En noches tropicales como éstas que nos vienen acuciando en las últimas fechas, todos los trucos imaginables son válidos para sofocar el calor sin tener que recurrir al aire acondicionado, entre ellos el de mantener las ventanas abiertas.
Vía libre pues, para que accedan los insectos noctámbulos, polillas y mosquitos que dejan su huella en forma de ronchas en la piel, salvo que tengas instaladas mosquiteras.
Recuerdos de infancia, de casa con terraza amplia en la que echábamos los colchones al suelo, con acierto, al ser la zona de la estancias donde el calor se concentraba menos, siempre con tendencia a elevarse. Así alineados unos con otros, dormíamos a la fresca, no sin antes embadurnarnos de aquel producto de farmacia, repelente anti-insectos, que como costumbre se denominaba por la marca que más se vendía y que aún hoy existe: el famoso Aután.
En casa a los mosquitos no los llamabamos mosquitos, eran fínfanos, que si uno se va al diccionario resulta que es un intrumento musical de viento, de madera y parecido a una flauta travesera. No es difícil encontrar la analogía, al comparar a los mosquitos trompeteros con ese instrumento tal y como se hace en Extremadura y zonas de Castilla, que comparten así esa acepción. Fínfano es también una persona que se caracteriza por su extrema delgadez.
Riqueza de vocabulario que activa la memoria, tan diverso según la zona en la que te encuentres y de donde provengas. Por más que quiera, aunque aquellos tiempos queden ya casi sepultados por el peso de los años, cuando llega el verano, a mi no me pican los mosquitos, lo hacen los fínfanos.
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