Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 29 de marzo de 2017

La vida negociable

  Dos aspectos son recurrentes en las obras de Luis Landero que destacan sobre todo lo demás: uno, el ubicar sus historias en Madrid, ciudad que le acoge desde que siendo muy niño se trasladase con su familia a la capital desde su Extremadura natal, en los años cincuenta,  y el otro el de dar un cariz biográfico a sus historias. Biografías completas las de sus personajes que abarcan toda una vida, que se presenta completa, con origen y final que se extiende en un espacio temporal cifrado en años, como si necesitase de toda una vida para dar rienda suelta a su imaginación, y a su capacidad de describir situaciones y contextos, con ese vocabulario rico en matices y términos, que dan a cada libro un valor enorme y sorprendente.

  Y es que posiblemente Landero mantiene como referente en sus libros ese gran tema personal e intransferible que es el de contar una vida desde su inicio, que en su caso comienza con el traslado a la capital desde Alburquerque. Como ya ocurriera en otras obras en la que pueden adivinarse rasgos autobiográficos, (Véase Júpiter, Hoy; Absolución o El balcón de Invierno, por citar algunas de ellas), en esta nueva y esperada última novela, el protagonista cuenta la historia de su vida desde su más tierna infancia hasta bien entrada su edad adulta

 La vida negociable es la historia de Hugo,  un niño corriente, hijo de una familia media acomodada que cambia radicalmente de ser y de parecer cuando su madre le hace partícipe de un secreto. Ese misterio doméstico y familiar, del que Landero no nos da cuenta real hasta el final, manteniendo la intriga en un contexto cotidiano nada aparentemente apropiado para mantener misterios, es utilizado por el protagonista de esta historia para chantajear a sus padres a quienes condicionará su existencia, y por extensión la de aquellos que le rodean, incluyéndose él mismo.


 Una vez más Landero resume en tres palabras todo el contenido de la obra, en la que es sin duda una de las grandes cualidades de este escritor, la de titular brillantemente sus textos; La vida negociable no es solo un título, es un esquema integral, una proyección de lo que va a suceder y casi un resumen completo de lo que va a acontecer en sus más de trescientas páginas. Páginas que sirven a lector para reflexionar junto a Hugo sobre cómo transcurre una vida, qué decisiones se toman y como la interpretación que se hace de las mismas pueden marcar el rumbo de toda una existencia. El coste de oportunidad del que hablan los economistas adquiere en los personajes de Landero un tono dramático pero natural y creíble gracias a la ambientación de las historias y sus personajes siempre instalados en un contexto propio de gente corriente con vidas reconocibles.

 Desde que en 2015 saliera publicado El balcon de invierno, los abonados al landerismo se sentían huérfanos al no tener lectura alguna de este contador de historias imprescindible, que echarse a las manos. La espera ha merecido la pena.

lunes, 27 de marzo de 2017

Quioscos y cabinas

 No hace mucho me hacía eco en mi cuenta de Facebook de la desaparición del último quiosco de prensa en mi zona de residencia. Desde hace más de ocho años, vivo en una populosa barriada de la periferia de Madrid, muy conocida por su proximidad a la todavía denominada como carretera de Valencia, aunque no sea una carretera, (es una autopista), y no lleve sólo a Valencia. En mi parte del barrio hasta cuatro quioscos de prensa quedaban próximos a mi vivienda, si por cerca consideramos el darse un paseo, un domingo por la mañana pongamos por caso, y no tardar más de cinco minutos en llegar, para comprar lo que fuese: prensa, chuches, encargar algún libro coleccionable...La irrupción cada vez de mayor de internet y su uso para leer noticias actualizadas en tiempo real, ha convertido en una práctica en desuso comprar periódicos o revistas en papel, práctica  a la que yo también desgraciadamente me he abonado, mermando y de que manera la principal fuente de ingresos de este tipo de establecimientos, probablemente solo rentables en determinadas zonas de gran trasiego.

