Me he acordado de una vieja novia cuyo vínculo duró poco tiempo, entre otras cosas por encontrarnos en tiempos vitales muy diferentes. Algunos años más joven que yo, andaba con el reloj biológico alborotado, buscando lo que ella consideraba su último intento de quedar embarazada.
Cuando la conocí estaba en lista de espera del programa de la Comunidad para recibir un tratamiento de reproducción asistida. Confiaba en recibir la llamada pronto, apurando los plazos antes de tener que hacer frente al gasto de asumir ese mismo tratamiento pero en clínicas privadas, centros que ella bien conocía, pues algunos años atrás fue donante de óvulos.
Una noche, apurando el vino de una cena tranquila, me confesó que había contactado con la clínica donde donó, para saber si aún había restos de su reserva ovárica, a lo que yo le pregunté si no estarían amparados por el derecho a reservarse dar esa información. La historia quedó ahí y yo nunca más volví a preguntarle, ni ella a mencionarme nada.
He vuelto a acordarme de todo esto al leer en las noticias que hay un grupo de personas, concebidas con esa técnica, que reclaman ahora saber quiénes son los donantes de esos gametos sexuales, porque consideran que les falta una pieza en sus puzzles vitales. Adultos con vida familiar plena que quieren saber la identidad de sus procreadores biológicos. Si esa pretensión alcanzara sus objetivos, mi ex pareja podría conocer de primera mano a alguno de sus retoños concebidos en diferido, porque muy probablemente, con su donación, ha ayudado a otra persona a cumplir su sueño de concebir.
Siempre me han parecido todos los temas relativos a la gestación un asunto muy sensible y complicado, cuya legislación ha de hilar muy fino. Me pregunto qué habría hecho yo si hubiera sido engendrado por este medio o si se lo contaría a mi hijo en caso de haber recurrido a estas técnicas para ser padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario