño, de hecho mantengo más o menos constantes mis horarios de ir a dormir y levantarme, propiciados sin lugar a dudas por el hecho de que el teletrabajo no ha alterado un ápice mi actividad laboral, igual de intensa que antes de comenzar este encierro. Sin embargo me llaman poderosamente la atención los estados de ánimo que se derivan de lo que sueño.

 No me ha llamado nunca la atención la interpretación de los sueños, ni he pretendido especialmente escudriñar en el significado de ellos. Lo que mi parte no consciente lidia en estados de semi-consciencia, o sueño profundo es algo con lo que cuento, y que acepto, en términos freudianos, asumo sin mayores problemas la mochila emocional que ella representa: mis miedos, mis fobias, mis angustias, mis anhelos... Todo lo que en esa centrifugadora borrosa se procesa y da salida. A fin de cuentas busco en mi estado consciente encontrar los equilibrios precisos para no entrar en estados de alteración ni pánico. Yo lo llamo estar en equilibrio, algo que a día de hoy me resulta más importante que ser feliz. O dicho de otro modo, si estoy equilibrado, puedo asumir que, a ratos, puedo ser o intentar ser feliz, a sabiendas que ese estado es tan efímero como imprevisible: igual que llega, se va. Igual que te envuelve, te abandona. Y cuando lo hace no sabes cuando va a regresar, pues no necesariamente depende de tus actos el que lo alcances. Es tan tenue, tan fragil, depende de tantos factores... 

 Seguramente mis sueños sean esa película a color o en blanco y negro que da salida en su metraje a todo ese batiburrillo de sensaciones. ¿ Pienso o siento?,  ¿ Qué es lo que verdaderamente me define? Cuanto más discurro sobre el tema, más me parece que hay cosas ajenas a mi intelecto, que me definen y perfilan, que me marcan y muestran, que, a fin de cuentas, me describen como persona, por más que mi raciocinio procure una cosa u otra. Eres lo que sientes, porque lo manifiestas con tus actos, porque marca tus pensamientos, cómo estos influyen y marcan tus decisiones. Es un círculo en el que todas las partes cuentan, se solapan y articulan. 

 Volviendo a mis sueños. Normalmente no recuerdo lo que acontece en ellos. Sin embargo en estas semanas es muy frecuente que si lo haga. Y anoche, sin ir más lejos, en mis sueños aparezco metido en un retrete.

 El de esta noche pasada ha sido especialemente intenso, tanto que recuerdo infinidad de detalles, de colores, matices, incluso caras a las que pongo nombre. En él me veo subiendo unas escaleras, visiblemente apurado ya que tengo necesidad de hacer aguas mayores. Al llegar arriba del todo, encuentro dos puertas, que dan acceso a dos letrinas turcas, esas que, como dice Leo Harlem, tienen las dos pisadas del hombre en la luna, y en medio de ellas un agujero de agua turbia y oscura, del que te da miedo lo que pueda salir de allí. Pocas cosas nos habrán dado miedo a muchos de niños, que estos retretes minimalistas, ideales para zonas de transito o de mucho uso. Fáciles de higienizar por lo demás.

 Entro en uno y otro y huelo, para ver si alguien a estado antes, y así no me comerme el mal olor de sus deposiciones; finalmente me decanto por el de la izquierda. Con mucha aprensión me bajo los pantalones y me pongo en cuclillas, mirando constántemente hacia abajo. De pronto oigo ruídos por esas mismas escaleras por las que había subido yo antes, y reconozco la voz de dos compañeros de trabajo. Uno, un francés del que tengo varios recuerdos por sus comentarios faltos de tacto, se asoma por la puerta, por el hueco que arriba deja esta, que es mucho más grande de lo habitual en este tipo de baños, donde la puerta deja ver el habitáculo por arriba y por abajo para ver si está ocupado.

 Se asoma y me mira, y se ríe al ver cómo intento cagar. Y no contento con observarme en un momento íntimo, me recrimina que tarde, y me presiona para que termine cuanto antes.

 El efecto de sus palabras es el contrario al de sus deseos, y de los míos, y lejos de terminar con mi deposición, se me cortan de raíz las ganas. La siguiente escena me veo levantándome, subiéndome los pantalones. Para cuando estoy intentando abrocharme el cinturón... Me despierto. Son las cinco de la mañana.

 Insomnio. Noche de sueño concluida. Pasan las horas hasta que el despertador me indica mi hora de comenzar la jornada. Para mi sorpresa mi mente se queda en blanco, y no pienso en nada. 

 ¿ Debería Interpretarlo? Como decía más arriba, me llama muy poderosamente la atención el estado de ánimo que manifiesto en lo que sueño y en mi caso ese es normalmente el miedo. Normalmente no sonrío, ni hablo, ni grito, ni corro. Solo siento incomodidad o me da pavor alguna situación. Puede ser la suma de muchas cosas, desde luego. Prefiero no darle mayor importancia, salvo que el mismo sueño, se repita y entre en bucle. De mis sueños solo se que los constato, no los analizo. A fin de cuentas, como decía Calderón, los sueños, sueños son.




 
 

miércoles, 29 de abril de 2020

La cigarra y la hormiga

 Es uno de los cuentos que más marcaron mi infancia,  la vieja fábula de Esopo, que actualizase con el tiempo Samaniego. Y de manera recurrente me viene a la cabeza en estos días tan especiales.

  Esa imagen de la hormiga emprendedora y tenaz, incansable en sus quehaceres diarios, siempre constante, capaz de transportar varias veces su propio peso, para trasladar al hormiguero cualquier cosa que sea susceptible de ser alimento. Cuando voy andando por la calle, me cuido muy mucho de pisar ninguna hilera de estos minúsculos himenópteros, que construyen autopistas para el traslado de sus valiosas mercancias, reduciendo así los riesgos de extravío, con ese canal de comunicación que desarrollan a través de sus antenas. En un modo u otro, son insectos fascinantes, por esa abnegación e incansable disposicion al trabajo.

 En cambio poco o nada las cigarras nos despiertan esa misma admiración. Son insectos de aparente vida disoluta, siempre dadas al jolgorio con su potente canto o vibración, que alcanza considerables niveles de ruido, en especial en las tardes de calor empalagoso que la canícula suele traer.

