Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 27 de abril de 2016

Chernobyl

  Tal día como ayer se cumplieron treinta años. Aquel veintiséis de abril, Prípiat, ciudad industrial construida a tres kilómetros escasos de la central nuclear en donde se produjo la catástrofe, vivía sus primeras horas del desastre, aun inmovilizada, e inconsciente del peligro que acechaba sus casas y del tremendo riesgo que acabaría por marcar sus vidas. Los habitantes de esta urbe soviética, ejemplo del progreso industrial comunista y de la utilización civil de la energía nuclear, vivirían en apenas unas horas el desmantelamiento y evacuación de todos sus miembros, condenados a una especie de diáspora existencial, salpicada por el miedo, la pena por dejar atrás toda una vida y el señalamiento de aquellos que les marcaban como individuos apestados. Acompañados además en no pocos casos, por la enfermedad y la muerte, reconocible en el cáncer de tiroides, única dolencia que puede relacionarse directamente con la radiación tres décadas después y por otras muchas enfermedades, que se intuyen y que se asocian a aquella infausta fecha donde una cadena de fallos condenó a esta zona de Ucrania a la soledad y el aislamiento,
 
   Aquella tragedia supuso el punto y final de la U.R.S.S. como proyecto político y de estado. Fue la puntilla, tan sólo corroborada unos meses después con el conjunto de acciones que desencadenaron la caída del Muro de Berlín, certificación oficial de defunción del proyecto del Soviet. Visto con la perspectiva que dan tres décadas de distancia, el caso parece algo vetusto y anacrónico, fruto de un tiempo y una época ya conclusas. Sin embargo, desastres como el de Fukushima, cuyas consecuencias definitivas no han sido aún perfiladas, mantienen incólume el espíritu de Chernobyl, primera gran tragedia de la historia, asociada a la energía la atómica con usos pacíficos, que no ha dejado nunca de crear polémica por sus riesgos en la transformación de energía y almacenaje de sus residuos derivados.

   No quisiera caer en la tentación de utilizar estas líneas, para armar un alegato más en contra de la energía atómica. Mucha y variada, además de bien documentada es la literatura científica disponible al efecto. No he querido dejar pasar la oportunidad de incluir entre mis temas de escritura a este hecho, por respeto a las víctimas y homenaje a los valientes que entonces, con apenas medios y con unas dosis de valentía y proeza que traspasaron la linea de la temeridad y ahora, trabajan en las instalaciones desmantelando restos y construyendo un sarcófago de cuyo coste no hay cifras que se ajusten a un patrón fijo, tal vez porque intentar cerrar el reactor afectado en una cápsula aislante sea como intentar ponerle puertas al campo. Será un parapeto con certificado de permanencia por un tiempo, que no eliminará el riesgo de contaminación cifrado en cientos de años. Quizá algún día la comunidad científica encuentre el modo de contrarrestar los efectos del cesio 137, y demás elementos o compuestos químico-tóxicos. Mientras sólo podremos conformarnos con aislar el problema y ver correr en libertad a toda suerte de animales que han encontrado en la radiación un refugio seguro en el que guarecerse del más letal de todos los peligros: el hombre y su congénita imprudencia y afán destructor. Qué paradoja.

viernes, 22 de abril de 2016

Cervantes

 Mañana es veintitrés de abril.  Tal y como consta en la biografía oficial, mañana se cumplirán cuatrocientos años del deceso del autor del Quijote, la obra literaria más impresa y traducida  en la historia de la humanidad, detrás justo de la Biblia. Quizá sea una simple fecha, una simple efeméride a recordar, para mi es un día señalado, como creo que lo será para todos los amantes de la literatura y la lectura. Mañana empezaré mi particular celebración del evento que no será otra que coger la edición de bolsillo que tengo en casa, publicada por la RAE en dos mil cinco, con motivo del cuarto centenario de la primera impresión del libro, y comenzar una nueva lectura de tan maravillosa obra, relectura que seguro disfrutaré con denuedo.

 Podemos definirnos como personas de muchos modos, por nuestros criterios y opiniones, por nuestros hábitos, nuestras manera de vestir y de vivir, y por su puesto por nuestras lecturas. La primera vez que tuve contacto con El Quijote fue en el colegio, donde nos hicieron leer capítulos sueltos con apenas nueve años. De aquellas lecturas recuerdo un sentimiento de orgullo, visible detrás de cada párrafo, de cada línea que a veces no entendiamos, que a veces nos daba motivo para desternillarnos de risa al comprobar que éramos partícipes de aquella aventura literaria, en la que un señor se estampaba contra unos molinos de viento, o se liaba a espadazos contra unos pellejos de vino, al tiempo que soñaba con hacerse acreedor del corazón y el interés amoroso de una palurda de pueblo a la que llamaba Dulcinea del Toboso. Siempre acompañado por ese buen hombre campechano y panzón llamado Sancho, a lomos del entrañable Rucio. Aquellas andanzas, escritas en nuestra lengua materna, convertían a aquel personaje loco por sus lecturas de novelas de caballerías, en un ser universal e inmortal, que ya para siempre quedó prendando en nuestras vidas. Aquel orgullo parece haberse diluido en el tiempo, en un país que poco o nada presta atención a la cultura en general y a sus escritores, en particular, pero aún con todo, este fin de semana es motivo de regocijo, de alegría. Por recordar aquellas sensaciones sepultadas con el paso de los años, por servir de excusa para afrontar una nueva lectura de tan apreciado libro. Este fin de semana estamos de fiesta, la de la literatura con mayúsculas a través del homenaje y recuerdo a dos de sus escritores más impresionantes. 

