jueves, 17 de julio de 2025

Corazón social.

 Pulsaciones. Pocas cosas causan más fascinación que el corázon humano, ese órgano del cuerpo que puede llegar a latir tres mil millones de veces para mantener a su tenedor con vida a lo largo y ancho de ochenta años.

  Multimillonarios en vida, a cada golpe que bombea sangre por el sistema circulatorio, nos mantenemos activos y en marcha. Maquinaria preciosa y precisa.

 Aunque cada latido tiene su propio ritmo, la cadencia no es siempre la misma y se adapta a las situaciones y a las condiciones de cada momento, sin que ello implique que sea bueno o simplemente saludable. 

 Pulso que podemos calibrar a título individual y personal, pero que tiene también su equivalencia en el ámbito colectivo. Podríamos hablar de hecho de la existencia de un corazón social. 

 Ese órgano muscular colectivo carece hoy de la pausa, del sosiego y de la tranquilidad necesarias para latir con normalidad. Demasiadas cosas se apelotonan en una palestra pública que lleva al sobresalto constante.Clima enfermizo con aire de dolencia crónica.

 Es cierto que la vida son ciclos y que a etapas oscuras suceden otros tiempos más benignos y menos alterados, pero tanta traca, a cual más ruidosa y sucia, termina por dejar secuelas; una clínica de reposo y terapias intensivas harían falta para dar un poco de descanso al órgano más sacrificado e importante. 

  No hay flema que consiga aislarse de tanta miseria, la ataraxia está reservada a un grupo tan minúsculo de seres vivos, que hace imposible poder tratar de exportarla a niveles grupales. Igual más adelante, en una fase evolutiva más avanzada, pueda plantearse en unos términos que ahora sólo son argumento de ciencia ficción. 

  

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