Volveré al Aeropuerto de Barajas en algunas horas, aunque en esta ocasión, mi punto de destino es las T1.
No pasaré como la vez anterior por la T4, ni accederé a las salas de espera desde la zona de aparcamientos por esa entreplanta, especie de tierra de nadie, que está permanente repleta de personas que han utilizado un carrito de equipajes como soporte de sus ropas y enseres personales.
Son algo menos de quinientos, los que duermen en el aeropuerto desde hace meses. Muchos de ellos son madrileños censados en la capital y alguno incluso tiene trabajo, pero la falta de recursos suficientes para acceder a una vivienda, les ha empujado a vivir en las terminales. Antes se repartían por todo el complejo, desde hace unas semanas, alertados por la aparición de algunos casos de conflictividad, han sido concentrados en ese espacio de la última y más grande de las terminales.
Hay personas que están en el limbo, a la espera de que se solucione su petición de asilo político; hay gente muy mayor que apenas consigue levantarse a duras penas del suelo de mármol donde duermen cada noche. Algunos han quedado varados en las instalaciones y ante la imposibilidad de conseguir el dinero para comprar un pasaje de vuelta a su país de origen, deambulan de mala manera por los pasillos infinitos de aeródromo.
Somos personas, no somos fardos. Nadie pide que se les regale nada, pero si que se les de dignidad. Que se mire caso por caso y se facilite una solución para cada uno de ellos. No podemos tolerar que las administraciones hagan caso omiso o miren para otro lado, como hacen habitualmente.
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