viernes, 17 de enero de 2025

Armisticio

  Por razones profesionales trato a diario con muchas personas que tienen nacionalidad israelí y como bien se sabe, pasar muchas horas trabajando juntos crea lazos lo suficientemente sólidos como para hablar de muchas cosas,  temas personales e, inevitablemente, cuestiones políticas.

  Muchas han sido las ocasiones que hemos discutido sobre el conflito reciente que hoy puede llegar a su punto y final, con la firma del acuerdo entre Israel y Hamas que pone fin a las hostilidades en Doha, pendiente sólo de ratificación en las cortes del país judío.

 Creo que soy incapaz de expresar en palabras lo que me transmiten mis interlocutores, gente corriente, nada vinculada a la política, ni con intereses con el ejército hebreo, ideas que manifiestan un profundo desprecio hacia sus oponentes árabes, a quien consideran criaturas miserables, incapaces de albergar sentimiento bueno alguno.

 Imposible, en fin, describir de alguna manera tanto odio, tanto desprecio, tanta desconsideración hacia quienes no sólo son sus vecinos, también son compatriotas: suponen el 20% de la población, algo más de dos millones de personas que han nacido y viven allí. Qué paradoja.

 Son árabes y son israelíes, pero no son ciudadanos en igualdad con los que profesan la religión o tienen origen hebreo. A menudo son tratados como mano de obra poco cualificada, simple y llanamente. Tienen un problema de adaptación pero poco les importa, hay patricios y plebeyos, sin posibilidad alguna de ascender en la escala social, salvo que cambies de bando, salvo que cambies de religión.

 ¿Cómo puede construirse un país o una sociedad, así?

 Hoy asistiremos al primer paso que ponga fin al enésimo conflicto, que no será, (eso es obvio), el último. Pese a que las medallas del acuerdo se las cuelga el presidente saliente, mucho ha tenido que ver en él, el nuevo inquilo de la Casa Blanca, cuyas amenazas de sembrar de fuego y muerte la franja de Gaza, si no se liberaban a los secuestrados, han ayudado a posibilitar el entendimiento. Ojalá sea así y no haya más muertes.

 Una vez consumado seguirá quedando pendiente el principal problema y escollo; será una nueva paz frágil que saltará por los aires en cualquier momento. Que el espítiru de dirigentes como Anwar el-Sadat e Isaac Shamir, se reviva en algún momento y se creen las condiciones necesarias para albergar la esperanza de alcanzar algún día, el acuerdo último de respeto y aceptación del otro, que traiga una paz definitiva a la región.


 

 

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