  Algo similar ha ocurrido con las cabinas de teléfono. Uno de los iconos de mi infancia. Recuerdo perfectamente la primera vez, (y única), que vi La Cabina, aquel famoso montaje de terror surrealista escrito y dirigido a medias por Antonio Mercero y José Luis Garci, en que José Luis López Vázquez caía atrapado en las garras de una cabina de las de antes, habitáculos con forma de ortoedro puesto de pie,  cuya puerta plegable en dos partes a veces se atascaba cuando intentabas abrirla para entrar o salir. Como me impactaría el visionado de la película, no creo que tuviera más de seis o siete años cuando la vi, que recuerdo perfectamente como en una ocasión acompañando a mi madre para hacer una llamada, me quedé detrás de ella con el pie puesto en la puerta pleglable para que no se cerrara del todo.



 Al igual que sucediese con los quioscos,  no queda ni rastro de las cabinas en el barrio. Los medios ya se hicieron eco de la finalización del contrato de mantenimiento de estos puestos de llamada, de concesión pública, a finales del año pasado, una vez que el último contrato firmado del que se había hecho cargo el principal operador de telefonía del país, terminase con fecha treinta y uno de diciembre. La escasa rentabilidad de este servicio, apenas utilizado desde la generalización del uso del teléfono móvil, ha convertido en carcasas inútiles a las cabinas minimalistas de la última generación que podían verse en calles y plazas y que  en nada se parecían a la cabina-ataud que atrapó a López Vázquez en la película.

 La nuevas formas de comunicación, de información y de divertimento estan aportando su granito de arena y ayudando a modificar el paisaje cotidiano, eliminando de la estética urbana quioscos y cabinas, elementos inconfundiblemente clásicos de ese espacio de convivencia que es una ciudad. Han ido borrándose, desapareciendo a nuestra vista sin que apenas nos hayamos dando cuenta, como desaparece una planta  que se seca y nadie reemplaza. Y es que incluso en la  denominada  jungla de neón y hormigón, también hay cosas que mueren y desaparecen, como si fueran víctimas de una especie de darwinismo urbano.

 

viernes, 24 de marzo de 2017

Qbits

 Un sistema cuántico. Para calcular más deprisa. Es cuestión de rapidez, De velocidad. De vértigo. La carrera por producir computadoras más potentes de uso universal ha comenzado. Los viejos bits puede que sean cosa del pasado en apenas una década ¿ El objeto? Llegar antes, llegar mejor, tener más información. Conseguir con ello más respuestas, y poder aplicarlas a cuantos campos sean posibles: la ciencia, la medicina, la seguridad...

 Tantas aplicaciones como se quieran.Y siempre a través de una máquina. Sus cálculos siempre estarán supervisados, controlados, analizados y mejorados. Siempre estará detrás de ellos una persona, que buscará mejorar resultados, y poder interpretarlos y entenderlos. Y tambien utilizarlos con fines interesados.

 Velocidad e información. Van cogidas de la mano. Me pregunto si estamos preparados para asumir esos cambios. Los saltos exponenciales son mentalmente dificiles de digerir. Pueden producir exceso, saturar la capacidad de asimilación y con ello, pueden conducir al error, a la manipulación.

 Del mismo modo que se usan qbits para computar más rapido, qué sistema mental requerirán nuestras cabezas para procesar esos cambios. Y cómo seremos capaces de salvaguardarnos de quien nos bombardee con ello, con el único objeto de controlarnos.


jueves, 23 de marzo de 2017

Pasillo de ida y vuelta

 Como cada tarde, sale caminando despacio, camino del metro. Apenas son cinco minutos de paseo, pero los disfruta con gusto; sentir que el aire de la tarde le da en la cara después de muchas horas dentro de la oficina, le devuelve la energía y la sonrisa.

 Ya en el vagón del tren, invierte el tiempo en leer algún libro, o simplemente en mirar a la gente. En la siguiente parada a la suya, zona de muchas oficinas, se llena enseguida el convoy. Tiene su parte mala y buena. La mala es la incomodidad que genera la aglomeración de gente. La buena es que se suben muchas chicas, y siempre se deleita mirándolas, especialmente las que le resultan más guapas.

 Una vez por semana cambia de ruta. Normalmente va directo a casa, salvo los lunes que va al centro a hacer cosas. Esos días cambia de tren en Diego de León, perdiéndose por pasillos largos que obligan a caminar un buen trecho para pasar de una linea a otra. 

