Hoy no he podido evitar acordarme de Luis Carandel, de quien ya hice alguna reseña en este blog, gracias a uno de sus libros, Ultreia, dedicado al Camino de Santiago y sus anécdotas y curiosidades.
Sin embargo la razón de mencionarlo de nuevo aquí viene por cuenta de la que fue su principal actividad como periodista, la de ejercer como cronista palamentario. Eran deliciosos sus espacios de divulgación, que además de dar cumplida cuenta de la actividad política del momento, mostraban datos históricos sobre el hemiciclo y sus diarios de sesiones, así como de los parlamentos que algunos de sus más avezados diputados ofrecían desde la tribuna.
Eran otros tiempos,desde luego no mejores que éstos, con una situación económica necesariamente peor que la actual y con varios azotes y dificultades que hacían muy difícil el día a día en el país, como los atentados que con regularidad sufríamos por cuenta de la banda terrorista ETA.
Con eso y con todo, la tribuna de oradores veía esfilar a portavoces de todas las fuerzas políticas que expresaban sus idearios e iniciativas con mayor o menor fortuna, con mayor o menor talento, pero desde luego, con mucho más respeto por el oponente del que hay ahora.
Así las andanadas eran mucho más inocuas, pues sólo pretendía dar en la línea de flotación del partido adversario, no de la persona en cuestión. Había un respeto y una educación que brillan por su ausencia en las sesiones de las cámaras de representantes.
Da igual de que asamblea se trate, sea la del conjunto del Estado, la de alguna de sus autonomías o el consistorio de alguna localidad; el denominador común es recurrir a la demagogia más insana, al discurso fácil y lacerante y a la falta de respeto total por el oponente, sin importar que límites haya que traspasar. Espectáculos de tensión que se propagan entre la ciudadanía y alimentan la visceralidad y extremismo cada vez más extendidos.
Políticos que no son un espejo en el que mirarnos, que abandonan la mesura, la cortesía parlamentaria y las formas más elementales de comportamiento, aún a sabiendas de que están en el foco, observados por todo el mundo.
Ahora más que nunca hay que apelar a la responsabilidad, que pasa por predicar con el ejemplo, tensiones que se trasladan a la calle con mucha más facilidad de la que se pudiera imaginar, más si cabe en un país como este, tan dado a elegir bando y trinchera.
Se habla de desafección y pérdida de credibilidad del sistema que no responde a las demandas y problemas de la población. Desde luego, además de una falta de eficiencia, hay que sumar la incapacidad de saber estar y comportarse, que lleva inequívocamente a un escenario de confrontación llevada al límite de lo tolerable.
Toca echar el freno y reconducir una situación que puede derivar en actos peligrosos, lesivos incluso con la integridad física y de bienes. Llamamiento a la responsabilidad de quienes fueron elegidos para llevar a cabo actividades muy distintas de las que estamos viendo en estos días.