Hace algún tiempo escribí una reseña sobre la novela, El adversario, de Emmanuel Carrère. En ella el autor francés relataba en su novela los entresijos de una mente tan criminal como oscura, la de Jean- Claude Roman, asesino confeso de su pareja, sus dos hijos, sus padres y su perro. Corría el año 1993. Tras un exahustivo trabajo de investigación que incluyó la asistencia al juicio que condenó al asesino a cadena perpetua y un periodo de correspondencia epistolar con el propio criminal, Carrère presentó este trabajo de notable éxito, que continuó más adelante con otro libro similar, V13, crónica descarnada del proceso judicial abierto para enjuiciar los crímenes de la Sala Bataclan, en París.
Son obras que novelan historias de una dureza extraordinaria. Seguramente pocas cosas hay más literarias que un crimen. Todo un género que se degusta con fruición cuando se sabe que es ficción, pero que pone la piel de gallina y genera reparos, cuando se conoce que el argumento describe hechos que son reales.
En estos días se ha publicado en España otro libro de estas características, El odio, bajo el sello editorial Anagrama. En él Luisge Martín, periodista narra el brutal asesinato de dos niños, arrebatados de los brazos de su madre, perpetrado por el padre, José Bretón, en un caso que horrorizó al país. Previa denuncia de la madre, Ruth Ortiz, la editorial ha paralizado el lanzamiento de la novela, previsto para el día veintiseis de este mes, en espera de conocer el resultado de la demanda interpuesta.
Al igual que Carrère, Martín ha incluido como material para su trabajo literario entrevistas cara a cara con el asesino. Ante las quejas de la madre de los niños, que argumenta su denuncia, en la necesidad de no dar voz a un asesino, algo lógico y razonable, el periodista se justifica en su rigor profesional, en su desvinculación personal del caso y en el derecho a tratar un suceso doloroso desde un punto de vista periodístico y literario.
Dictaminará el juez y entiendo que lo hará en favor de la edición literaria, que saldrá al mercado y verá la luz. La libertad de expresión no actúa en menoscabo de los derechos de la familia de la demandante, ni del recuerdo de los niños. Realidad y ficción cogidos de la mano en un vínculo común que es el de la literatura.
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