sábado, 1 de noviembre de 2025

Galicia natural

  Esperaba sinceramente encontrarme más pancartas por todo el recorrido en señal de protesta por la intención de levantar un complejo industrial dedicado a la celulosa en esta comarca gallega, por donde trancurrieron los veinticinco kilómetros de la etapa, que unen Portomarín con Palas de Rei. Es algo muy de esta tierra, mirar más por la pasta que por el entorno, sólo así se explica la irrupción del monocultivo del eucalipto, por citar algún ejemplo, que tanto daño está haciendo a los ecosistemas locales por su agresividad con el resto de especies vegetales.

 División de opiniones que dirían los taurinos.

 Hacer el camino no es sólo cruzar de paso los sitios por los que transcurre la ruta; es también hacer comunión con sus paisajes, con su entorno vegetal tan hermoso, con sus gustos y tradiciones tan adorables como exportadas al resto del país.

  El peregrino cuando  llega a Galicia, descubre andando que conoce de ella mucho más de lo que se imagina.

 Quién sabe, igual algún día la ruta se repite y uno desea ver los mismos parajes, las mismas corredoiras, los mismos pastos habitados por caballos silvestres, sin que la mano humana cometa alguna tropelía en forma de destrozo. A veces el progreso es miseria.

 Por eso no ver manifestaciones de rechazo en Gonzar, Castromaior, Ligonde o Lestedo, se hace difícil de entender. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

 La jornada transcurrió anodina, con paso suave y con buen tiempo, con las paradas de refrigerio previstas, llenas de recuerdos por otros caminos en los que conocí a gente que me marcó y con la entrada a Palas por una carretera infinita que desmerece todos los tramos pasados previamente. Los mismos sellos en los mismos sitios, las mismas cervezas en la plaza del pueblo, rodeados de otros peregrinos en la que viene siendo una de las fotos de grupo tradicionales... Palas de Rei, además de a estiércol, huele a añejo a nostalgia.

  


  

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