La cinta del realizador alemán Edward Berger, se ajusta al modelo de película referida al Vaticano y sus entresijos clásico, por lo que su visionado será un decepción para aquellos que vayan a verla con la idea de ver algo diferente. Muerte del sumo pontífice, protocolo harto conocido seguido dentro de los muros de la casa de San Pedro, convocatoria del cónclave que ha de elegir al sucesor del finado y enclaustramiento en la Capilla Sixtina para derimir en sucesivas votaciones el nombre del nuevo inquilino de la silla del primer apóstol y papa de la iglesia católica.
Sin embargo esta coproducción británico estadounidense bien merece ser vista con otros ojos, pues sobre los cimientos arriba mencionados construye una trama de intereses sórdidos y retorcidos que ponen de manifiesto el calado político que conlleva la elección del Papa, todos ellos dirimidos por el decano del colegio cardenalicio, encarnado en la figura de un Ralph Fiennes que está soberbio en su papel.
Una interpretación moderna y actualizada de la curia y sus relaciones con el mundo en que vivimos, en donde ninguno de los temas más candentes en este momento quedan fuera, como la relación del cristianismo con el Islam y sus facciones más radicales, el papel de la mujer en la Iglesia Católica, la necesaria incorporación del tercer mundo a las cuitas del primero o la actuación de la autoridades eclesiásticas ante los abusos sexuales o los escándalos de índole financiera, la mayoria de los cuales no se conocen fuera.
El resultado es esta película en la que un elemento destaca sobre todo lo demás: la luz; son muchos los tramos de la misma en los que la ambientación lumínica es escasa, ya sea en las dependencias papales, las habitaciones de los cardenales o los aledaños de la siempre atenuada Capilla adornada por los frescos de Miguel Ángel. Toda una metáfora de conjunto que ayuda al director a trasladar su imagen de un mundo de sacerdotes, que lidian con lo divino y humano, donde las sombras abundan por encima de las luces.
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