 Al principio no se percató. Caminaba por aquel pasillo, el que comunica la linea verde con la circular, siguiendo la estela de los que le precedían, mirando a ratos el suelo, prestando atención a algún músico que en alguna de las esquinas del trayecto tocaba su instrumento o cantaba. Caminaba por caminar, convencido de hacerlo por una zona que no transitaba mucho.

 Hasta que un día se dio cuenta. No caminaba por terreno baldío, Le parecía extraño porque lo hacia en una dirección diferente. Pero aquellas pisadas de cada lunes, solo eran un desandar de aquellos pasos que antiguamente hacía acompañado.

 No hace mucho que ese mismo pasillo, lo transitaba en dirección inversa. Cogido de la mano. De la mano de ella. Siempre muy de mañana, aprovechando la coincidencia de ruta. Permitiéndole dejarla en su trabajo antes de ir al suyo. Aquel pasillo tenia un visión diferente, con caras diferentes, aún somnolientas. Un ruido diferente, con los pasos silenciosos, solo acompañados por la voz de una chica rumana que en una esquina, cantaba canciones acompañada de un pequeño equipo de sonido. Lo hacía realmente mal, pero el simple hecho de que cantase  Chiquitita  de ABBA, le resultaba entrañable. Le recordaba a su infancia en que la oyera infinidad de veces. Al poco de pasar a la rumana con su canción, se despedía de ella dándole un beso, y se separaban. Ella escaleras mecánicas arriba para salir a la calle. El camino del enlace con la línea cinco.

 Hoy ese camino de ida se ha convertido en un camino de vuelta. La rumana ya no canta, y su mano izquierda camina libre, sin sujetar la de nadie. Y cada lunes que camina por ese pasillo, siente que poco a poco va desandando pasos que le hacen olvidar un pasado, que no tiene cabida en este presente, que va a paso firme por otra dirección, sin andar por un camino diferente.

domingo, 12 de marzo de 2017

Etapas

  Me pregunto en que momento uno termina una etapa y empieza otra. Los domingos desde hace ya mucho tiempo son días aprovechados intensamente. Me levanto temprano, leo los periódicos, todos, mientras desayuno, y el resto de la mañana suelo invertirlo en hacer algún tipo de actividad, un paseo en bicicleta, una vuelta por el centro, ir a alguna exposición... Si decido quedarme en casa, me abandono a mis libros y a la lectura hasta la hora de comer. Un domingo que no madrugo y no aprovecho en hacer cosas es un domingo perdido, antesala perfecta para empezar mal la semana de trabajo  al dia siguiente. 

  ¿Dónde quedaron los fines de semana de salir todos los sábados hasta las mil y levantarme a la hora de comer el domingo?  Y pensar que era una necesidad que ahora se ha convertido en pereza. Me gustaría ir hacia atrás y buscar el momento exacto, el día o la ocasión en que mis prioridades pasaron de un lugar a otro, y mis momentos de ocio cambiaron. Porque no es cierto que uno se canse de todo. Sigue gustándome salir, tomar algo en buena compañía, disfrutar de una noche de fiesta. Me gustaría en fin, dar marcha atrás y comprobar en qué momento la etapa de salir todos los fines de semana dio  paso a la de disfrutar de mi tiempo de ocio de otra manera.

 Es curioso como uno conoce bien y sabe identificar todas y cada una de las etapas que ha vivido, ( y vive), en su vida, pero no necesariamente tiene conciencia del momento en que saltó de una a otra.  Especialmente cuando esas etapas no están asociadas a un acontecimiento vital, como el nacimiento de un hijo o algún hecho traumático.

 Lo cierto es que uno simplemente vive, y va pasando fechas del calendario llenando sus días con actividades y vivencias que lejos de lo que dicen los tópicos, no están sujetas ni a la edad ni a determinados convencionalismos, por mucho que socialmente se espere un comportamiento determinado según la circunstancias. Cada uno rellena páginas de un libro en blanco que solo podemos escribir nosotros mismos y que no siempre es una historia preconcebida de antemano.



