Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 30 de noviembre de 2015

El plumero



Arturo contrató a Ángel gracias a la recomendación de Alberto, uno de sus compañeros de universidad. Con un expediente tan impecable como su presencia, Ángel se hizo cargo del departamento de ingeniería, joya del negocio, que gracias al trabajo y esfuerzo de su propietario comercializaba patentes en más de setenta países. 

La incorporación del recién llegado coincidió con el agravamiento de las dolencias físicas de Arturo, fruto de una  enfermedad renal que le traía de quicio desde hacía años; todo ello acabó desembocando en una paulatina delegación de competencias, algunas de las cuales acabaron en manos Ángel.

A bombo y platillo, como si tuviera en su mano el secreto de la piedra filosofal, Ángel anunció a los pocos meses la creación de una nueva patente que iba a revolucionar el mercado; con apenas unos cambios aparentemente mínimos, los nuevos equipos iban a mejorar sus rendimientos con la fabricación de algunos componentes hechos de un nuevo material híbrido. La inversión de inicio debía ser importante, pero a medio plazo sería visible en la cuenta de resultados y en el prestigio de la empresa.

 Mientras seguía sus tratamientos, Arturo dejó en manos de su director financiero el control de las operaciones, y de las inversiones, que en el área de ingeniería se acrecentaban a paso vertiginoso; paso a paso, Ángel conseguía mejorar las partidas de ingresos de su área, pese a las reticencias del director financiero que no las veía justificadas. Pensando que su carencia de conocimientos técnicos le impedía ver los cambios, y como las ventas no se resentían, continuó asignando partidas al proyecto, sin creer necesario comentar a Arturo sus dudas sobre el trabajo de Ángel.

A Arturo tanta tranquilidad le inquietaba. Decidió involucrar a otros mandos en la tarea de comprobar cómo se hacía el trabajo. Así, el director de recursos humanos y el jefe de ventas también  se aproximaron a los quehaceres del ingeniero Ángel que con buenas maneras y vistosas presentaciones mantenía intacta la imagen de empleado competente, algo que corroboraban las pruebas de control de calidad,  siempre dentro los óptimos mínimos exigidos por la política de empresa. A diferencia de sus predecesores, apenas si había el más mínimo roce  entre las áreas de calidad e ingeniería, algo que parecía sorprendente. Pero ni uno ni otro jefe levantaron voz de alarma o sospecha, al igual que hiciera antes el financiero.

Acababa marzo y la apertura de la feria del sector se aproximaba. En ella la empresa haría la presentación de sus nuevos equipos, que correría a cargo de Ángel. Este había preparado dos máquinas que mostrasen las bondades del proyecto, gracias al nuevo material empleado. Eran contempladas por todo el staff directivo, incluido Arturo, tras una reunión celebrada para planificar el evento. Justo antes de que se embalasen, una empleada del servicio de limpieza pasaba el plumero para dejar todo aquello impoluto. La mala suerte quiso que una de las piezas, la que incluía el nuevo material, cayera al suelo haciéndose trizas, para sorpresa y desesperación de Ángel. “Ten cuidado, le dijo, es un compuesto de fenaquita y puede ser tóxico, no lo toques”. Fue demasiado tarde. Ella ya había cogido un par de trozos del suelo diciendo: “¿fenaqué, se refiere a esto de  plástico?”

Sin quererlo, aquella mujer descubrió el pastel entre aquellos dos jefes. Durante meses desviaron fondos de sus presupuestos para comprar un mineral de laboratorio que nunca se empleó en la fabricación de los equipos. Lo que otros más cualificados no supieron o no quisieron ver, lo descubrió aquella limpiadora  que cumpliendo con su obligación  consiguió que a los dos estafadores “se les viera el plumero”, nunca mejor dicho.


                                        Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
                                                              Prof. Inés Mendoza. Texto nº 6

lunes, 23 de noviembre de 2015

Tres Espacios


     Casa de mi abuela

 
  Era una estancia de una sola pieza. Según entrabas, justo de frente, había un balcón que llenaba de luz la habitación. Siempre estaba repleto de geranios que yo regaba con ilusión, cuando ella me lo pedía. A la derecha estaba la cocina, una de esas planas de dos fuegos que se alimentaba con butano de bombona. A la izquierda del balcón quedaba la televisión, una vieja radiola en blanco y negro que reposaba sobre un mueble con bandeja, donde había revistas y viejos periódicos con los que yo jugaba recortando fotos. El mobiliario lo completaban una mesa camilla, redonda con tarima debajo, para poder poner el brasero de picón con que nos calentábamos, y una vieja radio con ruedas para sintonizar las emisoras con nombres de ciudades, que nunca supe si funcionó alguna vez. Siempre recordaré el suelo de piedra, de superficie irregular, que mi abuela se afanaba en limpiar hincando las rodillas sobre un trapo. Con un cubo de latón y un viejo cepillo sacaba brillo dejándolo como una patena. El olor a jabón lagarto de aquel suelo recién fregado, se confundía con el de cualquier comida que aquella vieja cocina estuviera guisando, o con el olor del picón recién quemado del brasero. Cuánto daría por volver a respirar aquellos olores que hoy solo puedo rememorar.



       La bodega


  Otra vez se nos acabó el vino. Abandono la barra en dirección a las viejas escaleras de madera. Las bajo sin usar la barandilla. Está suelta y nadie se digna en arreglarla. Crujen bajo mis pies los peldaños. Me pregunto cuántos años tendrán debajo de esa capa de pintura marrón que le han dado hace poco. Alcanzo la estancia inferior, que comunica con otras escaleras de cemento que dan a un pasadizo. Desciendo y acciono la llave de la luz; enciende una triste bombilla que pende en su casquillo sujeta al techo por una alcayata. Así aparece la bóveda de ladrillo rojo llena de agujeros y telarañas en la que la escasa luz proyecta sombras que no dejan ver qué hay al fondo. El suelo no está hecho, es de roca y tierra con firme irregular; hay que pisar con cuidado para llegar al rincón donde guardamos las botellas. Son restos de una antigua cloaca hecha de ladrillo cocido que aún pervive en el sótano del local y que usamos para mantener el vino en condiciones inmejorables. Cojo las botellas que venía buscando y aunque sé lo que hay al fondo, apenas un muro unos metros más allá, salgo tan rápido como puedo, ¿Y si me quedo a oscuras? Un escalofrío me recorre la espalda solo de pensarlo… abandono tan lóbrego sitio a la carrera, aún a riesgo de romper alguna botella. Menos mal que solo es un momento. Recupero la compostura. Subo los escalones y vuelvo arriba al bar, donde el bullicio y el calor hacen que me olvide de la bodega y su oscuridad.
 

     La entrevista


   Espero sentado en recepción. A pesar de lo cómoda que es la butaca y de lo guapa que es la secretaria que me ha atendido, estoy nervioso. Me atuso la corbata una y otra vez. Mis dedos juegan con la etiqueta de la marca que esta cosida como en relieve. Repaso mentalmente mis preguntas, la información de la empresa que recabé por internet. Me preocupa que me suden las manos. Siempre que hago una entrevista de trabajo tengo pánico a que cuando me saluden, estas estén sudadas. ¿Dónde me entrevistarán? ¿Será en un despacho, quizá en una sala de juntas? Recuerdo una vez en que la entrevista fue delante de la máquina de café de la empresa. Que la entrevistadora anduviera más preocupada por eso que por mis respuestas jugó a mi favor aquella vez, o más bien fue al contrario, ya que a pesar de lo bien que fue, no me cogieron. Esta es una empresa de abogados muy seria, seguro que no será el caso. Tendrá la típica sala de juntas, con paredes de tonos azulados no muy penetrantes, para favorecer un ambiente distendido, o quizá sean grandes cristaleras que dejarán entrar luz natural, que se podrá regular con estores elegantes. ¿Cómo será la mesa? ¿Podré apoyarme en ella o estaré expuesto sin obstáculo alguno que medie entre mi entrevistador y yo?...


  Me llama la secretaria. Me comunica que no podremos hacer la entrevista. Quien debía atenderme ha sufrido un percance imprevisto y nadie en la empresa puede sustituirle. Me ruega que les disculpe y me emplaza para otro día. Me da bajón. La tensión acumulada se desinfla como un globo y va a parar a mis sienes que notan el bombeo de la sangre que las amartilla. Me despido de la secretaria con la mano sudada, aunque ya no me importa. Mientras bajo a la calle pienso en el próximo martes, cuando tenga que volver y pasar por todo esto nuevamente. Qué pereza.




