San Fermín

 Otro año más ha llegado el siete de julio, según el santoral festividad de San Fermín, Patrón de Navarra y de la diócesis de Pamplona, en cuyo homenaje se celebran las fiestas que llevan su nombre y que tienen fama internacional. 

 No deberían verse por tanto las fiestas sólo de la capital, si no de toda la Comunidad Foral. El patrón de Iruña, (topónimo en eusquera) es en realidad San Saturnino, ( también llamado San Cernín), a quien correspondió el honor de ser el primer obispo y evangelizador del cristianismo en el lugar.

 Fiestas patronales que convierten a la habitualmente tranquila y apacible capital pamplonesa, en una inmensa aglomeración de gente, entregada a la fiesta y el desenfreno en un ambiente tabernario y de excesos. Nada mejor para homenajear al santo, que pillarse una cogorza de padre y muy señor mío, un día sí y otro también.  

 Tajadas y borracheras con alto valor cultural y antropológico, en un país que no parece celebrar nada, si no se entrega al placer del alcohol y sus consecuencias fruto de la ingesta excesiva de licores destilados y bebidas fermentadas.

 Todo con exceso, todo con desmesura, todo exagerado. Todo con ruido y fanfarrias que deja sordos a los locales y trascienden fronteras. Ruído que llega a los confines del planeta y que convierte en una costumbre observar súbditos del más austral de los países corriendo delante de un morlaco que parece distinguir la bisoñez del atrevido mozo, atraído por la fiesta, el riesgo y el morbo que supone pornerse delante de un animal de seiscientos kilos de peso.

 Dicen que Hemingway, en cuyo recuerdo y agradecimiento se ha dedicado la calle que da acceso al coso taurino donde terminan los encierros, tiene buena parte de culpa de la curiosidad que despiertan estas fiestas en el mundo anglosajón. Hombre de excesos, de intensidad y pasión, no podía menos que quedar prendado de unos festejos como éstos, en donde la brutalidad, la fuerza y el azar son los grandes protagonistas. 

 Una semana de jolgorio por delante, que como todas, dará que hablar, esperemos que sólo para bien.  ¡Viva San Fermín, gora!