No es noticiable cuando se observa en un infante, en cambio inspira ternura cuando se ve en un adulto.
Porque se presupone la inocencia a quien a cuenta con su corta edad, no le ha dado tiempo a malearse.
Con los años y con la experiencia, el juicio se amuebla, el cauce moral se justifica y las acciones se adecuan al rango de unos pensamientos, labrados a conciencia vívida. Ese trasiego de acontecimientos deja poco margen para mostrar ingenuidad.
Pero no todo está perdido, siempre hay situaciones dispersas que dejan margen de maniobra, que dan paso a ese rasgo de ausencia de dobleces.
Porque tal vez no siempre perdemos esa posibilidad, pese al peso del paso de los años y la experiencia. Quizá por eso hay que celebrarlo, cada vez que tengamos la oportunidad de mostrarnos infantiles.
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