                                              Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
                                                              Prof. Inés Mendoza. Texto nº 5



miércoles, 18 de noviembre de 2015

¿ Se armó el belén?

 Recibi ayer un mensaje por whatsapp de una buena amiga, catolica ella de pro, haciendose eco de un mensaje viral que lleva ya algún tiempo circulando por redes sociales. En el se hace alusión a la voluntad de la alcaldesa Carmona de no instalar el tradicional belen navideño en las dependencias municipales,cosa que ha irritado a algunos. Sin perder la oportunidad de constatar mi opinión, ( me resulta del todo irrelevante esta polémica, sinceramente), dudo que ningún cristiano serio se sienta ofendido por tal decisión, dado que Madrid se llena de múltiples espacios estos dias donde distintas entidades pueden mostrar sus creaciones, muchas de ellas provistas de material y figuras suministradas en el clásico mercadillo de navidad de la Plaza Mayor. Eso sumado al boato presente en otras manifestaciones como el alumbrado o la cabalgata de reyes, deben dar por finiquitado cualquier atisbo de agravio comparativo, ya que todas ellas son organizadas por el equipo de gobierno del municipio.


  En cambio, sí que me parece más interesante reparar en el conjunto de las declaraciones efectuadas por la actual regidora, en las que incidía que la razón por la que no se pone la habitual instalacion navideña: "el Palacio de Cibeles es el espacio de todos los madrileños y no solo patrimonio de los católicos".

  Es de agradecer la costumbre de dar explicaciones cuando se toman decisiones políticas, ya sean estas más o menos intrascendentes; pero ya puestos a darlas, sería desde luego más interesante tratar de razonar, de un modo menos superficial si se quiere, los motivos que sirven de base para dar los pasos convenidos. Dejar como única argumentación que no se permite la instalacion del belén en la sede consistorial del Palacio de Cibeles, por la no condición de católicos de todos los ciudadanos es un contrasentido que raya en lo absurdo. Siguiendo esa regla de tres, entonces a lo mejor tampoco debería permitirse el mercadillo donde se perdío chencho en la famosa película en la que Pepe Isbert gritaba desencajado por la Plaza Mayor buscando a su nieto. Y ya puestos, no tendría mucho sentido, ni gastar dinero en alumbrado por las calles o en instalar el gigantesco árbol que en estos días operarios municipales se afanan en colocar en la Puerta del Sol; y menos aun permitir que ninguna junta de distrito organizase cabalgata de reyes alguna. Siendo del todo coherentes, como Alcaldesa presidente, debería decretar días laborables para todos los empleados municipales los proximos 25 de diciembre y 6 de enero, especialmente esta segunda, epifanía que recrea la llegada de los Reyes Magos de oriente con sus presentes para honrar la venida del hijo de Díos.


  Seamos serios. No cuesta ningún trabajo ser más explícito en los argumentos a utilizar cuando se trate de justificar alguna acción.


  Bastaría con aferrarse a la condición de aconfesionalidad que toda institución debe terner en el Estado para explicar el porqué se toma una decisión de ese calibre. El Ayuntamiento como entidad pública no debe mostrar signos ni favorecer religión alguna, ni aún la de la mayoría de sus ciudadanos, que en Madrid son cristianos católicos. La ayuda y facilidades que los empleados municipales prestan para ambientar la ciudad en estas fechas tan señaladas para muchos, son razón más que suficiente para apaciguar cualquier soflama de quien quisiera crear polémicas innecesarias; el consistorio, pese a su declarada aconfesionalidad, no deja por ello de prestar auxilio a sus ciudadanos en sus manifestaciones de ocio y festejo con cariz religioso. Esta ciudad será tan catolica como sus ciudadanos quieran, y la total libertad para montar belenes en cualquier parte, es buena prueba del respeto institucional a esa costumbre. Fin de la polémica.