 


jueves, 9 de marzo de 2017

Capítulo 200

 Hola a todos, aunque en realidad debería decir por ahora, hola a mi mismo...

 Así comenzaba la primera entrega de este blog, escrito un nueve de marzo de dos mil doce. Hace ahora exactamente cinco años.

 Cinco años. En este tiempo este espacio ha recibido diez mil visitas, y son doscientas las entradas que configuran el cuerpo que da sentido a su existencia.

 En este tiempo ha habido sitio para reflexionar y escribir sobre casi todo. Como no podría ser de otro modo, tras unos comienzos titubeantes, a los temas que me son propios, política y cultura, han ido incorporándose otros argumentos; revisando entradas que con notoria irregularidad han ido llenando de contenido este espacio, mi querencia por la realidad ha ido dejando cada vez más sitio a la ficción, a los textos de cosecha propia, que poco a poco van dando alas a mis evidentes inquietudes de escribir y algún día poder publicar.

 Mentiría si dijese que no me siento satisfecho. Confieso que no pretendo seducir a nadie con mis delirios y diatribas, ni aspiro a crear seguidores que me muestren fe incondicional. Ese era uno de los grandes ideales sobre los que se han ido construyendo cada uno de los textos, y cinco años después de mantiene intacto.

 El objetivo es seguir ampliando, seguir escribiendo. Cada vez que alguno de los que me seguís, leéis algo de lo aquí escrito, me hacéis el hombre más feliz del mundo. Tan solo pensar que has invertido unos minutos de tu tiempo en leer algo que yo haya escrito, me hace casi entrar en trance. Y aunque no tenga modo de decírtelo, porque no eres amigo o conocido, porque anónimamente entras pero no me haces saber quien eres, quiero que sepas que tu simple lectura me obliga; me da alas,  eres un acicate que me empuja a seguir con la labor, me empuja a seguir escribiendo. De todo corazón gracias.

 Hay que seguir. Feliz aniversario Sunset Cuarenta.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Ocho de marzo

 Hoy es ocho de marzo, día de la mujer trabajadora. De entre todos los días señalados en el calendario, es junto al día del trabajo el más destacado.

 Es siempre día para hacer balance, para recordar a todas las que durante años han peleado para dar a la mujer el lugar que se merece, que no es otro que el de estar en completa igualda con los hombres. Este día me acuerdo de mujeres como Mary Wollstonecraft, de Maria Montessori, de Clara Campoamor o Rigoberta Menchú.  Son solo una parte entre otras muchas, casi siempre en absoluto anonimato, que día a día luchan y trabajan por consolidar esos derechos que hoy se conmemoran y celebran. Un día reseñable, pero de nada sirve poner en un pedestal a la mujer durante veinticuatro horas,  si no se la trata de igual a igual a esta el resto del año.

 ¿Cómo combatir el machismo? A veces pequeños detalles, pequeños gestos ayudan a poner a cada uno a su sitio, sin necesidad de hacer grandes cosas, ni celebrar con boato festividad alguna. Siempre he pensado que el machismo empieza por lo más cercano, por el núcleo familiar. El día que las tareas domésticas dejen de ser coto vedado a los hombres y sean labor compartida entre todos los integrantes, buena parte del camino ya estará hecho.

 Algo tan simple como la igualdad de tareas, es la llave que moverá el cambio. Porque a día de hoy esa llave no esta activada en muchos sitios.  Solo con el día a día, con la adquisición de rutinas, con la asimilación de que nada es patrimonio ni obligación de nadie en particular, solo así podrá liberarse a la mujer de un yugo que antes que físico es mental, es pura adquisición cultural, algo sobrevenido, por el simple hecho de pertenecer a un grupo determinado. Seamos valientes y cambiemos ciertas inercias. Tan solo lavando los platos podemos dar un paso decisivo.

