Conocí a Francisco una mañana de sábado, haya por el
mes de octubre de 2015. Se incorporó con el curso ya empezado a un taller de
Escritura creativa impartido por la autora de relatos venezolana Inés Mendoza.
Tímido, callado, respetuoso, hasta incluso diría que
demás, seguía con interés las clases teóricas apuntando sus notas en un viejo
cuaderno negro sin apenas hacerse notar y siempre dispuesto a escuchar lo que
los demás tuvieran que decir. Cuando llegaba el momento de enseñar al grupo los
textos que cada cual hubiese traído, parecía incluso mostrarse reacio a leernos
sus creaciones, toda vez que en nuestro taller era la parte práctica la que más
peso tenía dentro de las clases. Mientras que otros compañeros de curso
pugnaban por ser los primeros en dar a leer sus relatos, con Francisco había
que ser perseverante e insistirle para que fuera él el que nos deleitase con su
trabajo.
Fue después de que consiguiéramos que nos leyera su
primer trabajo, un pequeño relato urbano lleno de descripciones lumínicas y
oníricas, cuando en realidad nos dimos cuenta de que aquel Francisco que se
mostraba tan cauto en realidad estaba parapetado detrás de una gran máscara. Que
nada de lo que se veía en lo exterior, en su discreta forma de comportarse, se correspondía con lo que podía ofrecer en
realidad. Comprendimos sin ningún género de dudas que había una faceta creadora
que él se afanaba mucho de separar de su vida privada y que ninguna de las dos,
eran objeto de divulgación por su parte de manera gratuita.
Detrás de esa gran timidez y humildad que a partes
iguales definen su imagen, en realidad
se esconde un gran contador de historias que es Francisco Javier Capitán.
Después de
terminado aquel trimestre de lecturas y relatos cortos, nuestras vidas se
separaron, hasta que un buen día llegó a mi teléfono un mensaje anunciándome
que salía a la venta su primer trabajo, El año del retorno. No salía de mi
asombro. Un compañero de clase ya estaba publicando.
A partir de este momento empecé a conocer al
verdadero Francisco. Buscando información en internet, aparecieron rápidamente
entradas que daban cuenta de su faceta como actor y dramaturgo. Aquel hombre
callado y reservado se guardaba en la manga un as sorprendente. Detrás de aquel
aprendiz de escritor callado y prudente de la Escuela de Escritores de la Calle
Covarrubias había un creador curtido
en varias facetas artísticas y literarias y con toda una carrera ya forjada con
sólidos cimientos.
Pero la cosa no se quedó ahí, con apenas tiempo de
haber digerido tantas novedades, y cuando uno creía que no quedaría margen para
que siguiera sorprendiéndonos, apenas unos meses más tarde, sale su segundo
trabajo, El tiempo conmigo.
Así que si el año pasado estaba yo en esta misma
sala sentado en una de las silla de allí atrás, asistiendo a la presentación de
una novela, este año me encuentro en el mismo sitio, casi diría que a la misma
hora, pero en un emplazamiento muy diferente. Porque esta vez me ha sentado delante
de todos vosotros formando parte de este acto organizado por la Casa de Melilla
en Madrid.
Y es que con
este hombre las sorpresas no se acaban.
En fin que con Francisco no hay que fiarse. El día
que menos te los esperas, zas, sorpresa que te llevas. De hecho yo que vosotros
me iría acostumbrando a la silla porque el año que viene fijo que tenemos
evento literario nuevamente a cuenta de una nueva publicación. Y quien sabe,
igual seguimos moviéndonos en el mapa y si de Módena nos vinimos hasta Málaga,
igual la próxima entrega transcurre por las calles de Melilla.
Que los organizadores de la semana de la semana
cultural cuenten con ello seguro.
Bromas aparte.
Dos cuestiones son recurrentes y por tanto dignas de destacar en la obra de
Francisco J. Capitán, Su particular percepción del tiempo, argumento siempre
constante en el devenir de sus historias y el escenario donde estas se
desarrollan, siempre en un entorno urbano, en la ciudad.
Si en su primera novela el formato de diario
permitía tener una visión de ese tiempo en diferido, aun siendo redactado la
mayor parte del mismo en presente y en primera persona, en la obra que nos
ocupa hoy el manejo del tiempo es presente constantemente, como ya anuncia su
propio título: el tiempo conmigo, el tiempo aquí y ahora. Esa prontitud, esa
proximidad permite al autor construir una historia viva, en constante
movimiento, que hace al lector meterse de lleno en ella, surgida de forma
casual, casi diríase que rocambolesca y que lleva a una relación casi inverosímil
e íntima de dos personajes completamente
ajenos en cuanto a su discurrir vital, pero que en el fondo se juntan porque
algo les une, algo crea entre ellos un vínculo, una suerte de solidaridad que
les permite empezar a construir algo.
El libro por tanto que tienen ustedes en sus manos
relata el argumento clásico por definición en literatura. Es una historia de
amor. Amor que nace de un hilo invisible, entre dos personas que no casan en
apariencia, y que viven con apatía una vida donde sus principales metas no se
han alcanzado ni cumplido. Frustración y soledad unen, por tanto, a dos almas
perdidas que deambulan por el mundo sin convicción ni grandes ilusiones.
Y es que hay un trasfondo filosófico notable en la forma que tiene Francisco de tratar sus
trabajos; en la forma de detallar,
perfilar y dar vida a sus personajes, cuya realidad existencial está llena de
preguntas, siempre formuladas y dirigidas a ese yo que tenemos todos y que no
siempre está satisfecho con su vida. Ese
yo que vive el día a día, ahogado en un sin fin de cosas rutinarias, que todos
nos imponemos como necesarias y que en el fondo son una simple maniobra de
distracción, procrastinando la necesidad de encontrar respuestas a las cosas que
son realmente importantes, aquellas que nos harían sin más felices; a esa desazón que a todos nos afecta y que
tiene como consecuencia directa la infelicidad. Así los personajes de El Tiempo conmigo son dos personas
corrientes, que llevan vidas comunes que viven clandestinamente un vínculo que
en el fondo es un gran tesoro, descubierto casi sin querer, aquel que les
permite salir de esa rutina que consume sus existencias.
Los personajes de la novela son por tanto dos
náufragos que hallándose a la deriva y manteniéndose a flote, consiguen un hilo
de ilusión a través de una simple línea de teléfono, con una simple llamada; la
misma que abre una puerta a un mundo desconocido donde nada hay que perder y sí
mucho lo que poder llegar a ganar.
Esa es el en fondo la gran moraleja de esta
historia. Nunca es tarde para empezar a construir algo. Y desde luego siempre
estamos a tiempo de ilusionarnos con algo.
La faceta de dramaturgo del autor de esta historia
es claramente reconocible en la construcción de los escenarios de la misma,
espacios físicos vivos, dotados de constante movimiento, en ellos los personajes deambulan en la
ficción en escenarios que son reales, El metro de Madrid, las calles de Málaga,
como lo hace un actor en las tablas de
un escenario de teatro, haciendo mutis por el foro y desapareciendo entre
bambalinas, o entrando de vuelta al mismo para dar continuidad al espectáculo
con otro acto. Ese escenario está en constante movimiento, es algo reconocible
y palpable ya sea con el protagonista de
viaje subido en un tren para viajar de una ciudad a otra o para bajar a comprar
el pan o ir a dar un paseo por el barrio de Capuchinos. Siempre la
cotidianeidad, la rutina, lo corriente es base de una trama de la que no somos
ajenos porque los protagonistas viven en un mundo normal, del que participamos
nosotros porque es también el nuestro.
Para redondear el producto, la acción se describe con
ese estilo sencillo y claro, carente de ornamentos, donde los rodeos o
circunloquios están absolutamente de más, La historia y sus personajes fluyen,
transcurren con naturalidad y nos llevan con diálogos normales, con vocabulario
y expresiones de gente corriente por las calles de la ciudad. Palabras que se acomodan
a ese escenario frio de luz y hormigón y que aspiran a llevar al lector por el
meollo de la historia sin que sirvan de distracción.