No hay época como esta para
sentir como huelen las calles, verdadera macedonia de fragancias fruto de la
semana de pasión que de tan variopintos modos se celebra por toda la geografía.
Estos días huelen a rama
de olivo, a incienso; huelen a flores, a cirio caliente.
Huelen a rosquillas, a
buñuelos, a torrijas; olfato y gusto se fusionan para dar al comensal la
oportunidad de degustar comidas que difícilmente catará el resto del año.
Y con la primavera recién
estrenada, parece difícil encontrar otro momento del año donde se puedan
encontrar tantos y tan diferentes aromas.
En medio de tal variedad
de efluvios, también cabe distinguir olores poco agradables, provenientes de
alguna sustancia mefítica que hace que literalmente huela a rayos.
¿Por qué la tradición
tiene que servir de excusa a algunos para imponer cosas que nadie pide ni a
nadie importan?
Otro año más, se ha dado
orden de hacer ondear a media asta la banderas en los cuarteles en señal de
duelo por la muerte de Cristo.
Otro año más la
intransigencia de algunos, que creen que el respaldo de los sufragios les da
derecho a disponer de las instituciones que son de todos, y que por tanto no
deben emplearse en provecho de una confesión en particular, ha dado como
resultado utilizar las instituciones castrenses para hacer gestos que en nada
son un homenaje a los católicos y a su Semana Santa. De hecho son ellos los
primeros a los que se falta al respeto, por utilizar sus liturgias y actos
trasladados a la calle estos días, en forma de procesión, con fines torticeros
y propagandísticos.
Otra semana Santa más, vivimos rodeamos de aromas, aunque algunos huelan mal y
a rancio.