 Pero lo cierto es que ni las hormigas solo trabajan, ni las popularmente conocidas como chicharras, solo se pasan el día cantando. Unas se agencian el alimento a ras del suelo, otras como cualquier insecto volador, van de una flor a otra, buscando el néctar que las alimente y con ello ayudando a la polinización, a la vida.

 Pero nosotros, los hombres hemos decidido colgar el sambenito a unas y otras, esa etiqueta que dicen los sociólogos necesitamos dar a los que nos rodean porque a todo necesitamos darle certidumbre, aunque ello conlleve emplear un elemento peyorativo.

 Supongo que el recuerdo de esa fábula, tal y como me llega estos días, obedece a la etiqueta, no a la naturaleza de cada cual. Me lleva a la conclusión o moraleja del cuento, aquella que dice que quien siembra recoge frutos, quien trabaja cuando puede y hace bueno, luego dispone de despensa para pasar el frío invierno.

 El paralelismo parece obvio. Hemos sido cigarras y no hormigas, especialmente en lo referente a la prevención y atención primaria. No hemos trabajado cuando todavía era verano, y nos hemos encontrado en un invierno anómalo y desconocido, sin materiales suficientes ni adecuados, sin medios, sin capacidad de dotar a nuestros sanitarios de materiales con los que poder hacer su trabajo en condiciones de seguridad aceptables.

 El resultado a la vista está. En ninguna otra parte se han contagiado tantos profesionales de la salud como aquí. No sé si la solución es construir almacenes secretos como los que hay en Finlandia, que desde la conclusión de la II Guerra Mundial, han creado diferentes depósitos con material sensible para atender a la población en momentos de premura o dificultad.  Lo extraordinario no por ser anómalo, deja de poder ser, de poder ocurrir. Desde luego para ello es necesario tener una cierta capacitación, establecer unos determinados hábitos, modos de pensar, como en todo, es importante crear una predisposición, para anticiparse es bueno documentarse, intentar saber, y lo que es más importante, aprender de hechos acaecidos para no repetir los mismos errores.

 Según para qué, aquí parece que tenemos disposición a ser antes cigarras que hormigas. Porque seguramante volveríamos a tropezar con la misma piedra, por mucho que hayamos visto y conocido. Aún con todo me parece un análisis simple, que tira de tópicos y de discursos ya hechos, pero algo de verdad tiene en el fondo. Nos da pereza anticiparnos, pensar en que puede ocurrir, y llegado el caso, ponernos en lo peor.

 No se trata de doctorarse en logística, ni de volvernos paranoicos construyendo bunkers, pero si de ser un mínimo sensatos. Y paro aquí, que no se me da nada bien hacer de moralista.

  A fin de cuentas ni la hormiga solo trabaja, ni la cigarra esta de cachondeo a todas horas. Ni los finlandeses son perfectos, ni aquí estamos todo el día de farra. Aunque sean nuestros hechos los que hablan por nosotros, y francamente, hablan bastante mal.

 



 

martes, 28 de abril de 2020

Mutatis mutandi


 Mutatis Mutandi

 Haciendo los cambios necesarios.

 Literal

 Instalados en la provisionalidad

 Cada día es una historia

 cada cosa pensada, puede no hacerse efectiva

 Cambios, en modo acelerado.

 Y mientras todo cambia

 ahí afuera 

 todo pasa lenta y parsimoniosamente

 aquí dentro.

 Hasta el miedo parece amodorrado

 Y las sensaciones son vacilantes, parecen irreales.

 Así vivimos

 En pleno estado de cambio

 Aunque nuestros actos no visualizan aún

 Qué hay más allá.

 Vida llena de certidumbres, empiezas a oler a rancio.

 Quizá estés terminando. Y ya seas parte de un viejo mundo

 ¿Cambio de paradigma? 

  epidemiólogos todos, elucubremos.

 


 

lunes, 27 de abril de 2020

Dos de mayo

 El próximo sábado Madrid volverá a vestirse de fiesta. Volverá a salir a la calle.

 Los que vivan cerca podrán acercarse al Palacio Real, aunque en esta ocasión no tenga  dentro a nadie retenido, ni pretendan secuestrar a ningún infante miembro de la familia real para que que los trasladen a Francia, ni a ninguna otra parte.

 Tampoco habrá un motín como el Aranjuez que haga de espoleta, de una bomba de efecto retardado, moviendo a las gentes a salir en tropel a la calle para defender la nación de la invasión de ningún país vecino.

 De hecho no habrá muchedumbres, o al menos no debería haberlas, por sensatez, por un mínimo de precaución.

 Nos moverá un mismo objetivo, un ansia de libertad, de salir afuera, de pisar la calle sin controles ni restriciones. A fin de cuentas vivimos oprimidos desde hace dos meses, por un enemigo invisible y sigiloso que no sojuzga libertades; enferma, y en algunos casos mata.

 Seguramente no tendremos otro Dos de mayo como este. Ni encontremos otro día como este que tenga tanto sentido.

 No en vano el dos de mayo es sinónimo de libertad. Me pregunto por qué es solo festivo en Madrid, si aquella rebelión popular fue el inicio de un movimiento de liberación que espoleó y sirvió de inspiración a todo el país.

 Así ocurrirá este sábado, que estamos todos llamados a salir sin discriminación alguna por territorios, sin más restricciones que el tiempo de permanencia y las distancias que nos debemos todos por cuestiones elementales de salubridad.

 Libertad sin ira esta vez, libertad con cabeza por necesidad, y aunque libertad efímera por limitación, libertad a fin de cuentas. 

 Este sábado puede ser un gran día, como diría Serrat.

viernes, 24 de abril de 2020

Kilómetro diecisiete

 Kilómetro dicisiete, altitud, seiscientos noventa metros sobre el nivel del mar.

 Eso reza en todos los planos del anillo. Eso lees en un bolardo cilíndrico alto, rematado con el característico color naranja en la punta, que a modo de hito indica al ciclista por dónde va.

