La tarde se afianza, un sol cálido a mi espalda, calienta agradablemente mi nuca, la sensanción de bonanza se acrecienta.
Es la antesala del fin de semana, son las mejores horas, justo cuando el ordenador se apaga y se aparca la tarea hasta el lunes próximo.
Semana tras semana se repite el mismo ritual, aunque se altere el contexto o el escenario sea otro. No hace falta sol o calor, una tarde lluviosa o fría, no hace menos viernes al viernes.
Abro un libro y encuentro una vieja tarjeta de descuento de copas de una discoteca que estaba cerca de mi residencia de estudiantes. Parece un oráculo, el azar me ha dado la respuesta, los astros se alinean, el ocio llama al ocio.
Me hace gracia; usé la tarjeta como marca páginas, libro que quedó a medias, que ahora gozará de una segunda oportunidad, tras comprobar el rastro que dejó su primera tentativa de lectura.
Observo el precio que marca la invitación de una copa en pesetas, trescientas cincuenta, algo más de dos euros al cambio. Da escalofríos pensar cómo el precio de un cubata se ha multiplicado por cinco en apenas treinta años. El coste de la vida.
No tiene precio afrontar el comienzo del tiempo de asueto con la predisposición adecuada; el hallazgo se ha convertido en un pequeño tesoro; puede que no sea como el encarecimiento de la vida, pero mi estado de ánimo también se ha alegrado y entusiasmado. Qué facil es encontrar alegrías con tan poco. El valor de unos recuerdos que no sólo son bonitos, son además fuente de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario