domingo, 2 de noviembre de 2025

Ribadiso

 Esta es la etapa del pulpo, la que justo a mitad de camino, cuando se han cubierto cerca de doce kilometros, observa la llegada a Melide el pueblo que más raciones del cefalópodo sirve en toda la comunidad gallega.

 Es una parada obligada y también, una trampa. La foto en la pulpería con el grupo que poco a poco se va configurando desde Sarria, hace que la estancia se alargue más de lo debido y convierta en bola el segundo tramo de la ruta hacia Arzúa, que dista desde el inicio cerca de ventiocho kilómetros.

 En este punto el camino se vuelve cada vez más social, más imprevisible, asfalto y corredoiras se interlacan, dejando la crónica cultural en manos de la hermosa Iglesia de Santa María de Melide, abierta al público y lugar de sellado obligado, gracias a unos voluntarios que la custodian y enseñan a quien quiera conocer algún dato de su larga historia como templo románico.

 Antes de llegar a Leboeiro, el trayecto abandona las tranquilas tierras de Lugo, para adentrarse en las de Coruña.  Es la tercera provincia que recorre esta ruta, que contará ya con mas de ciento cincuenta kilómetros en las piernas cuando acabe la faena del día.

 Con la proximidad de Boente la jornada comienza a tocar a su fin, un último tramo de cuestas empinadas que se hace más largo de lo que debiera por atravesarlo en las horas centrales del día y con un sol de justicia para ser el mes de octubre. Pero todo esfuerzo tiene su compensación. Al final de la bajada, como si de un oasis de desierto se tratase, aparece bucólico y caudaloso el pequeño Rio Iso, a cuya vera el peregrino ya puede parar para hacer fonda al haber un albergue de peregrinos justo al lado.

 Ribadiso da Baixo, dista apenas tres kilómetros del casco urbano de Arzúa, pero es como una tentación. Prestos todos los transeuntes, descalzamos los castigados pies para surmergirlos en las heladas aguas de este riachuelo, que algunos, osados se atraven a disfrutar sumergidos enteros. De repente los calores se marchan, los dolores desaparecen y una dulce y placentera sensación de paz se adueña del cuerpo y te pide que no sigas caminando, que te quedes allí. Pequeño espejismo. La realidad manda y la reserva en el alojamiento ya pactado más allá, así que toca despedirse de este remanso de paz y gloria, tomando algo y despidiéndose de los que deciden prolongar la estadía para hacer noche allí.

 El día termina con el obligado descanso tras la ducha y una copiosa cena en una pulperia parrillada llamada Europa, lejos de la linea de acceso de los peregrinos, sólo transitada por lugañeros, de la que una empleada de frutería dio cuenta a la hora de hacer la clásica pregunta de forastero tras comprarle unas manzanas:  ¿Dónde se puede comer bien aquí?  

 Tortilla de patatas poco cuajada, queso de la tierra y una pequeña parrillada de carne, antes de irse a la litera. Es maravilloso cuando de una etapa de la que esperas poco se convierte en uno de los puntos álgidos de toda la ruta. Un día así sólo podía terminar de una manera, durmiendo mucho y bien.

 


 

 

  

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