Terminó el viaje de tres meses, cuando a finales del mes de agosto las presiones dentro del partido del burro, descabalgaron al Presidente Biden de la carrera electoral, a consecuencia de sus cada vez más evidentes, síntomas de senectud cognitiva.
Noventa días frenéticos, en los que la aspirante a repetir vicepresidencia, se encaramó en la candidatura presidencial, apremiada por la necesidad de conseguir un candidato convincente y de consenso dentro de su partido.
Parecía que el efecto deseado iba produciéndose, la llegada de Kamala a lo más alto invertía la tendencia negativa de las encuestas, absorbidas por la estela de un candidato gaga que confundía nombres y olvidaba argumentos en sus discursos.
No era más que el comienzo del inflado de un globo, al que por más aire que le echaran, no tenía suficiente consistencia para volar.
Ni las muestras de apoyo por parte de lo más granado de la farándula, ni la operación de marketing viral que buscaba resaltar los orígenes humildes de la antigua Fiscal de distrito de San Francisco, así como su procedencia, jamaicana e india, que tan bien representa los valores de una nación que lleva en su ADN la condición de país de emigrantes, por más que moleste a los supremacistas W.A.S.P., ni tan siquiera su condición de mujer, en lo que era la segunda intentona de alzar a lo más alto del planeta a una mujer, después del fallido intento de Hillary Clinton, han servido.
Todo ha sido en balde, nada ha dado sus frutos para combatir en las urnas la llegada de nuevo, del alentador del asalto al Capitolio en dos mil veintiuno.
Entonces, ¿Qué ha fallado, qué ha ido mal para no convencer a votantes de color, emigrantes latinos e incluso mujeres, para haber preferido la candidatura de los republicanos?
La respuesta hay que buscarla en los precendentes, en los cuatro años de gestión previos en los que apenas si se hizo notar la que era vicepresidenta, teniendo buenos argumentos para hacerlo; ni la agenda social, ni el activismo feminista previsible y esperado aparecieron en momento alguno, representados en la efigie de una compañera de baile que dio un perfil tan bajo como invisible.
Sin bagaje político que mostrar, su torpe habilidad comunicativa pese a no ser una mala oradora, sus continuos vaivenes argumentativos vacíos de contenido, su negativa a contestar preguntas directas de periodistas o dar rodeos en sus alocuciones, han terminado por hacer sembrar una imagen inconsistente, pobre y carente de solvencia. Para los que creen que una buena imagen física ayuda bastante por sí sola, lo ocurrido ayer en los comicios presidenciales pone de manifiesto que hace falta algo más para convencer a los electores.
La operación Harris ha sido un fracaso y quedará en los anales políticos como un intento por reconducir la candidatura demócrata con más buena voluntad que fondo, forzados por las circunstancias. Los errores se pagan y no apostar por un abandono a tiempo del presidente octogenario saliente, para promover un proceso de primarias limpio y consistente, ha penalizado más de lo que muchos querían ver y reconocer, las opciones de repetir victoria y presencia demócrata en el despacho oval de la Casa Blanca.
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