 Es un punto interesante, con buenas vistas. Llegas hasta él después de iniciar una prolongada bajada desde Las Rosas, que culmina en el barrio de Moratalaz, en la zona de Pavones. Después de subir una curva en zig-zag, lo tienes a tu alcance, justo al comienzo de la pasarela que te permite cruzar y visualizar desde lo alto la autopista A3, con sus cuatro carriles en cada dirección, amen de las vías de servicio. Me gusta ver las carreteras grandes llenas de coches, me recuerdan a mis años de niño, cuando sentados con las piernas colgando entre los barrotes de la barandilla, jugábamos a adivinar el color del primer coche que pasase, o a decirnos aquello de el siguiente que pase es el que me compraré cuando sea mayor...

Las vistas urbanas de carretera y edificios circundantes se completan con un parque majestuoso, siempre en continua bajada, hasta que llegas a la terraza de la M-40, en uno de los extremos del parque de las Siete tetas de Vallecas, cuyas vistas al atardecer es uno de los grandes regalos que ofrece Madrid y que muchos madrileños no conocen.
 
 Es el anticipo del camino en dirección a Palomeras bajas y al Pozo del tio Ramundo, a seguir bordeando con el carril-bici carreteras, esta vez, la M-40, llegar hasta MercaMadrid, y desde ahí por el parque de Entrevías, hasta la Caja Mágica...

 Cuántas veces habré hecho ese recorrido, en un sentido y en otro. Cuántas veces habré jurado en arameo, al subirlo de vuelta, echando casi el bofe al llegar a la terraza, con su pronunciada cuesta; cuanto... Lo echo de menos. Tengo mono de bicicleta y de barrio también.

 Apenas me separan del hito kilométrico, desde la puerta de mi casa, cuatrocientos metros. Por supuesto no puedo verlo por las filas de edificios que hay entre mi bloque y el anillo. Pero parece como si estuviera mucho más lejos. 

 A veces pienso que esto del confinamiento me está atrofiando los sentidos, que acceder al mundo solo por esta puerta virtual, me está dejando fuera buena parte de los estímulos fisicos, tan necesarios porque dan información, porque hacen sentir.

  Recuperar el terreno perdido, las pedaladas de ciclista dominguero perdidas. Es el objetivo, casi diria que el gran reto. 

 Otra cosa que ayuda a seguir el confinamiento. Mantener la ilusión de recuperar lo que siempre he tenido a mano y no siempre sé valorar. En el fondo qué lección nos está dado las circunstancias a nuestros yoes, parafraseando a Ortega. Si no la salvo a ella... No me salvo yo.





 

 
 

jueves, 23 de abril de 2020

Nuevas distancias

 Como cada día, a las ocho.

A través de la venta de mi salón, que ahora es algo más que una simple ventana: es una bocanada de aire al mundo, aunque ese mundo se reduzca a un cuadrilátero, el que forman los cuatro bloques de edificios que circundan un parque infantil de recreo, que lleva seis semanas sin que sus columpios se zarandeen.

 Este domingo empieza la que denominan la desescalada. Como si de un barco se tratase y en la sala de máquinas se hubiese dado la orden de contramarcha o reversa. Después de muchos días de severa reclusión, los más pequeños van a salir a la calle, acompañando a sus progenitores o tutores, tendrán la oportunidad de salir a caminar, a correr, a acompañar a sus mayores al cajero automático. Quién nos hubiera dicho hace pocas fechas que algo tan nimio y elemental iba a ser casi motivo de jolgorio.

 Jolgorio, eso que precisamente ayer tarde faltó en nuestra habitual cita de las tardes. La salva de aplausos de homenaje a los sanitarios, policías, cajeros, taxistas, quiosqueros, y cuantos salen a la calle a trabajar para que no nos falte de nada, vino descafeinada. Asomado a mi pequeña atalaya observaba como mis convecinos aplaudían como faltos de ganas, con los codos apoyados en el alfeizar de la ventana, agitando las manos sin hacer ruído. Justo en esos momentos en el Congreso votaban la prolongación del confinamiento en estos términos, durante otros quince días más.

 Transcurrieron los cinco minutos de rigor, y nos despedimos como siempre. Y las ventanas volvieron a cerrarse con sus cortinas corridas. Cada uno volvió a su reducto, con el ánimo bajo pero la moral intacta. Tantos días de encierro hacen mella, pero vernos a salvo en nuestras celdas de confinamiento da aliento y sostiene.

 Seis semanas. No nos habíamos visto en otra. Mira uno hacia atrás y casi parecen irreales estos cuarenta y cinco días de soledad, de precacuciones, de disciplina y control. Aunque lo que en realidad se hace cuesta arriba son los días que faltan por venir, esos que no tendrán bares llenos de gente, ni colas para entrar en el metro, siempre con esa distancia de separación de dos metros que ahora es la que da seguridad.

  Tan sólo dos metros de distancia. Y sin embargo, qué sensancion de lejanía nos supone. Prohibido tocarse, ni tan si quiera rozarse. Se avecinan tiempos de soledad asimilada como algo natural. tiempos de cariño sin roce, de abrazos con control de calidad, de númerus clausus en reuniones y convites.  Restricciones en todo y para todo. Puede que físicamente sean solo dos metros, pero mentalmente está por ver qué longitud tiene esa distancia. A volentieri. 


miércoles, 22 de abril de 2020

Definiseculare

  
 Definiseculare y todas ( las violaciones de intimidad), Ed. Baile del sol, Colección Sitio del fuego, no es un libro de poemas, no al menos al uso, y aunque adopta el formato de poemario por su composición y distribución narrativa, no es ese el poso que deja su lectura.

 Son un compendio de máximas, pequeñas reflexiones, pequeños aforismos incluso, coletazos construidos a retazos, como si en vez de un escritor fuese un pintor quien los hubiera elaborado, brochazos llenos de vida, de vigor, de ese ímpetu que posee quien alcanza la edad adulta con toda la energía adquirida en la pubertad y adolescencia y  todas las intenciones intactas en forma de ilusiones y sueños. No en vano Miguel Angel Martinez, escribe su libro con veinticuatro años. 

 "...La poesía es una necesidad de llenar huecos interiores. Antes de ser un vínculo estético del escritor hacia un hipotético público, debe ser un pacto de sangre de él con su verdad."

