Ayer fue un día de lo más pintoresco. Comenzó con una discusión surrealista a cuenta de la compra de un décimo de lotería compartido, que acabó en trifulca seria, continuó con un día de trabajo caótico y escasamente productivo, para rematar la faena, cuando ya tocaba la hora de cerrar, florecieron mensajes y correos que alargaron mi jornada de trabajo, más allá de mis ocho horas. Hay días que se vuelen eternos.
Volvía a casa en el cercanías, tratando de relajarme y disfrutar de mis horas de libertad pero no lo conseguía, la cabeza me bullía y el termostato de mi cuerpo me daba un calor extra, que rozaba el estado sudoroso; En mis manos un libro trataba de amenizarme el tránsito, pero a duras penas conseguía juntar dos frases juntas y entender su significado.
De pronto en las líneas de mi libro apareció el nombre de Händel y de la crisis de apoplejía que casi lo manda al cementerio. Milagrosamente consiguió recuperarse para componer casi a continuación su Mesías, esa pieza, joya del barroco, que tiene como parte más conocida el famoso Hallelujah.
Ni corto ni perezoso, sin pensarlo, cerré el libro, me puse los cascos y tras una búsqueda rápida en Spotify, di con la pieza, en una grabación del año 1976 publicada por el sello DECCA, interpretada por el Coro de la Academia de St Martin in the Fields, bajo la dirección de Neville Marriner.
Así, bajo las notas interpretadas con orquesta barroca, con sus violines, violas, chelos, contrabajos, fagots o clavecines, pasaron las estaciones una detrás de otra, calmando mi ánimo y dándome el reposo que necesitaba en un día así.
Como suele decirse, la música amansa a las fieras. Aleluya.
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