   El problema está cuando se impone como práctica política tomar decisiones con sesgo, con una clara intencionalidad, la de azuzar a las huestes propias en detrimento de las ajenas. Seamos sinceros, en este país somos mucho de política tabernaria, en donde es mas importante el cómo dices las cosas antes que lo que dices, para regocijo de correligionarios y afectos a la causa, que tendrán las baterias cargadas para alimentar las discusiones en la barra del bar. No se puede entender la politica en España sin una abundante dosis de demagogia. Adoptar decisiones con equilibrio e imparcialidad, en la parte de la comunicación, que todo cargo electo debe manejar por respeto a todos aquellos a quienes gobierna, le hayan votado o no, es siempre una obligación. No se trata de renunciar a ideas ni de ser politicamente correctos, se trata de ser políticamente profesionales. Es una simple cuestion de formas.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Pera y detergente



Apenas son las siete de la mañana. Es domingo, pero mi insomnio casi crónico, hace que todos días sean igual de largos. No soy de hacerme la remolona, ni de dar vueltas en la cama. Me levanto y me acerco a la cocina. Paso delante de la habitación de los chicos, que siguen durmiendo. Oigo sus respiraciones acompasadas y sus caras con gesto relajado me dicen que, además de dormir, descansan. Siento envidia, pero también paz.

Sueño con entrar en la cocina y ver que las cosas vuelven a estar en su sitio. Armarios y repisas llenas, ver el frigorífico con comida suficiente; sueño con que el frutero que hace de centro de mesa, esté repleto de aquello para lo que se fabricó. Hoy una pera solitaria reposa en el fondo. Lleva ahí varios días. Es lo que queda de una remesa que nos dieron los del banco de alimentos. Seguramente insípida, como las compañeras que le precedieron, espera a que alguien se decida a darle fin. No me sorprende que no se ponga mala. Hace tanto frío en la cocina, que no hay nevera que mantenga mejor la cadena de frío. Justo detrás, encima de una repisa, un tambor de detergente medio vacío, completa el decorado. No recuerdo cuánto tiempo hace que lo compré. No ha vuelto a usarse pese a mi insistencia. Adela, mi vecina, que nos hace la colada a los tres, dos veces por semana, insiste en que lo guarde: “Es detergente, eso no se pone malo, mujer. Guárdalo que puede hacerte falta”. Qué sería de nosotros sin Adela. No es solo el detergente; recoge a los niños en su casa y les da de comer, a la salida del cole, para que a mí me dé tiempo a hacer mis cosas. Le da pena que esperen solos en casa. Le da pena que anden acurrucados por las esquinas en una casa sin calefacción. Es un ángel de la guarda; ella y su mísera pensión que comparte con nosotros.

Mientras bebo mi café solo, miro a la pera. “¿Cómo te vamos a comer si formas parte ya de la familia?” Me escucha paciente mis desvaríos, mis desvelos, las lloros que de cuando en cuando me dan y que procuro que solo ocurran cuando estoy sola. Tal vez mañana ya no esté ahí. Tal vez a Luis o a Begoña les dé por matar el aburrimiento comiendo su carne insustancial, pero mientras eso no ocurra, ahí se quedará. Tanto ella como detergente son mi compañía, todas esas mañanas que espero a que el teléfono suene, tal vez para recibir una oferta de empleo. A veces lo paso bien cambiándolos de sitio. “Aunque tú, querida pera, siempre quedes, como una reina, en el frutero, que para lo que tú necesitas de espacio es como un palacio. Tu compañero detergente trepa de una estantería a otra, de la solana al armarito encima de la nevera, de ahí a debajo del fregadero…. Se ve que tiene un espíritu más intrépido que el tuyo. Quizá fuera un mono en vez de un producto de limpieza en otra vida. Quién sabe”…

 Dan las ocho en el carillón del salón. Es una suerte que tenga un mecanismo que no necesita pilas ni electricidad. Eso que nos ahorramos. A veces me gustaría invitarle a nuestras tertulias de la cocina, pero pesa tanto que no me atrevo a moverlo. Cada vez que da las campanadas en punto parece como si protestase, porque paso más tiempo con vosotros que con él. Antes me gustaba sentarme en el sofá  y leer teniéndolo a mi lado, pero ahora soy incapaz de ponerme delante de un libro, y no puedo estar tumbada con la manta. Cuando me acuesto pienso, y cuando pienso…

Se acabó el café. Oigo a Luis desperezarse. Hora de empezar el día. “Os dejo chicos, nos vamos al parque. Ojalá pronto demos carpetazo a nuestra extraña amistad. Adiós pera. Adiós detergente”. 

                                           Taller de Escritura Creativa. " La Escritura desatada"
                                                         Prof. Inés Mendoza. Texto nº 4