 Con esta declaración de intenciones que a modo de prólogo avisan al lector como un presagio, de cuanto va a encontrarse en cada una de las sucesivas páginas, M.A. Martinez construye su particular epopeya, emanada unas veces de canciones, otras de héroes ficticios de comic, encontrando en el apoyo de otros creadores los argumentos sobre los cuales construir su propio yo narrativo, vehículo necesario para sacar a relucir lo más íntimo:


                                 ¡¡¡¡ No me digas que soy tonto o gilipollas
                                       si es que no pruebo tus pastillas
                                       pero déjame que te diga que 
                                       la mejor droga es la vida...

                                       ... Es la VIDA. JODER!!!! 

 ( extracto del poema, Pastilla)

 Vida, es sin duda la palabra que mejor resume lo escrito en este puñado de versos, leídos como prosa la mayor parte de las veces, aunque no por ello renuncien a rimas tímidas, que afloran por doquier, como si con ello la vida se fuera abriendo paso con timidez y tambien con fuerza.

  



martes, 21 de abril de 2020

Cotorras argentinas

  Salgo a hacer la compra, después de cuatro días de encierro riguroso, sin salir de casa. Me sorprendo a mi mismo del aguante y la templanza con la que manejo los tiempos de la nueva situación. Cómo he variado mi ámbito espacial y cómo remito todas mis actividades a los sesenta metros cuadrados de que dispongo en mi piso.

 Salgo con mi máscara para franquear con la mayor rapidez posible las escaleras de mi edificio. Por alguna razón es el sitio que más miedo me da. De pasillos estrechos no toco nada, ni barandilla, ni mi buzón... cruzo la pesada puerta de entrada al edificio, después de usar la llave en la cerradura como palanca. Salgo a la calle y me relajo.

 De camino al supermercado cruzo los parterres que adornar la entrada de la junta de distrito de mi barrio. Cerrada a cal y canto desde el catorce de marzo, como bien recuerda un cartel que luce en la puerta principal. La ventanilla virtual de internet es la única que atiende trámites desde hace cuarenta días. Cuántas cosas son virtuales de un tiempo a esta parte.

 En uno de los árboles que rodean al mástil con la bandera que adorna todo el entramado muncipal, la veo. No tarda en bajarse al suelo, y con si gracioso pico, comienza a purgar la tierra en busca de alimento. A diferencia de como solía verlas antes, no tiene a ninguna otra de su especie alrededor, parece como si los animales también hubieran cambiado sus hábitos. Ni se las ve en grupo, ni montan esas escandalosas serenatas que solían hacer en los arboles donde anidan en comunas.

 Hace apenas dos meses, a mediados de febrero, el alcalde anunciaba un presupuesto de hasta tres millones de euros destinado a erradicarlas, por elevar la contaminanción acústica, por ser peligrosos sus nidos, de hasta doscientos quilos que podrían caer al suelo, y por ser una especie invasiva y fuertemente territorial, que expulsa de su entorno a otras especies de aves.

 Hace tan sólo dos meses, las cotorras argentinas eran un problema. Hoy,  ¿Quién se acuerda de ellas?  

 Recuerdo que me daba pena que las exterminaran, entre otras cosas porque no fue culpa de ellas el venir hasta aquí, abandonadas seguramente a su suerte, por desalmados caprichosos que un día tuvieron un antojo de tener un ave exótico y luego, al cansarse, las abandonaron a su suerte. Animales que con semejantes imprudencias humanas alteran los ecosistemas, aunque el único peligro real que tiene nuestro entorno somos nosotros mismos.

 Vuela pajarillo. Y disfruta de tu libertad, antes de que la rutina vuelva a nuestras vidas y con él nuestro encono destructor.



 

lunes, 20 de abril de 2020

Volcanes interconexos

  Es uno de los trucos que ando usando para utilizar la voz hablar en estos días, leer poesía en voz alta.

 Supongo que es una de las consecuencias de comunicarme por whatsapp con la mayoría de la gente. Y el hecho de estar sólo en casa, hace que los intervalos de silencio puedan durar horas a lo largo del día.

 Hay que hacer de la necesidad, virtud, y qué mejor modo de acotar mis tiempos sin habla que recurriendo a la lectura.

 Mis libros, otra vez mi ayuda, mi sustento.

 Tengo una buena colección de libros de poesía que andaban pendientes de lectura. Alguno incluso tendrá la fortuna de la relectura, como será el caso de Poeta en Nueva York, de García Lorca.

 El viernes pasado, rebuscando en la mesa de los libros pendientes de lectura, encontré este pequeño poemario, escrito por seis autoras canarias que tiene un título tan apropiado como sugerente: Volcanes Interconexos, de Ediciones Aguere, libro que además, es un regalo, proviniente de una de las seis autoras, Belén Valiente Ramos, amiga desde hace más de treinta años. Podría decirse que la nuestra es una amistad literaria, pues durante estos años, hemos intercambiado, poemas, escritos, libros, y tertulias, siempre con el mismo telón de fondo de la literatura.

 Volcanes interconexos es una pequeña experiencia para el lector. Confeccionado para ser leído de dos maneras: o por orden clásico, o saltando de verso a verso, tal y como sugiere cada poema al final de su lectura, cual Rayuela en verso, supone darse un baño de sensibilidad, de vitalidad, de profunda intimidad, observando el mundo a través de la mirada personal de cada una de sus poetas, mendiante sus miedos y alegrías, mediante la mirada que cada cual tiene de las cosas de un mundo, que siendo igual para todos no es el mismo, porque no es igual la mirada que proyectamos sobre las cosas.

 Podría caerse en la tentación de ver esta pequeña compilación de versos como un alegato femenino y feminista, pero no lo es. Con cada visión personal de cada autora, se dan pautas de cómo entender lo que nos rodea, dejando en un segundo plano el condicionante sexual y sus etiquetas; a fin de cuentas sentir, es algo que nos retrotae a lo mas primario y elemental, como el magma que la tierra fabrica en lo más profundo para luego salir a flote y reconstruir la corteza terrestre. Corteza de sentimientos que en unos casos cambian, se regeneran, y en otros se mantienen perennes, pese a la nueva capa de materia.