 Se quejaba un compañero de trabajo que por qué se celebraba el día de la mujer, que lo consideraba discriminatorio. Tal vez porque los otros trescientos sesenta y cuatro son días de hombres, tal vez sea por eso por lo que sería redundante crear un festivo específico. Si al menos restásemos días al calendario de cincuenta y dos semanas, y consiguiéramos que más días las mujeres no fuesen tratadas de menos, tal vez, algún día, el ocho de marzo no tendría caso alguno que se celebrase.

martes, 7 de marzo de 2017

En lo alto de la cuesta

 Aquella rampa se las traía. No tendría más de doscientos metros, pero el desnivel, que no sabía precisar, se hacía notar a poco de comenzar a subir. Hacía el típico día nublado, con brumas de esas que en mitad del campo se desperezan lentamente y que no terminan por disiparse hasta bien entrada la mañana.Pese al frescor de la temperatura, comenzó a notar como la frente se le llenaba de gotas de sudor,  y como esa transpiración continuaba expandiéndose, por todo su cuerpo, especialmente por la espalda, a la que el contacto con la mochila le bastaba para comenzar a sudar.

 Notaba como sufrían sus rodillas, que al ir avanzado con pasos inclinados hacían que el peso que llevaba a la espalda se repartiese de modo diferente sobre sus piernas. Después de varios días de caminata, rodillas y tobillos no dejaban de quejarse, algo que sólo con reposo y convenientes refriegas de alguna pomada de farmacia, conseguía aliviar, al llegar día tras día a cada albergue, pero que a medida que pasaban las jornadas, hacía más difícil recuperar unas articulaciones que llegarían agotadas a la meta final.

 Como siempre hacía cada vez que subía una cuesta, dejaba que sus ojos sólo mirasen al suelo, como si con la mirada ayudase a casa paso a dar el relevo a la otra pierna. En alguna parte había leído que la mejor manera de no agobiarse con lo que quedaba para terminar era concentrando la mirada y la atención en otro punto, y no tardó en encontrarle sentido a esa idea, una vez que él se puso en faena.A veces contaba los pasos para darse ánimos, otras veces miraba a los lados y se ponía metas intermedias, llegar a algún árbol o a alguna señal que hubiese en el camino, siempre manteniendo la vista lejos del objetivo real, el final de la cuesta, aquel que imaginaba cada vez más cerca.

 Pero esa vez, se hizo trampas a sí mismo. De un modo reflejo sus ojos se dirigieron hacia delante y allí enfrente, en lo alto de la cuesta, estaba él.

 Aunque aún lo veía pequeño se notaba que era un perro grande; por un momento se quedó como bloqueado con la vista que tenia delante, pero sus pies, quizá porque estaban ya hechos al ritmo de la caminata seguían haciéndole progresar. Eso mejoraba su visión del animal que, quieto, se había plantado en mitad del camino y miraba hacia abajo. 

 Faltarían unos escasos cincuenta metros cuando un miedo irracional se apoderó de él, corriéndole un escalofrío por la espina dorsal. Si ya transpiraba fruto del esfuerzo, ese miedo repentino, hizo que se acrecentase todavía más, volviéndose un sudor frío. La camiseta estaba encharcada, y el roce con la mochila ahora le molestaba, creando una sensación de humedad que le hacía tiritar. El miedo y el sudor terminaron por hacerle parar  la marcha.

Aquello no alteró las intenciones del animal, que seguía en lo alto, quieto, sin mover el rabo o las orejas, sin hacer gesto alguno que no fuera mantenerse erguido en sus cuatro patas con la cabeza ligeramente ladeada hacia la izquierda, y los ojos fijos, centrados en lo que venía de abajo. Esa falta de movimiento generaba más incertidumbre al momento, obligando al caminante a plantearse qué hacer.

 Lo único que tenía claro es que parecía un perro pastor, un cruce de alguna raza de pastoreo, quizá un mastín; seguramente atraído por el ruido de sus pasos y de su palo, que en cuestas como esta era un apoyo necesario para seguir la caminata. Pero no había cerca nada que indicase la presencia de un rebaño, o casa alguna de donde pudiera proceder el animal. Eso provocaba todavía más desazón llegando el momento de plantearse alguna alternativa con la que evitar el  paso por ese camino.

