Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 26 de abril de 2019

Lluvia Fina

 Recuerdo una conversación de hace ya algunos años, cuando tenía mi residencia en Barcelona, con algunos de los que formaban parte de mi grupo de ocio y salidas los fines de semana; varios de ellos trabajaban como policías, profesión de riesgo que siempre invita a hacer preguntas y a interesarte por sus quehaceres diarios. Recuerdo que en una ocasión lancé una pregunta,  que en qué situación les producía más miedo actuar cuando recibían un aviso, y tras mirarse entre ellos, uno terminó por contestar: Cuando que hay que entrar en alguna casa por culpa de una reyerta familiar.

 Ni atracadores, ni traficantes, ni mercenarios... Lo que realmente asustaba a mis compañeros de cañas era tener que acceder a un domicilio privado en donde se había producido algún altercado, seguramente precedido por una discusión familiar. Y es que ese entorno, el familiar, que con tanta frecuencia asociamos a recogimiento y tranquilidad, no en pocas ocasiones es un verdadero infierno.

 Y eso es precisamente lo que reproduce Luis Landero en su última novela ( Lluvia Fina, (Colección Andanzas, Editorial Tusquets), una suerte de infierno del que participan todos los miembros de una familia, aparente normal y discreta, como lo son, salvo excepciones,  todas)

 Con una precisión milimétrica, propia de quien es un maestro en el manejo del lenguaje, Landero, con apenas un puñado de pinceladas nos mete en situación y nos invita a una fiesta de cumpleaños, la de la cabeza de familia, organizada por el único hijo varón de con motivo del ochenta aniversario de la madre.

 Cómo un acto de celebración puede convertirse en un estado de confrontación, de enfrentamiento, de odio, donde cada uno de los integrantes de la familia se llena de razones para atacar, en un fuego cruzado donde la madre solo es el centro de la diana, pero no el único objetivo que alcanzar; reproches que justifican las miserias y frustraciones de unas vidas vacías y que se sienten fallidas, en donde la búsqueda de una razón de esas carencias invita al ataque frontal.

 Aunque el contexto sea completamente diferente, en vez de un cumpleaños, la razón que da pie a la trama es el duelo y el velatorio con el cuerpo presente del marido. Luis Landero con su Lluvia Fina consigue reproducir un escenario de tensión intima y familiar como el que Delibes construye entre la viuda y el muerto en Cinco horas con Mario, un escenario de reproches, de lamentos, de vidas incompletas e insatisfechas donde se hace repaso a todo lo que se pudo haber hecho y tenido y no se hizo ni consiguió. En su novela Landero abre ese escenario de reproches al grupo familiar completo, manteniendo la figura del finado como mero espectador y necesario argumento para la trama y la de madre, como la viuda heroica, que de puertas a afuera fue capaz de sacar adelante a una prole de hijos sola, pero que de puertas a dentro fue una dictadora impenitente que no dejó a sus hijos ser lo que querían en la vida.

 Landero recurre a la figura de la nuera,  Aurora, como nexo de unión de los personajes de la historia, de quienes se convierte en confidente de todos ellos;  a través de sus conversaciones conoceremos los detalles de las diferencias familiares, permitiéndonos formarnos una idea de quien es culpable y quien no. Agravios que quedan en abierto a través de veladas acusaciones que no quedan claro si son verdad o no, concediendo a la historia un regusto de intriga que hace que cada lector se convierta en necesario juez de cuanto lee, y sienta la necesidad de tomar parte por cada uno de los personajes.

 Una vez más, de una historia corriente con la que cualquiera puede identificarse, Landero consigue armar una narración llena de vitalidad y tensión, con diálogos que consumen y atrapan y que convierte su lectura en un acto frenético. Soberbia.


 

lunes, 22 de abril de 2019

La muerte del Comendador, Libro 2

  Dejar a medias una historia como esta a tres bandas, donde un pintor que busca reencontrarse a si mismo, una adolescente  y un misterioso y hombre de negocios solitario, comparten como punto de partida su residencia, una despoblada y boscosa zona del norte de Japón, requería que uno se pusiera en marcha cuanto antes, en la tarea de continuar la lectura para terminar de deglutir una historia como esta, que al final termina por comerte a ti.


 Es sin duda esta última entrega de Murakami su trabajo más íntimo, más personal si se quiere, donde el escritor psicólogo que siempre ha aflorado en los textos de este escritor, aparece en toda su extensión, armando una trama donde diferentes planos de realidad se superponen, donde personajes de carne y hueso charlan y conviven con personajes de ficción, y donde lo más profundo del ser humano aflora en cada una de las acciones que constituyen la trama.