 Vida. Leer estos versos es darse un baño de vitalidad y energía, de pasión y pulsiones, de sensibilidad febril, intensa. Lectura que quizá en contextos como este se disfruta más por poder focalizar toda la atención, ahora que los estímulos externos están más limitados.



Presentación en prensa:

https://www.eldia.es/cultura/2019/06/12/seis-autoras-islenas-conforman-poemario/983245.html

Reseña de editorial:

http://edicionesidea.com/home/volcanes-interconexos-de-candelaria-villavicencio-katya-vazquez-belen-valiente-aranzazu-luis-paula-fuentes-y-gloria-cabrera/



viernes, 17 de abril de 2020

Stalin

   Corría el mes de noviembre de mil novecientos noventa y dos, apenas si llevaba un par de meses de aventura de inicio de mis estudios universitarios, esos que comencé en la Facultade de Ciencias Políticas y Socioloxia de la Universidade de Santiago.

 Con las notas de los primeros parciales ya en mano, animado por el notable que había conseguido en la asignatura de Historia, acudía a mi primera tutoría con el que era el profesor titular de la misma. El motivo, presentarle una propuesta de trabajo para complementar mis calificaciones.

 Aquel hombre que cuando se presentó en la primera clase dijo tener dos pasiones en la vida: la historia y el Barcelona, comenzó su primera clase diciendo que tuvo a un alumno que se apellidaba Martín Vázquez, y que a punto estuvo de suspenderlo. Pese a notarse el tufillo a broma manida y repetida, aquello provocó una risotada generalizada.

 Con su mostacho poblado y habitual americana de tweed, me recibió en su despacho. Amable y bonachón se mostró mucho más cercano que lo que solía hacerlo sobre la palestra. Al saber mi procedencia, cambió el gallego por el castellano y juntos anduvimos vacilando por qué temas podrían ser interesantes para confeccionar un trabajo. Yo por aquellos días andaba terminando una biografía de Stalin, y cuando le sugerí hacer una reseña de aquel libro me dijo:

 - Más que reseñas me gustaria saber qué enfoque le darías tu a ese personaje. Más que de Stalin, preferiría que trabajases sobre el Stalinismo.

 Y dicho y hecho, salí de allí con tema con el que trabajar y sólo me quedaba pasar por la biblioteca de la facultad y hacerme con el mayor puñado de libros que encontrase sobre aquello. La cosa resultó bastante fácil, así que, pertechado con mis libros, bajo el brazo, me volví a mi Colegio Mayor para ponerme manos a la obra. 

 Buceando en infinidad de documentos y reseñas históricas, absolutamente asombrado con costumbres como los declarados sábados comunistas o subbótniki,(días que se trabajan sin percibir sueldo, que se donaba al partido), y con la obsesión de mejorar la capacidad industrial de la URSS con los famosos planes quinquenales, que en muchos casos se desarrollaban en menos de los cinco años preceptivos, en ese afán de conseguir mucho y muy rápido sin importar lo que costase. Como prueba de todo ello fue construído y presentado al mundo como si fuese un milagro, el Canal Mar Blanco- Báltico, cuya terminación para unir ambas superficies acuáticas, apenas si se demoró veinte meses, pese a contar con rudimentarios medios técnicos y una mano de obra, poco cualificada y esclava, que en no pocos casos encontró allí su sepultura.

 Ya por entonces andaba bastante horririzado con la figura del segundo gran líder soviético de la historia, y eso que no había llegado a la etapa de las purgas, esas cribas masivas que entre asesinados, desplazados y defenestrados a trabajos forzosos, cambiaron el destino de un sin fin de personas.Seguramente ese trabajo terminó por darme una idea sobre el mundo soviético y su forma de entender el comunismo, que en nada mejoró mi opinión sobre esa ideología en sucesivos cursos y materias.

 Yo seguía trabajando en mi pequeño ensayo, cuando uno de los días en que andaba redactando alguno de los capitulos del mismo, llegó uno de mis compañeros de residencia, a mi mesa en el aula de estudio y tras echar un vistazo a lo que traía entre manos se marchó sin decirme nada. Un tanto extrañado, seguí con lo mío cuando no mucho más tarde apareció el director del colegio, el tristemente ya fallecido Juan Carlos, cuando al verme con mis libros de tapas rojas y hoz y martillo me dijo:

- Ten cuidado con lo que lees; hay ciertos temas que son peligrosos.  

 Debí poner un gesto extraño al recebir ese mensaje, mezcla de incredulidad o de no entendimiento,  porque al instante aquel hombre se marchó y no me insisitió en el tema. Pese a su profundo vínculo con el Opus Dei y a sus convicciones, aquel director tenía la suficiente inteligencia como para saber hasta dónde podía llegar su límite de persuasión, algo que no conocí en otros miembros de la obra con los que compartí curso académico aquel año. Y así sin comerlo ni beberlo, me gané entre aquella camarilla cierta fama de rojillo, tan solo por intentar hacer un trabajo sobre un líder politico del siglo XX.

  Censura. Rodeado de personas regidas bajo una estricta moral que implicaba comportamientos austeros y serviles, completé aquel año universitario, el único que hice en Galicia antes de trasladarme a Madrid. Y pese a que lo intentaron no consiguieron intimidarme, ni hacerme pasar por el aro de leer libros que estuvisen en su particular   Index de libros prohibidos. Me reafirmé en mis posturas y a la larga, me gané el respeto de unos y otros, tan solo por dedicarme a estudiar.

 Aquel trabajo me hizo subir nota, gustó bastante a mi profesor y a mi me permitió entre otras cosas comenzar a renegar de prácticas populistas y totalitarias. Fue así, buscando documentarme, tratando de formarme, como acabé por dar forma a mis ideas, a mis planteamientos y a mis criterios de análisis y critica. Y la que es una de mis grandes convicciones: Si no quieres que te manipulen, fórmate antes de informarte.