 A la izquierda había un terraplén pronunciado, que ofrecía vistas a un valle precioso, cosa que en aquel momento pasaba desapercibido; a la derecha, un montículo de varios metros, terminaba coronado en un bosque de arboles altos, que tampoco servía de alternativa. Solo quedaba plantearse bajar, sin que el plano de ruta que llevaba le sugiriese ruta alguna alternativa. 

 Estaba atrapado en medio de aquel paraje, sin nadie a quien recurrir. Estaban sólos el perro y él.

 Repentinamente se armó de valor y sus pies continuaron la marcha, con paso firme y decidido. Para tratar de mandar un mensaje intimidatorio a quien le esperaba arriba comenzó a dar golpes fuertes con el palo, que caía a plomo en el suelo, que en esa parte estaba lleno de cantos y piedra que le facilitaban la tarea de hacer ruido. La distancia fue haciéndose mínima, ya podía ver el color marrón oscuro del pelaje del animal, el gesto de su cara, que mostraba un perro viejo, de ojos con bolsas y canas en el hocico. las patas fuertes, terminadas en unas pezuñas grandes que seguían quietas, como si se hubieran clavado al suelo. Cuando quiso darse cuenta ya estaba al lado, justo al lado. Tuvo que irse hacia su derecha porque ni aún echándose encima el animal hizo gesto alguno de moverse; y así pasó  sin dejar de caminar, mirando siempre hacia delante, y de cuando en cuando por el rabillo del ojo para ver si le seguía.

 Andados un centenar de metros, se giró para ver donde estaba el animal. Lo encontró allí mismo, en la misma postura desde la que antes le observaba en la subida. Si antes tenía la cabeza girada hacia un lado, ahora hacía lo propio hacia donde estaba él y desde la lejanía creía ver el mismo gesto, la misma boca semi abierta y los mismos ojos cansados de quien a buen seguro habrá visto caminantes como él a centenares, desde esa su pequeña atalaya, sin mayor interés que la simple curiosidad

domingo, 5 de marzo de 2017

Ternura

 Madrid va a dedicarle una plaza, en Lavapiés, barrio donde nació. No puedo evitar una sonrisa, grande, limpia, hermosa. Una sonrisa llena de ternura, como la que repartia a paladas Gloria Fuertes en sus versos y en sus cuentos infantiles.

 Ternura, esa es la palabra. Aquella señora de cabellos blancos, que salía por la tele recitando  poemas con esa voz y esa cadencia tan peculiares, nos dio a toda una generación, la oportunidad de conocer el amor con esa inocencia, como sólo podria hacerlo una persona con un corazón tan grande y generoso.

 Recuerdos de infancia. Un globo dos globos, tres globos, la luna es un globo que se me escapó.  Rosa León y las brujerías del brujito de Gulubú. Charlie Rivel con su guitarra y su silla sobre un escenario.

  ¿ Quién cuenta la ternura hoy así?


sábado, 4 de marzo de 2017

La mañana

 Despierto desde las siete, un sábado. Vigilia con sábanas que se pegan. Ensoñaciones que le hacen creer que sigue durmiendo. Café y magdalenas para mojar un futuro en el que no se levante sólo.

viernes, 3 de marzo de 2017

La entrevista


- Tú no te preocupes, cuando llegues a la entrada mira a tu izquierda y dirígete a la sala que está al final, junto a las cristaleras. Allí te estará esperando Teresa que te preguntará si vienes para la entrevista del puesto de encargado y te dará el formulario que tienes que hacer como que rellenas, compórtate con naturalidad y ya está.

  Esas eran las instrucciones que me dio David, y con ellas llegué al hall del Hotel Carlton a las cinco menos diez, un poco antes de la hora que me había indicado. No sabía realmente por qué estaba tan nervioso. Apenas si iba a ser un mero figurante que se sentase en uno de aquellos sillones donde ya estaban Emilio, Ángel y Nuria haciendo el mismo paripé que comenzaba yo en ese instante. Teresa me recibió como estaba previsto. Estaba guapísima con un vestido de dos piezas que parecía el uniforme de una azafata de avión. Al fondo, en una mesa instalada en un rincón, adoptando aires de mucha profesionalidad, David y su colega, un profesor de la escuela de criminología, hacían como que miraban documentos, muy en su papel de entrevistadores. Cogí mi formulario y una vez acomodado empecé a leerlo, si bien cada poco levantaba la mirada para ver que hacían mis compañeros de reparto, y mientras tanto ni rastro del protagonista de este sainete, cocinado por David, con el objeto de conseguir una prueba caligráfica que usar en un juicio por daños y perjuicios para su clienta, una empresaria de hostelería arruinada por su ex pareja a quien había contratado como camarero y con el que acabó manteniendo una relación sentimental destructiva; aquella mujer se convirtió así en el primer cliente de David, poco después de que consiguiera la licencia de detective privado.
    
