Por culpa de un golpe de calor una empleada municipal, barrendera, falleció al llegar a su casa en Barcelona.
Antes un operario de obra, cayó fulminado desde su andamio afectado por el mismo mal.
Un menor de tres años encontrado en estado de colapso, no pudo ser reanimado, tras pasar un tiempo indefinido dentro de un coche, como ocurre a menudo con muchas mascotas, abandonadas por su dueños sin preocuparse por mantener unas mínimas condiciones de refrigeración en un habitáculo que en pocos minutos puede convertirse en un horno. Olvidos imperdonables.
Son los primeros casos de un verano que no ha hecho más que arracar y que concluirá como todos los veranos, con una larga lista de decesos consecuencia directa o indirecta de la climatología y sus efectos contundentes.
Es el enemigo número uno de la tercera edad y son escalofriantes las estadísticas que narran cuántas muertes tienen cabida a cuenta de la subida del mercurio en los termómetros. Más de dos mill fallecidos fueron contabilizados en 2024, sólo en este país. La cifra en conjunto de toda Europa es aterradora. La previsión es que la tendencia a futuro sea la de registrar temperaturas iguales o mayores obligando a extremar precauciones y a tomar medidas para contrarrestar estos riesgos.
El calor, cuya llegada es tan deseada, especialmente después de inviernos tan fríos y pasados por agua, como este último, es una especie de trampa, un peligro. Calor en ocasiones, asesino.
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