 Entristece ver a día de hoy como preocupan más las mentiras y banalidades que se dicen, que la pobre capacidad de análisis que tienen las personas para poder separar lo verídico de lo falso. Cómo en vez de apostar por formación y educación, se decide iniciar cazas de brujas, como si poniéndole puertas al campo se consiguiera eliminar el problema. Silenciar lo que no gusta oir, aunque sea falso, no resuelve problemas, los mantiene, si no los amplifica. Tal vez sea así por que a nadie le interesa tener cuidadanos pensantes y equidistantes a la manipulación. Maquiavélico puro.
 

 

jueves, 16 de abril de 2020

Cosas de casa

  Me ha venido a la memoria una pequeña anécdota de hace unos cuantos años, en un pub de la calle Príncipe en Madrid, que por cierto, ha cerrado sus puertas hace apenas unas semanas después de muchos años de actividad.

  Es habitual en mi empresa celebrar un evento de equipo trimestral, de esos que se convocan con el único objeto de hacer piña con los compañeros. En aquella ocasión déspues de comer en un restaurante hindú muy próximo, nos acercamos a este local, inmeso de dos plantas, donde nos tomamos el café y un pacharán.

  En esa especie de ronda aleatoria en que se convierten estos actos, en la comida me tocó compartir mesa, mantel y charla con una compañera austríaca y otra venezolana; un voluntariado hecho en La India un año antes y lo divertidas que eran las clases de zumba, se conviertieron en los principales tema de conversación.

 Terminado el convite, nos acercamos al citado pub y esta vez me tocó como vecina de mesa una chica holandesa, menos dotada para la comunicación que mis anteriores contertulias, además de por su carácter introvertido, por su limitación lingüistica que solo le permitía ( y aún hoy le permite, después de llevar mas de diez años viviendo en España y de estar casada con un chileno), comunicarse exclusivamente en inglés. Tras un inicial titubeo resuelto con las clásicas sonrisas de aceptación, el hilo comunicativo tuvo su punto de arranque con un Are you Spaniard, right? 

 Supongo que es inevitable en este tipo de situaciones que salgan a colación las comparaciones entre países, formas de ser, hábitos de alimentición... Por aquellos andurriales transcurría nuestra conversación, que por momentos se refería a comparar quesos holandeses con españoles, cuando de repente mi compañera de cháchara cambió radicalmente de tercio:

- Look at the street, many people walking on Monday... 

A partir de ahí se inició un soliloquio que más bien parecía una disertación de antropología social. Según mi compañera de mesa, los españoles teníamos una especial predilección por la calle, por estar fuera, y que en eso éramos el país europeo más diferente al resto. Como no dejaba de parecerme una obviedad, asentía con la cabeza su disertación cuando, en aras de no peder la costumbre de comparar, me soltó esta consideración.

if you go to Netherlands you can visit whatever flat and You probably will see beautiful living-rooms, bedroms, toiletts... It´s so different here, where most of flats are completely ugly...

 Pues si, me lo había soltado así, sin anestesia ni nada, las casas en España son muy feas si las comparamos con las holandesas. Reconozco que estuve tentado de insistir en sus argumentos, especialmente en lo relativo a su fuente de información, a su muestreo, a cuántas viviendas había visitado para llegar a la conclusión de que porque seamos aquí muy dados a salir, tengamos los pisos hechos unos zorros, pero... a los efectos de la digestión y del pacharán, se sumó la pereza de tratar de rebatir cosas con alguien que se mostraba tan categórica.

 Aquel team event acabó y después  le han sucedido otros muchos con otras muchas personas, y otras tantas conversaciones, la mayoría tan intrascendentes como esta. Tiene gracia que me haya acordado de esto, justo ahora, y me pregunto si no tendría algo de razón esta chica, ahora que le veo defectos por todos lados a mi piso,  que noto que no le vendría mal una manita de pintura y que paso la bayeta a los interruptores de la luz, al tambor de la lavadora o a los marcos de las puertas... Igual es que tengo que pasar más tiempo en casa.

miércoles, 15 de abril de 2020

Abuelos SL

 Es una reflexión recurrente en estos días, complicados, difíciles y viendo las estadísticas hospitalarias, aciagos. Un pensamiento que tiene tintes un tanto derrotistas, aunque según se mire, también invita a la esperanza: 

 No volveremos a ser los mismos, ni nada será igual cuando encaucemos la pandemia

 Es inevitable volver a dos mil ocho.

 En ese año aprendimos que nuestro sitema financiero, que parecía tan compacto y solvente, sobretodo para lo que somos legos en la materia, podía caerse como un castillo de naipes, seguramente gracias a su alto grado de conexión y a su pobre capacidad de reacción. El problema estaba ahí pero nadie lo vio venir, o no quiso verlo. Y como el contagio sanitario que ahora vemos en las personas, tuvo un efecto dominó en las empresas, entidades financieras, bancos, aseguradoras... Aquella crisis dejó sin trabajo durante mucho tiempo a muchas personas, a otras muchas obligó a reinventarse y necesito de ingentes esfuerzos de intervención por parte de entes públicos intergubernamentales para mantener a flote a buena parte de las economías de nuestro entorno. Y aún con todo, nadie aseguró que, al fin aquel ciclo nefasto se habiese terminado. Más bien se especulaba con cuándo volvería a producirse otro bajón que hiciera que el problema reincidiera.

 Aquella crisis sacó lo mejor de muchas personas, asistiendo y colaborando gente que no se conocía de nada, para arrimar el hombro cuando peor venían dadas, y durante muchos meses muchas familias salieron a flote gracias a ayudas desinteresadas y  a ese pequeño entramado emprendedor llamado Abuelos SL. capaz de cuidar a sus nietos a tiempo parcial, como llenar neveras para que no falte el sustento, o ayudar a pagar hipotecas para no perder la casa.

 Hoy la crisis económica es un daño colateral, es una consecuencia más de la crisis de salud que azota al planeta. Pero como en aquella, el mismo castillo de naipes se ha venido abajo, fruto de la imprevisión e incredulidad de unas entidades sanitarias que viendo el alcance del problema en China, adoptaron posiciones negacionistas con que eso mismo pudiese ocurrirnos a los demás.

 Esa capacidad de reaccíon, de interpretar los datos con sus evidencias según como vienen, que es vital para afrontar un problema, no mejora crisis tas crisis. 

Sufriremos mucho, sacaremos lo mejor de nosotros mismos, seremos por momentos más leales, más solidarios, pero, ¿Por cuánto tiempo?