 Veintitrés de abril. Día señalado del calendario; también ese día nos dejó Shakespeare, el mejor dramaturgo de todos los tiempos; mi forma de homenajearlos es haciendo lo que ellos, como cualquier persona que escriba, más agradecerían: sintiendo que son leídos. Más adelante le llegará el turno al genio inglés y a sus lecturas. Hay año por delante para ello; por ahora comienzo con las andanzas de ese Alonso Quijano manchego, ya sea de Argamasilla de Alba o de cualquier otra parte, de cuyo nombre no quiso acordarse el autor, y  cuya lectura forma parte de mi currículum existencial junto a otras lecturas insignes: La Iliada de Homero, leída en mi mas tierna infancia, La Metamorfosis de Kafka, que con apenas trece años me dejó un poso interno de reflexión y conciencia ante lo evidente y no tan evidente que no me ha abandonado desde entonces, Crimen y Castigo de Dostoyevski, cuyo realismo y plasticidad me han hecho devoto de los grandes autores rusos, así como de sus historias y trasfondos sociales o El Príncipe de Maquiavelo, tratado político tan rotundo y práctico que puede usarse como libro de cabecera para todas las cuitas que tenemos pendientes en nuestro día a día. Son por tanto cinco, si sumamos El Quijote, las grandes obras, las grandes lecturas que han marcado mi vida. Quizá algún día me atreva a reflexionar en profundidad sobre ello y sobre cómo han condicionado mi exitencia. Por ahora baste esta pequeña pincelada para celebrar mi particular Día del Libro, como no, leyendo.



jueves, 21 de abril de 2016

Por qué soy escéptico. 8

 Arrogancia. altivez, sentirse superior, creer que se está por encima. Esa sensación es común a todos aquellos que se sienten en posesión de una verdad irrefutable. Lo hace el intelectual que se compadece del iletrado por su ignorancia; el creyente que cree condenado al no practicante, el ateo, que considera un iluso al que cree en historias sin base, sin soporte empírico. Saber es sinónimo de superioridad, y esa sensación es inevitable, incompatible con cualquier intento de humildad. Es un hipócrita quien la oculta y dice respetar al que no actúa o piensa como él. Es un simple postureo, una imagen que esconde la realidad, más intransigente; relativizar la opción de que se conocer la verdad absoluta flexibiliza esa actitud, da margen a la empatía, a la comprensión, a la simpatía por otras posturas que no se comparten; da forma y sentido y es un buen trampolín para practicar la camaradería, el respeto por lo que piense el otro, aunque pueda parecer un completo disparate. La verdad, no nos hace más libres, ni más sabios, solo nos aporta una evidencia: la de preguntarnos si tenemos claro qué es la verdad. Eso por fuerza ha de igualarnos, nunca clasificarnos en escalas de superioridad o inferioridad.

