El desconcierto crea confusión, los cambios, especialmente cuando no son esperados generan miedo. Es ahí, en ese estado, donde más ganancia se alcanza y se obtiene.
Quien busca controlar, necesita forzosamente instaurar un estado de pánico. El miedo paraliza, evita los obstáculos, da rienda suelta y pista libre a quienes buscan al terar las cosas para su beneficio propio. La tajada a alcanzar y conseguir es inmensa.
En estado de parálisis nos encontramos, sin tiempo de digerir los cambios que se suceden a ritmo vertiginoso. Aquellos que los promueven, que miden con precisión sus pasos, lo están consiguiendo. Estamos atenazados, atemorizados, incrédulos. Nos aferramos a la esperanza de que las cosas sigan como las habíamos conocido hasta ahora. No puede ser.
Nos abocan a un feudalismo de nueva generación, con la búsqueda del apoyo del poderoso, que nos proteja y también no explote; no nos importará sin con eso acrecentamos nuestra sensación de seguridad.
Necesitamos más que nunca líderes, personas que se postulen en defensa de los derechos y las garantían, sin apabullar, sin crear régimenes de vasallajes variables. Es el momento y la hora de que surjan y de que quienes les sigan, lo hagan sin dudas. Dudar cuando hay tanto en juego es el primer síntoma de debilidad, que se paga muy caro. Nos empujan a las puertas de la involución. No a resignarse. No.
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