 Crisis diferentes, efectos globales, incompetencias mutuas. Egoismos de siempre. Todo cambiará para que todo siga igual.

 Como ocurriera en dos mil ocho, la gente mayor a vuelto a tener un papel protagonista en esta crisis, un papel demoledor. Por miles han fallecido en residencias de ancianos, sin apenas asistencia ni cuidados, rodeados de un puñado de héroes anónimos que han hecho lo que han podido para asistirles, arriesgándo su propia salud en el intento.

 Pensar en esa imagen de verles arrinconados y abandonados a su suerte, en sus sillas de ruedas, en sus camas sin nadie que al menos les diese un poco de calor, atormenta.

 Si es verdad que no volveremos a ser los mismos después de esto, empecemos por no dejar abandonados a su suerte a quienes no nos abandonaron a nosotros cuando lo hemos necesitado, nunca.


martes, 14 de abril de 2020

Animales

 Venían siendo ya imágenes más o menos recurrentes, las de ver acercarse a piaras de jabalíes a los aledaños de algunas ciudades en busca de comida. Según un amigo mío, cazador con licencia de caza mayor, eso obedece a que los animales no encuentran comida en sus hábitats, especialmente en los años en que la lluvia ha sido escasa y los montes, pocas bayas o frutos ofrecen a estos animales omnívoros. La necesidad obliga, y si hay que moverse con toda la familia, pues adelante, ni cortos ni perezosos en tropel a la ciudad.

 Las protectoras y refugios de animales tienen trabajo. No solo atendiendo a mascotas abandonas en pisos cerrados por dejadez o defunción. Ahora tambien van a la caza y captura de ejemplares que un día cruzan la M40 y otro se pasean a sus anchas por Francos Rodríguez.

 Todo esto me recuerda a un documental que ví hace algún tiempo sobre Chernobyl y su zona de exclusión. En él una pareja de zoólogos trataba de coger muestras del Río Prípiat, buscando índices de contaminanción en las aguas más próximas al reactor accidentado. Al tiempo que las analizaban, observaban el comportamiento de los peces, que pese a estar expuestos a altos niveles de radioisótopos y a una alta concentración de cesio 137, sedimentado por siglos en el limo de las aguas, mantenían una actividad normal, como si su entorno no se hubiera alterado. Animales que en su medio acuático han aprendido a convivir con el problema y que fuera de él, pululan a su libre albedrío por esa zona de seguridad, que ahora se ha convertido en una ciudad fantasma, al tiempo que en un parque natural. 

  Pura resilencia, es más fuerte el que mejor se adapta a lo nuevo.

  En eso seguramente los animales nos lleven ventaja. Guiados por el mejor conductor que tienen cuando las circunstancias vienen mal dadas: El instinto. Ese mismo que les permite aventurarse por territorios que saben son coto humano, en cuanto detectan su ausencia. Calles que ahora son zona de paso, lugares por donde poder campar, sin temores. Espacios donde buscar, curiosear, y transitar, ahora que el depredador ha desaparecido, recluído en su madrigera de cemento y hormigón. 

  La naturaleza, esa que nos empecinamos en doblegar, aprovecha la más mínima oportunidad para ganar terreno. Y no solo con los animales transeuntes:  flores, arbustos, plantas, cualquier lugar, ya sea un descampado, ya sea una minúscula rendija entre adoquines, es buen sitio para encontrar espacio para la vida. Aunque sea efímera y dentro de unas semanas acabe cercenada por la guadaña implacable de los jardineros.

 Como si fueramos adversarios. Conflicto constante. Aunque somos parte de la naturaleza, mantenemos con ella un pulso constante, para que ganar espacio al otro. Por ahora nos toca perder, aunque sea levemente.

 Aire limpio, naturaleza viva, animales en libertad. Parece un paisaje idílico. En cambio lo es forzado. Mientras dure disfrutémoslo, aunque sea por la escasa panorámica que nos ofrezca la visión desde una ventana.









 

lunes, 13 de abril de 2020

2666

 La primera impresión que tienes al leer el título de este libro es que se trata de una novela demoníaca, y desde luego, esa impresión se confirma con su lectura.

 Plagada de material duro de asimilar, donde historias cruzadas se hacen eco del horror y miserias del ser humano con todas sus consecuencias y en todas sus variantes, Roberto Bolaño construye en esta obra, 2666, (Ed. Debolsillo), una suerte sucesión de varias novelas comprimidas y entralazadas en una, historias aparentemente dispersas y ajenas entre sí, ( la búsqueda de un escritor de culto, la resolución de crímenes perpetrados a mujeres en México o el hallazgo del pasado nazi de uno de sus protagonistas), como si la vida fuera una especie de todo conexo y dependiente en donde cada vida es algo que se vive de manera autónoma, pero que no deja por ello de ser parte de un todo del que todos formamos parte.

 Con esa precisión y constancia que caracterizan las narraciones de Bolaño, sencillas en las formas y en el vocabulario empleado, pero profundas en sus reflexiones, 2666 es una novela de denuncia social y existencial, donde la puesta en evidencia de la violencia machista que sufre el planeta en todas sus variantes, sirve de pretexto para denunciar el abuso que el más débil siempre sufre.  

 Vida y muerte, alegría y sufrimiento, placer y dolor. Con suficiencia y rotundidad, Roberto Bolaño vuelve a dar un golpe en la mesa magistral con este trabajo de contrastes que definen la existencia, desnuda, sin mayores matices que los que queramos darle cada cual, forjadores de un destino que como esta novela, se escribe día a dia, persona a persona. 

 Sin duda, una obra maestra.Imprescindible su lectura.





viernes, 10 de abril de 2020

Verde tregua

 Víspera de fin de semana. 

 Lluvia de compañera para recibirlo

 Viernes Santo, de una semana de pasión 

 descafeinada como ninguna. 

 Ahora no hay que mirar al cielo

 para ver si se cancelan o no las procesiones;

 hay que mirar a ninguna parte, 

 porque nadie sabe dónde está el bicho

 que nos ha cancelado todas nuestras actividades.