lunes, 18 de abril de 2016

Primavera en Parla

 Tren de cercanías. Miras con atención el panel que señala las estaciones que te quedan para llegar a Getafe central. Allí te espera ella a la salida. Cincuenta y un años, morena de pelo rizado, leggins marcando piernas y culo, negros y camisa estampada amplia que cae sobre sus senos grandes y generosos. Apenas un par de horas de charla. Cerveza en un mesón del centro y copa en una tasca mexicana. Hora de coger el último tren de vuelta a Madrid. Ella te sugiere que tomes la última en su casa. No es de Getafe, es de Parla. Llegas a su casa, un ático duplex espléndido, decorado con gusto. Apenas un par de besos y te manda a la ducha, quiere que te acuestes con ella, limpios los dos, ya que tras tu ducha, pasa ella por el baño. Te metes en la cama, tú desnudo, ella con un camisón corto de tiras negro que a duras pena contiene la turgencia de sus tetas. Apaga la luz, pone música de Scorpions en Spotify. Se enciende un cigarrillo de liar para alargar la espera. Termina y se acuesta, te da la espalda pero pone el culo en pompa, buscando a drede rozar sus nalgas con tu entrepierna, cada vez mas erecta. Sin mediar palabra, le levantas el camisón y dejas que tus dedos penetren en su vagina, apenas húmeda pese a la contundencia de tus arreones. Te confiesa que la menopausia le impide lubricar como antes. Decides bajar y lubricarle tu a base de lametazos y saliva. Con furia le muerdes sus labios, al tiempo que metes tu lengua y acaricias su clítoris. La cosa funciona, sus jadeos van a más y notas como ella se humedece más y más, al tiempo que tensa sus piernas y su abdomen. El banquete que te estás dando da sus frutos, llega la hora de dar otra cosa. Te pregunta si tienes alguna enfermedad, si has follado recientemente; le dices la verdad, hace meses que no penetras a ninguna tía. Métemela sin condón, te sugiere. No hay riesgo de embarazos. al principio quedas un tanto dubitativo. No es la costumbre. Eres metódico, limpio, no follas sin protección jamás; tu última pareja recibió tu polla decenas de veces desnuda, pero a la hora de eyacular, siempre lo hacías con gabardina. Después de hablarlo decidisteis no adoptar medidas anticonceptivas y aún a riesgo de quedar preñados, follasteis siempre con la marcha atrás. Suerte, concentración... jamas erraste el tiro, siempre te corriste fuera o te pusiste el condón antes de rematar la faena. Esta vez te piden penetrar sin goma, sin miedo a correrte dentro. La idea te seduce, te atrapa. No te lo piensas. le metes tu tranca, desnuda, primero con la postura del misionero, luego con ella a horcajadas sobre ti, cabalgando con sus gemidos mientras amasas pan con sus generosas tetas, que aprietas y a las que lames sus pezones tiesos de tanto en tanto. Cambio de postura, la pones a cuatro patas. te apoyas en sus caderas con ambas manos para encontrar soporte que de alimento a tus embestidas. Ella jadea, goza, te pide más, te dice cosas sucias, fóllame, sigue, sigue más. Consigues que se corra. ¿Lo has sentido?, te pregunta mientras volvéis a la postura del misionero. Te planteas coger un condón para rematar, ella vuelva a estar seca y temes que el glande se ponga en carne viva. Decides continuar con  tu plan inicial. La excitación de correrte dentro de ella puede más que los escozores previsibles. A ella le da tiempo a correrse una vez más mientras te come la boca salvajemente, mientras que siente tu polla dentro una y otra vez, con más fuerza y chocan sus mulos y los tuyos. Tú estás a punto de caramelo. Llega el momento, sientes que tu semen esta a punto de explotar, y lo hace. Con contundencia, que hace chirriar el somier al tiempo que ella se agarra a las baldas que hay sobre la cama. una, dos, tres veces... tienes una finalización novedosa. Eyaculas generosamente, parte de tu leche cae en las sábanas fruto de las idas y venidas, no dejas de entrar y salir de su coño. Sientes que te corres sin miedos, sin dudas, sin control, sin racionalizarlo, como hacías con tu ex. Caes exhausto. Un cigarrito más y a dormir. Apagas la tablet, miras por la ventana de su dormitorio y ves una luna llena preciosa en un cielo limpio sin nubes. Ella ronca atronadoramente; te avisó que le daba vergüenza dormirse contigo por eso mismo. Tu también roncas así que le quitas la preocupación y eso la tranquiliza. Sus ronquidos así lo manifiestan, cae en un sueño profundo. Apenas son las cuatro de la mañana y tienes pensado volver con el primer tren de vuelta. Pones el despertador a las seis, pero antes de irte, vuelves a follártela, sin la misma gracia, sin la misma fuerza, pero lo disfrutas igual,  te pierdes en esos pechos que magreas y salivas a lametazos una y otra vez. No consigues correrte esta vez pero vuelves a ponerla a cuatro patas. Termináis con ella de espaldas, con tu polla dentro de ella  recostado sobre sus nalgas, esas posaderas que para ser una mujer de cincuenta y un años aun están lisas y sin estrías, apetitosas, hasta el punto de morderlas y besuquearlas con ganas, como te gusta a ti follar, sin dejar una zona del cuerpo de tu compañera de juegos que no haya sentido tu lengua y tus labios.

 Te vistes y te vas. Te indica como llegar a la estación de tren. Te recuerda algo que te dijo antes de llevarte a su casa: mi casa es mi templo, aquí no entra nadie. Eres un afortunado. Vuelve cuando quieras. En ese momento no sabes si volverás, aunque el paso de las horas enfriará las cosas y convertirá la cita en un encuentro pasajero entre dos adultos que buscaban compañía y sexo. Pasas delante del ayuntamiento, de la iglesia principal, y enseguida enfilas la avenida donde esta la estación central de Parla. Antes paras en unos de los bares abiertos para desayunar. Sin apenas cenar, después del trajín de la noche y sin apenas dormir, te sientes exhausto y quieres algo de azúcar en tu cuerpo.

 Regresando en el tren te enfrascas en la lectura de tu libro. Te da tiempo de volver a casa, asearte y salir para ir a trabajar. Días después ella te tanteará de nuevo por whatsapp, sin duda con vistas a planear otra cita. Aunque dudas, decides no dar pie a que pueda ilusionarse. No está en tu ánimo engañar a nadie. Menos aún en tu estado,  de recuperarte de la ruptura con tu pareja. Decides dejarlo correr. Sin más.