 Los minutos pasaban lentamente; probablemente empujado por la comodidad de aquel mullido sillón, mi cuerpo fue relajándose, llegando a lanzar una tímida sonrisa a Nuria que sentada a mi lado, con los ojos, parecía decirme, ¿ Qué pasa, no aparece este tío o qué? Las manijas de mi reloj parecían no obedecer al tiempo que como si estuviera congelado nos mantenía maniatados en una situación artificial en medio del trajín cotidiano del hotel. Ir y venir de maletas, camareros con bandejas y bebidas, Unos críos jugaban con un oso de peluche en recepción mientras esperaban a que sus padres terminaran de realizar sus gestiones en el vestíbulo... Entretenido estaba en observar al público de aquel hotel a esa hora de ese viernes de mayo, cuando sin darme cuenta, nuestro sujeto apareció.

  Tendría unos cuarenta años, moreno, alto, de pelo lacio bien cortado y peinado hacia un lado, sin apenas canas, adornaba su cara con unas gafas de montura redonda plateadas, que le daban un aire interesante, un tanto bohemio. Vestía una camisa a rayas bien planchada y unos pantalones de pinzas oscuros que conjuntaba con unos zapatos negros italianos muy limpios.  Cuando Teresa le abordó para darle su formulario, le echó a esta la misma mirada interesada que un rato antes le había echado yo. Cogió su folio, su bolígrafo, y sin más se sentó en uno de aquellos sofás donde nosotros esperábamos desde hacía un rato, donde estábamos esperándole a él. La casualidad quiso que un segundo antes quedase libre justo el que estaba en frente de mí, con lo cual, cara con cara lo tuve delante durante unos minutos.

  Como si alguien me hubiese reactivado por dentro apretando algún tipo de botón, dejé mi actitud pasiva y observadora y me puse a escribir en aquel formulario que creía tener que tocar, cosa que con la presencia del protagonista de la farsa cambió. Con parsimonia fui escribiendo mi nombre, mis apellidos, al tiempo que pensaba en qué estaría haciendo él. 

  La curiosidad me podía así que alcé la cabeza como si estuviera haciendo que pensaba en algo, cuando al mirarle, note que él estaba haciendo lo propio conmigo. Durante unos instantes nuestras miradas se cruzaron, y así estuvieron hasta que yo me decidí a apartar la mía. Frío, con cierto desdén, clavó sus ojos en mí con la rotundidad propia de una persona fuerte y segura de sí misma. Me miraba sin mirarme, seguramente porque de ese modo su mente se desentendía de lo que había en sus manos, un papel y un bolígrafo, que apenas si había utilizado. Apenas si había escrito una palabra a medio terminar que parecía ser un nombre. Tal vez algo no le cuadraba, o se sentía incómodo asistiendo a ese proceso de selección de un encargado de restaurante, que por ser para una hipotética franquicia se hacía en un hotel y no en el propio local, como corresponde al modo habitual de entrevistas del mundo de la hostelería. 

  Repentinamente empecé a sudar. Me vino esa sensación tan poco agradable de sentir como mi cuerpo transpiraba y comencé a olisquearme como si fuese un perro, por temor a que mi cuerpo o mis ropas pudieran generar algún tipo de mal olor. Estaba cada vez más incómodo y cada vez que alzaba la cabeza ahí estaba él que como si fuese una estatua apenas se movía, manteniendo su mirada puesta en quien tenía delante, o sea en mí. ¿Se estará dando cuenta?, me dije, a quien su postura empezaba a intimidarme de ya  de manera considerable. ¿Se habrá dado cuenta del montaje, y habrá visto algo que le haga sospechar? ¿Seré yo el culpable?

