Imposible no conmoverse.
Todas las miradas puestas en la techumbre de la Capilla Sixtina. Fieles y no fieles expectantes, miran el reloj, sabedores de que una nueva votación del colegio cardenalicio se está produciendo bajo la bóveda pictórica de Miguel Angel, culminada con un Cristo Pantócrator vehemente, presidiendo el Juicio Final.
Las cámaras enfocan la chimenea de metal que a juzgar por le buen estado que luce no parece la de otras veces. Todo tiene fecha de caducidad. De repente la imagen enfoca y se recrea en los quehaceres de una familia de gaviotas, que sobre las tejas a dos aguas, hacen arrumacos con el pico a una cría a la que alimentan de paso, que ya apunta un tamaño notable y un plumaje que empieza a ser denso y firme.
Hasta que la chimenea comienza a expulsar humo y es de color blanco.
Mientras que abajo el júbilo hace que los fieles se exalten y se preparen para asistir al ceremonial del Habemus Papam, momento en que el mundo conoce por primera vez al sucesor de San Pedro, la familia de pavanas zancudas huye despavorida en direcciones que son divergentes; mientras los padres se encaraman en lo más alto, el polluelo sigue dirección contraria y se refugia más abajo, con buen tino, alejando así las impregnaciones de un humo que antes procedía de la quema de las papeletas empleadas en la votación con paja seca y que ahora se produce con un cartucho bengala de fabricación industrial. Nuevos recursos para los efectos de siempre.
Se abre el balcón y León XIV se presenta ante el mundo. Mientras lo hace yo pienso en la familia de aves que sin quererlo, ha sido protagonista de uno de los espectáculos televisivos más seguidos del planeta. Hay minutos y minutos de fama y gloria, pero el de esta familia de aves es, sin duda insuperable. Para el recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario