Es uno de mis grandes recuerdos, casi diría referentes de mi infancia. Puede
que tuviera ocho o nueve años, durante las vacaciones de navidad, aprovechando
que la única cadena que emitía por televisión llenaba sus horas de programación con espacios
infantiles a tenor de las muchas horas libres de que disponiamos y que mayoritariamente pasabamos en casa; horas de dibujos animados o programas
presentados por el inolvidable Torrebruno y la malograda Sonia Martínez.
Fue entonces cuando supe, a
través de una película de dibujos animados, de la existencia de El jinete sin
cabeza, personaje siniestro que en las oscuras noches de invierno, perseguía a
imprudentes viajeros que se atrevian a internarse en medio de desolados parajes fantasmagóricos. Con unos mimbres así Imposible que para la
imaginación de un niño pasase desapercibida una historia así. Lo que no podía
sospechar que tampoco dejaría indiferente a la memoria de los adultos.
La historia del jinete sin
cabeza tiene ubicación física, en Sleepy
Hollow, una pequeña villa en el pueblo de Mount Pleasant, dentro del Condado de Winchester en Nueva York. En
ella el escritor romántico Washington
Irving, sitúa la acción de uno de sus cuentos, el principal y más famoso,
que configuran esta pequeña joya de relatos de misterio y terror, que es Viejos
cuentos de Nueva York.
Washington Irving construye esta colección
de pequeñas historias que, al igual que hicieron otros escritores consagrados
antes que él, atribuye su autoría a un viejo lugareño, entre cuyos legajos
encontrados casi por azar, se da cuenta de los aconteceres que se describen como
historias locales. Pero en realidad configuran un collage que sirve para
entender una parte importante de la Historia de los Estados Unidos: la de sus
primeros colonos y descendientes, de origen holandés en el caso de esta zona del nuevo país
creado a partir del siglo XVIII. Historias que hablan del día a día de sus
gentes, en su mayor parte campesinos, gentes sencillas, poco ilustradas en
muchos casos; haciéndose eco de estas historias presuntamente populares, el
autor lanza sus andanas y critica el espíritu crédulo de unas personas fácilmente
manipulables a través del que sin duda es el mayor de los condicionantes del
ser humano: el miedo.
A ambas orillas del Hudson, Irving
aprovecha las peculiaridades de un paisaje, nutrido de bosques densos y profundos
acompañados de escarpadas montañas para construir escenarios tétricos frecuentados
por espectros que habitan parajes inhóspitos y se aparecen o piratas que
navegan río arriba para enterrar sus tesoros fruto de rapiñas que nunca serán
encontrados pese al empeño de alguno de sus vecinos. Historias contadas al
calor del fuego de taberna, y la sugestión y persuasión del alcohol y la cerveza,
en frías noches de invierno, mimbres necesarios que alimentan un conjunto
de leyendas, construidas a base de
creencias transmitidas por el boca a boca, y siempre amparadas en la oscuridad de la noche
y sus inidentificables ruidos.
Sleepy
Hollow es hoy una moderna ciudad, en la que no queda rastro de la
vieja y austera vida rural habitual en la América del norte de comienzos del siglo XIX. En ella puede visitarse la vieja iglesia holandesa en torno a la cual el
descabezado jinete alemán que participase en la Guerra de Independencia cabalgaba persiguiendo al infeliz Ichabord Crane. En sus calles está muy presente el espíritu del cuento de terror, tanto como lo está el autor de este libro, cuyos restos están
enterrados en el cementerio de esta pequeña localidad.