  Mis dudas tocaron a su fin gracias a Teresa, mi salvadora, que comenzaba el siguiente acto llamando a mi inquisidor vecino por su nombre, que resultó ser Fernando, para que hiciese su entrevista fingida. Y así se levantó y se fue; aprovechando que me daba la espalda di un resoplido que oyeron todos mis compinches produciendo un alborozo contenido en ese momento que pasó más tarde a risa generalizada en la cafetería de la Calle Atocha, donde nos reunimos todos después para comentar la experiencia y en la que fui casi tan protagonista como Teresa y los entrevistadores, que eran con mucho los que verdaderamente habían arriesgado en esta escena.

   David y su profesor consiguieron que Fernando escribiera algunos datos completos y ese papel fue a parar a manos de un juez, acompañado de una declaración de un perito que cotejó aquellas palabras con otros escritos donde su letra y su firma aparecían suplantando la de aquella mujer que gracias a la pericia de David ganó el juicio. Han pasado los años y recuerdo la experiencia como algo gratificante; ayudamos a aquella pobre mujer, pero si hay algo que no olvidaré nunca es el rictus y los ojos de aquel sujeto de mirada fría que si algún día volviera a ver, reconocería seguro. Y al pensarlo me surge una duda que me inquieta como me inquietó aquella noche cuando me acosté temprano, más cansado de lo habitual por culpa de las emociones vividas. Si me viera él de nuevo, ¿Me reconocería a mí?

jueves, 2 de marzo de 2017

Tira y afloja

A la Virgen invitada a ser reinona en la gala Drag Queen se ha sumado el triste espectáculo del autobús naranja de paseo por Madrid con su mensaje excluyente. Provocación, generar controversia; sobre todo zaherir, sabedores de que la imagen no pasará inadvertida, de que levantará  ampollas. Ese es el fin.

 Polémica ha habido siempre, igual que gente irreverente, maleducada o simplemente retrógrada que disfruta lanzando andanadas, sabedores de que no dejarán indiferentes con su mensajes.

Llaman poderosamente la atención las reacciones de quienes se sienten ofendidos, cuyo grado de indignación, parece magnificarse gracias a las múltiples posibilidades que de protesta dan las redes sociales. Ahora es muy fácil hacerse oir, así como conseguir cierto eco, gracias al seguimiento que de algunos comentarios se hacen por la red, en determinados foros, donde los participantes primero buscan puntos de encuentro, estar de acuerdo en lo básico con los otros , para luego competir en audacia e ingenio con sus ideas a través  de twits, posts, etc.

 Detrás de todo hay unas dosis notables de infantilismo. En algunos casos la protesta contra la ofensa adquiere tintes de un dramatismo que termina por caer en lo grotesco. Respuestas excesivas,  reacciones desmedidas,  recurso al insulto fácil y todo ello, iniciado con una acción, que se pretende cada vez más original, al emplear en cada ocasión nuevos recursos para poner en práctica iniciativas que necesitan ser diferentes para llamar la atención, y que en este caso han aprovechado un concurso de carnaval, o la publicidad en un autobús de color chillón, pero que mañana pueden colgar una pancarta de un rascacielos, o desnudar a cientos de personas en una plaza pública. Lo importante es el gesto, y que este haga de mecha, que una vez encendida, explotará la bomba en internet.

 La pelea se dirime en realidad en la red; y es allí donde cada vez más, los jueces se convierten en árbitros, de pleitos  que no pocas veces son absurdos  o rocambolescos y que al paso que vamos, van a obligar a crear jueces cibernéticos,  especie de salomones que repartan justicia, en vez de saturar dependencias judiciales con demandas y querellas contra el derecho al honor u otros delitos.

 Ya sea por la novedad,  por lo reciente de estos medios, llegará un dia en que esta clase cosas dejarán de ser noticia, y estos tiras y aflojas entre unos y otros, no alterarán  el día a dia de la gente, que por fuerza ha de preocuparse de cosas más importantes.