lunes, 10 de noviembre de 2025

Cuerda

 El domingo amaneció con cielos limpios y con esa variante meteorológica que hace de esta tierra un paraiso peninsular, con temperaturas de primavera cuando en el resto del país arrecia el primer frío otoñal de noviembre.

 Tocaba despedirse y decidí hacerlo con el desayuno, en un bar de barrio de la ciudad y no en el bufet del hotel. Un último paseo para ver la costa y los muros de la ciudad alta, después de desayunarme una suculenta tortilla de patatas con el café. 

 Sin prisas comencé la marcha desandando lo caminado el día anterior, pasando por los mismios sitios, antes de pedir al GPS que me llevara por la vía más corta a Albacete, mi último destino.

 Dudaba qué hacer, si avisar a mis nuevos amigos albaceteños, conocidos a lo largo de las últimas cuatro etapas de mi último camino, pero al final, desistí de hacerlo. Sabedor de sus apretadas agendas los fines de semana, consideré lo adecuado no molestarles ni alterar sus planes, para estar un rato conmigo, que era lo que yo tenía previsto. 

 Llegué pronto y dejé el coche delante de El Corte Inglés, referencia comodísima para no perderse cuando se visita una ciudad nueva. Tantas veces había pasado delante de la ciudad, incluso por tren donde llegué a hacer parada una vez sin bajarme, que me dije que esta vez debía aprovechar la coyuntura para visitarla.

  No me costó adentrarme en el meollo de la ciudad, bordeando el Parque de Abelardo Sánchez antes de transitar por las calles del casco viejo, que no tardaron en llevarme a la Plaza de Altozano, donde tres esculturas llaman la atención: una de la Bicha de Bazalote en bronce, réplica de la original de caliza que se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, otra dedicada a la figura del cuchillero, símbolo de la ciudad por la dedicación que ésta brinda desde hace siglos a la confeccion de navajas, cuchillos y tijeras, aprecidas en medio mundo.

 De la tercera, daré cuenta un poco más abajo. 

 Siguiendo las indicaciones que llevaban a la Catedral, dedicada a San Juan Bautista, me topé con una muestra callejera que conmemoraba el 650 aniversario de fundación de la ciudad, mostrando una panorámica cronológica, donde se resaltaban hitos importantes, así como los nombres de algunos de sus ciudadanos más ilustres; tras visitar el templo, rodeado de una plaza imponente y a la que se accede por una empinada escalinata, pude visitar el Museo de la Cuchillería, donde se muestra y da información extensa del oficio convertido en arte que da nombre a este sitio. De los museos más originales y especiales que pueden visitarse en este país, sin duda.

 Y hablando de hijos ilustres de esta ciudad, antes villa, cuando se separó de Chinchilla, ahora sí toca hacer reseña de la tercera escultura que mencionaba antes, situada delante de la Filmoteca de Albacete, donde reposa todo el legado artístico de uno de los directores de cine más insignes que tiene este país, Jose Luís Cuerda.

 El creador de títulos tan notables como La lengua de las Mariposas, El bosque animado, Los girasoles ciegos y la inolvidable Amanece, que no es poco, cuenta con esta estatua en bronce, que surge de la tierra, como los hombres que brotaban de los banacales, precisamente en esa cinta, alegoría con la que Jose Luis Serzo, autor de la pieza, ha homenajeado al ilustre hijo de la ciudad.  

 Tras dar cumplida cuenta del almuerzo, me despedí de la que hasta ese momento había sido una simple ciudad de paso, como bien ilustra el cacareado pareado, un tanto ordinario, que dice que si vas a Albacete, caga y vete; sin duda un craso error por todo lo que tiene que ofrecer.

  Las menos de tres horas de retorno, las cubrí aún con luz para llegar a mi destino, de vuelta al redil, a Valdemoro, escuchando música, sin prisas, imbuido en mis pensamientos y tranquilo, estado que no tenía cuando salí de allí apenas treinta horas antes. Escapada revigorizante y reflexiva, que, muy probablemente sea pilar sobre el que se sustenten decisiones futuras. 

  


 

  

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