Otra nueva página se abrió ayer con mi nueva alumna, otra adoleste de 16 años que necesita clases de refuerzo en lengua, especialmente en el apartado de sintaxis.
Es la sexta alumna que acojo y a la que pretendo ayudar, desde que una mañana de trabajo, mi jefa me preguntara si me apetecía ayudar con las tareas extraescolares a la hija de otra compañera de trabajo.
Así sin buscarlo ni pretenderlo, algo que veía lejano y completamente ajeno, convencido de que no servía para esto que es lo más parecido a la docencia, con menores, al carecer de la paciencia precisa para hacerlo... Así empezó todo.
Seis alumnas y cinco año después, aquí estamos, repitiendo además el mismo patrón: son alumnas que me vienen sin buscarlas, sin mover un dedo para conseguir dar esas clases.
Otro elemento que se repite es el de la virtud. Todavía no he tenido un reto personal que conllevara un esfuerzo o capacitación mayor para tratar con alguna de ellas; todas son altamente capaces y alguna incluso tan brillante, que realmente el trabajo consistía en intentar centrarla para conseguir los resultados académicos necesarios.
En medio de la canícula cruel, arrancando julio, empezamos este nuevo reto que tiene por nombre Sara. Veremos cómo va la aventura.
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