 Es como si Murakami buscase con esta novela una especie de huida hacia el subconsciente humano, allí donde cohabitan todas nuestras fortalezas y miserias, de las que no somos conscientes en muchos casos, y que de un modo u otro acaban afectando decisivamente a nuestras decisiones, que es tanto como decir a nuestras propias vidas, siempre sometidas a la tensión de vivir en el alhambre, de tener que elegir entre unas opciones u otras.

 La vida entera está sujeta a un coste de oportunidad, aquel que nos lleva a decirnos por unas cosas, dejando en el tintero la posibilidad de haber optado por otras, creando con ello necesariamente la constante situación de vivir en dos realidades superpuestas, una real, la de nuestras decisiones vitales y otra que es pura Ucronía, aquella que divaga en qué podría haber sido nuestra existencia si hubiésemos optado por otro camino diferente del que se ha andado.


 Murakami lleva en este caso a su personaje principal por esa tesitura, obligando al pintor a cuestionar cada una de las decisiones que ha tomado y que le han llevado a irse a vivir en mitad del bosque, en la casa de un afamado pintor que languidece en una residencia semi inconciente, buscando la manera de irse de este mundo en paz, y cuyo camino necesitará de la acción de un tercero, sin la cual no podrá expirar.


 Con esa maestría habitual que le permite enlazar historias, personajes y vivencias de cada cual, Murakami arma una historia que es un canto a la humanidad, a reconocer la importancia del error, a la necesidad de darse otra oportunidad, a sentir que uno no deambula por la vida en solitario sino que forma parte de un todo del que están conectados otras personas, porque ellas también forman parte de él. Con todo Se construye esta historia, llena de símbolos y metáforas que invitan a la reflexión y a perder el miedo a vivir. 




jueves, 18 de abril de 2019

Aquella rodilla

   Nada hacia presagiar que aquella tarde fuera a pasar nada, menos aún cuando tomando la primera cerveza me confesó que no había leído bien el dato de mi edad, pensando que tendría cinco años más de los que en realidad tengo. Quedamos en una parada de autobús, ya que la cercanía de su casa a la mía permitía poder aproximarnos a un barrio u otro con la conexión que nos proporcionaba el ciento cuarenta. Que en su barrio hubiera partido del Atleti, decantó la balanza hacia mi zona y La Lonja. 

 Era morena, bajita, de apenas un metro sesenta de estatura. Guapa de cara, con unos labios carnosos, mantenía un cutis espléndido que nada hacía presagiar que tuviese los cincuenta y seis años recien cumplidos que tenía. Enfundada en unos vaqueros apretados y unas botas negras de tacón medio, tras un breve paseo, empezamos la cita en la terraza de uno de los bares de La Lonja baja.

 Como suele ser lo habitual en este tipo de citas, la primera cerveza fue de tanteo, de aterrizaje, para ir disipando los nervios del encuentro casi a ciegas; miradas rápidas, sonrisas nerviosas que poco a poco se van atemperando, la conversación acabó fluyendo con naturalidad,  dejando que las peripecias de su divorcio después de treinta años de convivencia y dos hijos en común fuera el argumento que permitiera que aflorara la confianza.

 A la tercera cerveza le pregunté que si estaba a gusto, a lo que me respondió enseguida que sí, y a mi sugerencia de tomarnos una copa, aceptó sin dudar, convencida ya de que no volvería a su casa con el mismo autobús, sino con un taxi, dada las horas. Por culpa del relente dejamos las terrazas para irnos al interior de un pub donde nos pedimos un whisky y un ron con limón.

 Sentada enfrente de mi, mientras comentaba que estaba de baja por culpa de un esguince de rodilla, me sugirió si no notaba diferencia entre una rodilla y otra, señalándome que parte de la rodilla más le dolía, fue entonces cuando mi mano se acerco a la rodilla para tocarla mientras ella seguía diciéndome. Mi mano se deslizó suave, arriba y abajo, sobre la maltrecha rodilla que en ese momento era nuestro primer momento de contacto.

 Terminada la copa, me ofrecí a acompañarla a la parada de taxi. Con la excusa de que habíamos bebido mucho caminamos un rato. Cerca ya de mi casa ante la necesidad que tenía de hacer pis, le ofrecí subir a mi piso, a lo cual accedió.

 Me disponía a llamar a un taxi para que viniera a recogerla cuando, me agarró la mano y me dijo mientras se sentaba a mi lado en el sofá, " espera que repose un poco", Tan solo fue oír eso cuando mi mano volvió a posarse sobre la rodilla del esguince, como si esa fuera la puerta que diera acceso al resto de su cuerpo. Apoyó su cabeza en mi hombro, mientras yo seguía acariciándole la pierna, ahora muy cerca de la pelvis. Apenas pose la mano en su cintura, me ofreció su boca,  sin más.

 Nos besamos con desenfreno, como si no fuera bastante el tamaño de la boca y quisiéramos engullirnos, su lengua  se movió alocada en mi boca, chocando con la mía en medio de una vorágine de suspiros sin apenas dejarnos tiempo para tomar aire y respirar, sin apenas darnos un suspiro, nos quitamos la ropa a la carrera, para meternos en la cama sin más demora. 

