Decidí madrugar y salir a oscuras, con la tranquilidad que da verse libre de otros vehículos y la calzada entera para mí.
Tenía claro que la ruta debía enviarme hacia abajo, a ser posible hacia la costa. Por un momento mi mente pensó en Almería y su Cabo de Gata, aún virgen para mi conocimiento.
¿Contactaría con alguien, buscaría compañía además de salir de Madrid? los kilómetros iban bajando, por una carretera secundaria que me hizo cruzar la Provincia de Toledo y entrar en la de Albacete para evitar peajes. Así se me hizo de día.
Mis pasos al volante pronto cogieron la A30 y con ella me fui aproximando a la Región de Murcia, sin ser aún consciente de que era allí a donde al final me dirigiría.
Paré a media mañana para almorzar en Molina de Segura, fue entonces cuando aclaré las partes de mi aventura que estaba incierta:
1.- Pasaría el fin de semana sólo.
2.- No iría más lejos de donde estaba.
Con apenas diez kilómetros de distancia de donde me encontraba, decidí que mi primera parada sería Murcia capital; dejé el coche cerca de la plaza a la que da nombre el diario local, La Opinión, y me fui andando hacia el centro. Tras franquear El Corte Inglés, pronto me vi envuelto por el ruido y algarabía de las callejuelas del centro, muchas con nombres de oficios artesanos, en dirección al Casino, para desembocar el Plaza de la Catedral, que pude visitar sin coste para mi bolsillo.
Hermosa, bien cuidada, visité por segunda vez la tumba de Saavedra Fajardo, jurista, diplomático y escritor de un libro considerado como El Príncipe español, contrapuesto al original de Maquiavelo.
Tocaba continuar el paseo dirigiendo mis pasos hacia Paseo del Malecón, bordeando la Casa consistorial, cruzando el Rio Segura, de aguas turbias, por varios de sus puentes antes de regresar a buscar el coche, visitando primero el Palacio Arzobispal.
Parada y sustento en una terraza para tomar una cervezuela y planificar mis siguientes pasos, que inevitablemente me iban a llevar a la cercana Cartagena. Reserva de habitación de hotel a través de Booking y vuelta a la carretera.
Localizado el lugar donde dormiría, en la perifieria de la ciudad cantonal, encontré donde comer en un mesón antes de ir a la habitación y descansar un rato. Tras una pequeña siesta, me dirigí con el coche al centro de la ciudad.
Pero antes de pasear por la Calle Mayor, ver el Puerto deportivo y visitar la Plaza de los Héroes de Cavite, tenía que rendir visita a uno de los museos más especiales que hay en este país.
Con apenas poco tiempo trancurrido desde que fui con mi adorada Débora al Museo Naval de Madrid, tenía la oportunidad de completar el círculo y visitar el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQVA), donde pueden verse restos de pecios, utensilios como ánforas, espadas, cráteras y monedas, destancando el tesoro recuperado en 2012 del barco Nuestra Señora de las Mercedes, con cerca de seiscientas mil monedas de oro y plata, que habían sido extraídas del mar por Odyssey Marine Exploration, cinco años antes en el lugar donde el barco naufragó, y con los que hubo que pleitear ya que pretendían quedárselas en propiedad.
Feliz e impactado tras mi visita, terminé la jornada paseando por las calles de la ciudad militar y costera, que tan buenos recuerdos me trae siempre; tras coger algo de comida para cenar en la habitación del hotel, pronto el sueño me venció agotado tras tantas horas de conducción y paseos improvisados.

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