Incluso cuando no tengo nada que escribir, cuando siento que no tengo nada que decir o comunicar, me obligo a ello.
Decía el maestro Sandor Márai que era un oficio que había que practicar a diario; él incluso se prestaba a dar ciertas reglas, como cuándo era el mejor momento para expresarse con la pluma, o el número de páginas que había que escribir, ( no menos de treinta al día).
Cotas de nivel superior, inaccesibles para este aprendiz que ni tan siquiera busca emular a nadie que este dotado para estos menesteres.
Simplemente me limito a seguir con mis hábitos, que como bien se sabe hacen al monje y yo, ciertamente es así, soy feliz perteneciendo a la orden de los escribientes, que vierten sobre un papel, sus cuitas, reflexiones o anécdotas del día a día, aunque no le interesen a casi nadie.
La gracia está en escribir, que por si sóla ya muestra efectos beneficiosos increíbles; lo demás son efectos secundarios, siempre bienvenidos y no suficientemente agradecidos por el tiempo perdido en estas cosas, habiendo tanto y tan bueno por leer, por ahí repartido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario