Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




martes, 31 de marzo de 2020

Sorpresas

   Desde que nos hemos levantado apenas ha dejado de llover. Esa lluvia que tanta falta nos hace siempre y que con tanta gana esperamos habitualmente, hoy parece un tanto impertinente y fría, como si viniese a sumarse a la fiesta de pesadumbre que de un tiempo a esta parte nos acompaña. Es primavera, pero hace mucho frío. Mi madre diría aquello de a perro flaco... aún así abro la ventana y disfruto del aire limpio. Seguramente no he respirado en todo el tiempo que vivo en Madrid un aire más limpio que éste. Ya nos acordaremos de esto.

 En medio de tan nublado ambiente, suena el portero automático, sale mi chica diligente a contestar, cuelga y sin darse un respiro se calza y sale pitando de la casa. Tan solo he acertado a escuchar un tenue, espere abajo, no, no hace falta que entre en el portal, bajo yo.

 Apenas si se ha demorado cinco minutos, cuando he oído el giro de la llave en la cerradura y sentido sus pasos de regreso. He salido a su encuentro y me he encontrado con un paquete envuelto en plástico de burbujas.

 - Toma, es para tí.

 Dentro me he encontrado con tres libros. Cuando me he girado para preguntarle por qué lo había hecho, me ha soltado, así sin más, con esa sencillez y cercanía que hace que cada vez que dice algo, lo haga con una rotundidad insospechada:

- Llevas muchos días fuera de tu casa, y se que estás lejos de lo que más te gusta, que son tus libros, a ver si estos tres te ayudan a llevar mejor el confinamiento...

 He tenido que contenerme para no hacerme pis encima. Y aquí ando, sonriéndome mientras escribo esto, deseando apagar el ordenador para empezar los Discursos de Iseo, uno de los ibros que me ha traído.

 Sin querer ser frívolo, Bendito encierro.


 

lunes, 30 de marzo de 2020

Agua nieve

  Días de agua nieve,
  De caer copos a ratos, diluídos, apenas sin cuerpo, sin tamaño que imponga.
  Hace demasiado frío para que rompa a nevar.
  Hace demasiado frío para que se imponga la esperanza.
  Es un quiero y no puedo, que parece que siempre acompaña a comienzos de semana. 
  Otro Lunes de buenos pensamientos, de creer que esta semana es la buena,
  Otro comienzo de semana de trabajo lleno de incertidumbres, de muchas incógnitas.
  Otro inicio sesgado por la pena, por el miedo.
  Semanas de agua nieve, semanas plomizas, semanas planas.
  Semanas sin motivación, diluídas como el agua de esos copos que están a medio terminar, y que al llegar al suelo se diluyen.
    Desde este ventanal, contemplo sin ver, otro día que no parece, hoy tampoco, comenzar.

viernes, 27 de marzo de 2020

Pavelic



 Verdaderamente impactante, leer el artículo que publica hoy El País, titulado: Visnja Pavelic, la hija del genocida: medio siglo recluida en su piso de Madrid, en referencia a la hija de Ante Pavelic, afincada en Madrid hasta su fallecimiento en dos mil quince.

 Con la lectura del artículo, no he podido evitar recordar el trabajo de C.O.U. en la asignatura de Historia contemporánea que me pidió realizar mi profesor de entonces, tristemente ya fallecido, Maximino. Aquel trabajo que en esencia buscaba explicar los motivos de la terrible Guerra de los Balcanes, de cuyos ecos no terminamos de librarnos hoy, treinta años después de que surgiera el conflicto, me llevó por sinuosos caminos de la historia de ese país ficticio llamado Yugoslavia, que no fue otra cosa que un polvorín encubierto bajo el amparo del paraguas que ofreció la figura de Josef Broz (Tito), principal arquitecto de un régimen comunista que difícilmente pudo sobrevivir a su muerte, aunque viviese diez años más anclado en su gran mentira, hasta que el conflicto surgiera a principios de los años noventa.  

 Tirando del hilo y buscando en las raíces de la inquina y animadversión que croatas y serbios principalmente se han manifestado a lo largo de muchos años, no tardé en toparme con la figura de Ante Pavelic, político y dictador, fundador del Movimiento revolucionario de levantamiento croata, Ustacha, en la década de los años treinta, y que se erigió en caudillo o poglavni, del Estado Croata en los ominosos años de la Segunda Guerra Mundial, alineando a su país entre los incluidos en el Eje, o lo que es lo mismo, como aliado de la Alemania Nazi en el conflicto.

 De cómo gobernó el país en los primeros años de la década de los cuarenta, hasta que fue liberado de su yugo, dan cuenta testimonios de la época, así como una abundante bibliografía al respecto, que no duda en retratar a Pavelic como un nazi más, ejecutor de al menos trescientos mil civiles, especialmente en su principal campo de concentración en Jasenovac, donde fueron esclavizados, torturados y masacrados, romaníes, judíos y principalmente serbios, y es que el suyo, además de aliado de la locura expansionista nazi, fue un régimen dictatorial que principalmente alimentó el odio y rechazo de todo lo serbio.

 Escondido en un monasterio jesuita en Italia tras su derrocamiento, embarcó en un buque en Génova que le llevaría hasta Argentina, aprovechando las facilidades que ofrecía la denominada ruta clandestina Ratline, gracias a la cual otros conocidos genocidas, (Adolf Eichmann, Joseph Mengele, Klaus Barbie), pudieron huir de Europa, burlando a la justicia. Así durante diez años, vivió con su familia en el país austral como un empresario llegado al cono sur en busca de oportunidades de inversión y enriquecimiento, hasta que un atentado, sufrido en Buenos Aires en mil novecientos cincuenta y siete, le dejó físicamente maltrecho, pero vivo; fue entonces cuando amparándose en la protección que el franquismo ofreció en España a exconvictos de la Alemania nazi y sus aliados, fijó su residencia en Madrid, donde vivió dos años hasta su fallecimiento.

 Fotografías paseando por la Puerta del Sol, en una merienda de campo al lado de la carretera, o en Santa Pola, junto a la playa, el artículo referido hace mención a la vida sencilla de sus últimos meses de vida, como bien refiere su hija, principal valedora del testamento de su memoria y legado, que ha guardado celosamente en forma de documentos que no se han dado a conocer y que muy probablemente están bajo tierra como lo están ahora ella o su padre, tal y como reconoce en esta entrevista Visnja, que siempre negó que su padre fuera un asesino.  

 En el Cementerio de San Isidro de Madrid están los restos del dictador y su familia, tumba a la que nunca le faltan flores frescas y que es lugar de peregrinación de exaltados patrióticos y ultras futboleros. Bajo la inmensa lápida de piedra que cubre sus restos, hecha así para evitar que ningún vándalo pudiese profanar sus restos, queda uno de los principales valedores de esa infinita cuota de odio miserable que ha llevado a pueblos hermanos a enzarzarse en una de las guerras civiles más cruentas de la historia.

Referido artículo: 

https://elpais.com/elpais/2020/03/17/eps/1584471192_157479.html


jueves, 26 de marzo de 2020

Café Corona

 Café Corona, así es como hemos bautizado a la pequeña video llamada que todas las mañanas, nos hacemos un nutrido grupo de compañeros de trabajo.

 Empleamos herramientas que nos da la empresa para trabajar, tiramos de banda ancha o gastamos datos de internet, pero lo hacemos porque más allá de gastos o usos inapropiados, nos hace verdaderamente falta.

 Y una vez que se establece la conexión da igual de qué se hable, lo único importante es verse las caras y poder echarnos unas risas, esas que afloran simplemente por poder vernos, sin más.

 Para mañana nos hemos puesto de acuerdo para conectarnos todos tocados con algún gorro o sombrero, siempre haciendo de cada quedada virtual algo diferente. Y a ser posible tomando un buen café, que siempre sabe riquísimo cuando se toma en buena compañía.

 Uno piensa, vaya gilipollez, pero no; la cosa tiene su miga, y desde luego su importancia, más si cabe en estos días donde el roce se echa en falta, ese calor humano que tanto nos molesta a veces. Por mucho que nos empecinemos en demostrarnos lo contrario, lo que peor se lleva no es tanto el confinamiento, o el no poder salir de casa o hacer cosas; en el fondo lo que echamos de menos es a la gente. Aunque algunos ahora se echen de más al tener que pasar muchos días debajo del mismo techo.Nos quedaremos sin salud, puede que sin trabajo, hasta sin pareja, pero que no nos falte el rece del otro; sin eso nos convertimos en un pobre sujeto a la deriva.

 Estamos hechos para la convivencia, mal que les pese a algunos.No vamos a tener mejor prueba de ello que estos días de reclusión mayor por causa de pandemia.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Un punto de nostalgia

  Verte obligado a pasar tanto tiempo en casa, a veces da para mucho. Miro a mi alrededor y veo que todos lo llamamos casa, pero pocos seguramente puedan decir que el lugar donde viven es un hogar.

 Hogar en el sentido que nos inculcaron nuestros padres, ese sitio donde estabas a resguardo de todo lo que pudiera pasar ahí afuera, como si las paredes que delimitasen la casa fueran un fortín inexpugnable donde mandaba el capitán, si bien era la mayor parte de las veces una capitana la que se ponía en el puesto de vigía y contenía a las hordas enemigas.

  Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no valoro nada de lo que tengo en su justa medida. Tengo casi sesenta metros cuadrados a mi disposición, un dormitorio que me sobra para mi solo y un baño que solo utilizo yo. Donde quedarán aquellos tiempos en que ocho,( más el perro), vivíamos en una casa de noventa metros cuadros con un solo cuarto de baño en el que había que esperar turno para poder hacer uso de él.

 Tiene gracia pero nunca hubo problemas con eso, ni fue motivo alguno de solivianto de la convivencia; para colmo y encima estaba más limpio de lo que está ahora el mío, cuya puesta al día se me hace bola cuando es lo más simple del mundo.

 Ahora que paso tiempo en casa, y lo hago además solo, me vienen a la cabeza ruidos de aquellos años; ronquidos, ladridos de perro, pescadillas en harina pasadas por la sarten en la cocina, centrifugados de lavadora a todas horas, (un milagro que esa lavadora durase once años con una media de dos lavados diarios), discusiones de los vecinos, o gritos de goool, viendo algún partido... Todos ahora se ahogan en un silencio que siempre me parecía preciado cuando llegaba a mi piso, y que ahora me resulta triste por darme cuenta de que es parte de una soledad que es preciada cuando la buscas pero es dolorosa cuando te la imponen.

 Quizá ese exceso de indivualismo que tanto predicamos con nuestros actos, tuviera un punto de inflexión en momentos como los que ahora vivimos. Lo dejo en ese simple quizá. Algún día volverán las aguas a su cauce, y volveremos a ser tan egoistas como hasta ahora, o todavía más. Pero mientras eso ocurre, este silencio diario que cae rotundo con todo su peso, me hace pensar, y me lleva a ese punto de nostalgia que trae el recuerdo de un tiempo en que tuve un hogar y no estas cuatro paredes con las que cohabito, a ratos.


martes, 24 de marzo de 2020

Mi ventana


Miro por la ventana
Siento que tengo suerte.
Es sólo un descampado, lleno de maleza
Sobre una fosa séptica, apenas tiene mayor función que servir de pipi-can.
Decenas de vecinos acuden a él, de uno en uno, con o sin máscaras,
Para estirar las piernas y dar un paseo.
Nunca dio tanta envidia tener una mascota en casa.
Unos son tranquilos, y apenas olisquean los arbustos
Otros corretean sin parar, aprovechando la licencia para hacer ejercicio,
Ese que yo hago con ellos mentalmente mientras los miro,
Y andando por el pasillo y el salón, hasta dar dos mil pasos,
Cuando se hace de noche, mi reto diario.
Es mejor que mirar la tele.
Por mi ventana entra luz,
Y contemplo las vistas.
Edificios que se pueblan de linternas y bocinas
Para completar las salvas de aplausos de todos los días, a las 8
También veo las cuatro torres de Castellana, las cuatro y pico.
La quinta a medio construir,
va a buen ritmo, incluso ahora pese a las restricciones.
Es un espectáculo ver la Torre Cepsa con su lateral iluminado
Mandándonos mensajes en mitad de la noche:
Stay at home, Gracias
Pequeño espectáculo de luz y sonido, al que solo falta pirotecnia
Que ya sacaremos cuando acabe el confinamiento
Mi ventana es mi escaparate, mi salida ahí afuera.
Es mi ayuda, mi soporte, mi consuelo.
Es mi suerte.