La Comarca de Sanabria vive tiempos tristes y oscuros, asolada en estos días por los incendios, uno de los parajes naturales más hermosos del país, asociado a su lago en la provincia de Zamora, revive con este desastre ecológico, otras tragedias que, aunque enterradas en el pasado, no dejan de tener su poso en la memoria colectiva.
Fue en una fría madrugada de comienzos de 1959, con las navidades apenas pasadas. Los 532 vecinos de Ribadelago vieron como su sueño se vio interrumpido por culpa de la embestida de las aguas, que furiosas bajaban loma abajo, tras fracturarse la Presa de Vega de Tera, desbordando el cauce que las hacía desembocar en el lago; Se estima que cerca de 8 millones de metros cúbicos bajaron en cuestión de minutos, sin dar apenas margen de reacción.
De hecho condenaron al sueño eterno a 144 de los vecinos de pueblo. Sólo 24 de sus cuerpos pudieron recuperarse.
Hace años, leyendo una entrevista al escritor canario Alberto Vázquez Figueroa, compartía su experiencia como buzo profesional, reclutado por las autoridades franquistas para liderar y participar en los trabajos de rescate de los cuerpos en las gélidas agua del Lago de Sanabria. Relata que además de frías eran aguas turbias, oscuras, que impedian visualizar resto alguno y cuando aparecían lo hacían en la mayoría de los casos desmembrados, lo que convirtio a las operaciones de rescate en un auténtico calvario.
Muertos sin sepultura, sin volver a manos de sus familiares que no tienen descanso por no tener la oportunidad de rendirles un último adiós, de tener la certidumbre de verles descansado en sus sepulturas. Cuántas personas insepultas hay así por diferentes cuestiones en el mundo, víctimas de guerras, accidentes aereos, terremotos...
La muerte y sus rituales inacabados ejercen el mismo efecto que las aguas de aquella riada; dejan una puerta abierta que siempre conviene cerrarse. Sin ello no hay descanso y el luto y aceptación, no terminan por culminarse jamás. Hasta para morir, hay que tener suerte.
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