Es uno de los pasajes de la biblia que más recuerdo de mi niñez, cuando asistía a las clases de catequesis para prepararme en la primera comunión.
Jonás había recibido el encargo de ir a Nínive a predicar la palabra de Dios y a pedir a sus ciudadanos su arrepentimiento, cosa que no hizo embarcándose en un barco que iba hacia otra ciudad. Como castigo, la aguas del mar se vieron agitadas por una fuerte tormenta y como Jonás sabía que eso era fruto de la ira de Dios, saltó del barco para evitar que este se fuera a pique, convencido de que así cesaría el temporal.
Fue entonces cuando apareció una ballena que engulló a Jonás. En su interior permaneció tres días, en los que el siervo de Dios, oró y manifestó su arrepentimiento. Había entendido la lección.
Historia alucinante, una de tantas parábolas que componen el texto sagrado cristiano, libro más publicado y traducido en la historia de la humanidad.
Desde luego resulta inevitable no acordarse de este pasaje, conociendo noticias como la acaecida en el Estrecho de Magallanes, en la Patagonia chilena, de la que además ha quedado registrada evidencia grabada. Un joven que navegaba con su kayak por las agitadas aguas de la zona, de repente desaparece engullido por una ballena jorobada, cetáceo que se alimenta de plancton, algas y algunas especies de peces. Al darse cuenta el animal de su error en la captura de alimento, rápidamente expulsa al remero sorprendido, que al instante vuelve a aparecer subre las aguas nadando hacia su embarcación, liberado por su captor que no le ostiga más y se aleja.
Apenas fueron unos instantes, no desde luego tres días, pero seguramente es la única persona en el mundo que puede contar que estuvo dentro de una ballena, como le aconteció al Jonás bíblico.
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