Hablo con la mayor de mis sobrinas, que es además mi ahijada. Vuelve a decirme que se siente alicaída y que tiene mareos y flojera. Le han realizado una nueva analítica y como las anteriores, tiene alterados varios indicadores, especialmente el hierro. Nuevo tratamiento.
Proceso que se repite como si hubiesemos entrado en una espacie de bucle, de repetición constante. Me da pena ver a la niña tan baja de ánimo con apenas veintidós años como tiene, sin entender qué le pasa y, lo más importante, cómo solucionarlo.
Es una más de las muchas personas que por todo el planeta sufren lo que se ha venido en denominar Covid persistente, que revive, de cuando en cuando síntomas derivados del contagio de un virus que apareció en nuestras vidas, hace ahora cinco años y del que no dejamos de recibir noticias, aunque sea de manera apagada y con sordina, pues son unos pocos los que continúan arrastrándolo de alguna manera.
Fue una de las opiniones mayoritarias a cuenta de la pandemia, que este nuevo agente patógeno llegaba para quedarse por mucho tiempo. Un nuevo reto para la ciencia y para nosotros que habitamos con él día a día, aunque para la mayoría parezca parte de un pasado, ya superado y casi remoto. Nos iba a cambiar del todo, decían, pero lo cierto es que la vida sigue igual. Ingenuos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario