La imagen es rotunda. Dentro de un coche, sentada en el asiento central, en la parte trasera, rodeada de otras dos mujeres; no se percibe hacia donde mira, pero si es claro el gesto, compugido, como si sufriera de algún tipo de molestía, como si estuviese estreñida.
Daños colaterales. Es la estampa de una mujer sobrepasada por hechos terribles que le afectan de lleno sin tener responsabilidad alguna, por una tragedia llena de incompetentes que ni tan si quiera han tenido la dignidad de reconocer su inutilidad. No hay muertos que ahoguen ciertos egos, en política nunca.
Seguramente aquel día de finales de octubre, cuando aceptó reunirse con el Presidente de la Generalitat valenciana en un céntrico restaurante de la capital del Turia, no se imaginaba que consecuencias traería ese encuentro. Ríos de tinta elucubrando sobre el motivo de la reunión han corrido poniendo en tela de juició su dignidad, pintándola de ramera; reunión en la que supuestamente se le iba a ofrecer la dirección del canal de televisión autonómico; posiblemente pocos nombres se habrán mancillado más en estos doce meses que el de esta mujer. Hay síntomas de machismo brutales en esta acusación sin pruebas, sin que ninguna activista feminista haya salido en defensa de la interpelada, protegida por la presuncion de inocencia, esa que en este país no existe, tan dados como somos a alimentar juicios paralelos. Cuánta cobardía.
El peso de los 229 fallecidos es demasiado grande y se ha llevado por delante, no sólo la credibilidad y capacidad de algunos, sino que también, probablemente el futuro profesional de una persona que sólo cometió el error de estar en el sitio desgraciadamente equivocado.
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