Se avencinan días entrañables. Visita con la familia a las raíces del clan en tierras extremeñas.
Volver a visitar calles que pisé muy de niño, tanto que no las recuerdo. Hacerlo con mis padres le da un plus de emotividad. Serán días para el recuerdo, para el silencio y la emoción, días de homenaje a los que ya no están, con la obligada visita al cementerio para poner flores en las tumbas de los abuelos.
Una de las cosas que quiero volver a descubrir es la gastronomía de la tierra, tan sabrosa y abundante como poco conocida; de entre todos sus suculentos platos, echaremos el ojo a uno de los guisos insignia de la zona, las migas, esas que de niño veía comer a mis padres con un buen tazón de café al lado, algo que incluso hoy sigue resultándome completamente imcomprensible.
Sigue la cuenta atrás, unas horas de tren para juntarnos en tierras malacitanas, antes de iniciar la ruta en coche y por carretera, aislados del fogonazo externo de este sol tan inmisericorde. No será óbice en nuestra ilusión por completar este viaje tan largamente procrastinado.
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