 A horcajadas sobre mi seguía besándome con ardor,con una pasión que hacia que mi erección fuese cada vez más intensa. Sin darme tiempo a coger un condón se metió mi polla en su vulva, que estaba chorreante y excitada. Se deslizó en su interior hasta que hizo fondo y completó la penetración, al tiempo que ella cabalga con premura, como si le fuera la vida en ello. sus gritos y gemidos, me ponían cada vez más y más haciendo de ese encuentro una angustia en forma de gemidos.
  
  Le mordí las tetas con desesperación, hicimos la croqueta para cambiar de postura, inusualmente la empotraba con una fuerza salvaje una y otra vez mientras hacíamos la postura del misionero. Besos y mas besos acompañaban tanto ajetreo, envueltos en un sudor nos empapaba cada vez más. Fue a la vuelta de la último arreón, con ella otra vez encima, cuando se corrió con una contundencia que hizo que notara como su líquido corría entre sus muslos. Volví a agarrarle las tetas y mientras le pedía entre suspiros que no parara de moverse me corrí yo, con una intensidad que hizo que llenara de semen su coño y mis sábanas.

 Exhaustos, reposamos media hora, sin decirnos nada. Al  poco se vistió y llamé al taxi. Le acompañé a la puerta y antes de que subiera al coche me dio un piquito de despedida y me dijo: " ha estado muy bien". Entre las luces de la calle, vi como el taxi se marchaba por la avenida; tras el furor vino la calma,el silencio y con todo ello, el sueño.

 Dormí plácidamente, como se duerme cuando se descarga y se tiene cansancio. Mientras tomaba el café por la mañana pensaba en cómo una tarde de sábado sin más pretensión que salir y tomar algo había terminado en una aventura excitante. Quien sabe, si no hubiera tocado aquella rodilla...

viernes, 12 de abril de 2019

14 de Julio

  Suele decirse que la historia la escriben los vencedores, y hay que añadir a eso que además la escriben los ilustres, aquellos personajes que pasan a la posteridad por encima del resto, formando parte de un grupo reducido de escogidos, como si el camino de los cambios fuera una senda que conocen muy pocos.

 Alguien dirá que es una cuestión de méritos, esos que permite a un sujeto o grupo de sujetos liderar una acción, dirigir a un grupo, plantear un objetivo y llegar a alcanzarlo. Eso reduce el campo de búsqueda y deja el honor de ser uno de los nombrados en los libros de historia en manos de políticos y militares, tal vez algún medico, quizá un ingeniero o científico, dejando en contadas excepciones los casos en que un don nadie alcanza notoriedad y se gana un peldaño en el altar de la eternidad.

 Si hay un episodio de la historia que convierte en protagonista a la masa y no a los prohombres de turno es ese la Revolución Francesa, y dentro de la misma uno de los episodios más señalados, aquel que terminó con el derribo y saqueo de la prisión real de la Bastilla, un 14 de Julio de 1789. 

 Aún con todo si uno se va a las enciclopedias, surgirán nombres de prebostes y no de ciudadanos llanos: Necker Ministro de Finanzas, cuya destitución se considera el detonante, Luis XVI , el incompetente rey que terminará por perder la cabeza literalmente, Jaques de Flesselles, creador de la milicia burguesa que intentaría evitar los desórdenes de aquel caluroso martes, y que sería ejecutado por el populacho, Ethis de Corny o cualquiera de los integrantes de las delegaciones del pueblo que enviadas a través de la Asamblea buscarían que los defensores de la empalizada entregaran las armas. Nombres y más nombres, sujetos que desatacan sobre la masa, como si el conocimiento solo fuera posible a través de la simplificación.

 Éric Vuillard trata de poner coto a eso con su trabajo 14 de Julio, (Editorial Tusquest, Colección Andanzas), relato de los tres días de julio que condujeron a París, a condenar a su rey y a iniciar un periodo de transición política que cambió la historia de Francia y el mundo moderno. En sus páginas se desgrana un relato intenso, cargado de emotividad y tensión donde capinteros, taberneros, conductores, camilleros, campesinos, gentes corrientes y anónimas que consiguen por momentos un minuto de reconocimiento, al convertirse en protagonistas de un algarada que solo la carestía y estado de abandono de un país condenado por los excesos de la corte podría producir. Casi minuto a minuto transita uno con la lectura por cada una de las calles de París hasta toparse de frente con las murallas de la fortaleza que un día fue cárcel de Estado auspiciada por el Cardenal Richelieu.

 Leer 14 de Julio es un forma de conocer la historia de un modo diferente, novelado, a través de un relato de aventuras cuya verdad tiene vigencia perenne.