 Pasión sin misticismo

 Profanos sin asueto

 Solo lo verde camina a paso firme

 dejando su impronta en parques y arboledas

 Y los pájaros, que campan a sus anchas

 sorprendidos de verse libres 

 del gran depredador.

 Verde intenso, verde con lleno de vida.

 Verde efímero.

 No tardara la mano infecta

 en volver a aposentar su presencia

 guiada por lo cómodo.

 Poco o mucho

 Esta verde tregua, verá sus días acabar

 sin que su inquisidora presencia

 aprenda nada de su encierro.

 

 

  

 
 
 

jueves, 9 de abril de 2020

Mesa


 Mesa de madera, con aires de pegote e ínfulas de diseño.

 Continente necesaria y auxiliar

 Discursos de Iseo, revistas de diseño, mando a distancia.

 Reposas altiva en el centro de la estancia.

 Decoras y ayudas, polivalente por momentos

 Igual sostienes que decoras, o eres mesa de degustación de comidas y cenas.

 Dormitas a oscuras gracias a la domótica de persianas que van por libre,

 Esa misma que hace que tu estancia nunca baje de los dieciocho grados.

 Mesa central, mesa señorial, mesa asistente,

 Mesa que acompaña.

 Desde hace un mes eres fiel escudera.

 Aquí, a mi lado compartes mis horas de trabajo, mis tardes de estudio, mis noches de arrumacos.

 Que tus patas de cristal, tan rígidas y rectas algún día se alcen y puedas andar conmigo,

Y juntos podamos salir ahí afuera a degustar ese aire que sabe raro solo desde las ventanas.

 


miércoles, 8 de abril de 2020

Manos

  Manos de piel reseca. 

  Desde hace dos días he comenzado a hidratarme con una crema, la piel de mis manos, especialmente en el dorso. Pequeñas costras de piel reseca caen como si fuese caspa y dejan su pequeña huella blanquecina en mi manta de rayas.

 Será del jabón de manos que utilizo, ese que con cuidado he buscado para evitar, precisamente que se resecaran.

 Imagino que como todo producto de higiene lo habrán testado clínicamente, con toda suerte de probaturas, para evitar posibles reacciones, posibles efectos secundarios.

 Aún así, ni con la solución concentrada y suave que tenía, ni con el ph neutro, he conseguido que me provocase esa leve reacción.

 Me pregunto si ningún fabricante contaba antes de lanzar su producto con que cada usuario se lavase veinte veces al día las manos. 

 Solo había visto antes unas manos así de resecas, las de una ex-novia, enfermera; tan resecas las tenía de usar los jabones quirúrgicos para lavarse tras cada intervención en la UCI que parecían de carton piedra, de un tacto tan áspero como si fuese piedra pómez.

 Ahora yo las tengo así, y me escuece un poco cuando me las acaricio estando secas. Por eso las toco con mimo, con cuidado, como si me importara cada escama de piel que sale de ellas.

 Agua, jabón y toallas. Higiene. Tan obvio siempre y tan socorrido ahora. Nunca antes estar limpio implicaba dejarse la piel, aunque sea a trocitos. 

 Cada escama que cae es como una hoja caduca que va a su destino de compostaje de humus,es una muestra de este encierro mustio sine die. 

 Primavera otoñal. Que ese manto de materia orgánica sea abono para un nuevo reverdecer de plantas humanas, de cerebros bien amueblados.

 Que esa siembra tenga una cosecha racional y provechosa.

 Me aplico el cuento.


martes, 7 de abril de 2020

Virtual

 Todos los días a eso de las ocho, voy presto a la ventana de la cocina, y abro la cremona que se sujeta al marco y que acciona el mecanismo de apertura para tener mi pequeño contacto exterior de cada día. Apenas si son cinco munutos, puede incluso que menos, los que invierto en aplaudir con exceso, buscando con ello que mis palmas fueran audibles al otro lado de la calle. Miro hacia abajo y paso lista: compruebo cuántos de mis vecinos están también ahí afuera, al pie del cañón, sacudiendo mano con mano. Miro al edificio de la derecha, justo en la rotonda, el que me pilla más cerca de mi posición y veo muchas más ventanas pobladas de palmeros efusivos que los que acierto a ver en mi bloque. Vuelvo a menear la cabeza en señal de desaprobación, y también de contrariedad, como si esta fuera una batalla que cada día todos tenemos que librar para ver quien hace más ruido, quien lo hace con más armonia, como si fuese un coro, y ya puestos, quien lo hace con más gracia.

 Si hace cuatro semanas nos hubieran dicho que ibamos a estar haciendo estas cosas, probablemente todos habríamos pensado que estábamos locos. Y si, efectivamente, un poco locos si que estamos desde que nos hemos visto abocados a un estado de semilibertad controlado, como el que vivimos en estos momentos.

 Esos cinco minutos de aplausos y fanfarrias son como una apertura a la realidad de siempre, a la que estamos acostrumbrados a vivir afuera, esa realidad que todos tenemos el convencimiento que vamos a recuperar, aunque cada día que se demora nos parece un pequeño martirio, convalecencia doliente a la que damos salida como buenamente podemos, con grandes dosis de entretenimiento virtual.

 ¿ Qué sería de nosotros sin las facilidades que nos otorga internet? Sin whatsapp, sin redes sociales, sin cámaras de video o de fotos, con los que inmortalizar y compartir momentos, estados de ánimo, ocurrencias... sin todo eso, ¿ Cómo estaríamos llevando a cabo este confinamiento forzoso?

 Las virtudes de la red son la principal agarradera a la que muchos nos sujetamos para hacer más llevadera la larga espera. Y ese mundo virtual, que cada vez lo es menos, da pie a la construcción de algo tan tangible como lo es una comunidad en estado de conexión,de participación, de colaboración, de solidaridad. Para todos aquellos que veían la red como una muestra inequívoca de indivualismo, hoy son testigos de todo lo contrario; todos dejamos a un lado nuestras celdas de separación. El mundo virtual nos humaniza, nos recuerda eso que Aristóteles ya dijo hace veinticinco siglos:  zoon politikón. Somos seres cívicos,  seres políticos, aunque no dejemos de intentar mostrarnos a nosotros mismos,  lo contrario.