Recibir muy tarde una notificación cuando estás lejos, de que un ser querido está enfermo, tratar de movilizarte para reunirte con la persona amada y encontrarla muerta, sin tiempo de acompañarla, ni de asistir a su entierro.
En estas terribles circunstancias personales, se encontró el padre del Código Morse, Samuel. F. B. Morse, que de este modo perdió a su esposa; dicen que el dolor y la tragedia personal que le supuso, le llevaron a desarrollar el primer sistema de comunicación instantáneo, basado en símbolos y rayas para hacer llegar un mensaje a larga distancia.
Ayer me acordé de Morse en mi viaje de vuelta a casa después de estar unos días fuera,perfectamente comunicado con mi entorno en Madrid, a través de internet, el teléfono y los servicios de mensajería on line, que me permiten estar aquí, sin estar físicamente.
Además me desplacé más de mil quinientos kilómetros, en apenas tres horas y media, valiéndome para ello de un vuelo de avión, un desplazamiento en metro, otro en tren cercanías y un último traslado en autobús desde la estación hasta casa. Algo que hace apenas doscientos treinta años era absolutamente impensable.
Estas son las bagatelas que genera mi mente dispersa que cuando tiene tiempo se acuerda de cosas como esta y de personajes ilustres como Morse, individuo que pasó a la historia por su contribución notable a la humanidad, pese a ser un personaje oscuro, intolerante, perseguidor de los oponentes en materia religiosa y racista defensor de la esclavitud en su país, los Estados Unidos de América. No deja de ser sorprendente cómo personas sórdidas y fundamentalistas pueden ofrecer una cara bien distinta y aportar en aras de mejorar la vida de las personas. Qué paradoja que daría para escribir sobre ello. Tal vez otro día.
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