Leyendo la entrevista a un reputado CEO de compañía automovilística, Luca de Meo, máximo responsable de Renault, destaca entre todas sus reflexiones sobremanera uno de sus comentarios:
“Hoy, uno de mis obreros no se puede comprar un coche nuevo, ni un Dacia”.
El aumento de precio de los vehículos, atenazados por las restricciones a fabricantes lanzadas por los gobiernos y el nuevo paradigma verde, con la tremebunda competencia del mercado chino, hace que comience a convertirse en un lujo para las clases menos acomodadas, a quienes antes bastaba con tener una nómina fija y un contrato estable para adquirir un coche, que sería mejor o peor en función del nivel de ahorros.
El coche que siempre fue visto como una conquista social, como una meta a alcanzar, sinónimo de estatus, ahora es un bien casi inalcanzable.
Tiempos confusos, tiempos difíciles; tiempos que ponen en entredicho lo que siempre fue un elemento simbólico de vital importancia en la sociedad: tener coche, junto a poseer una casa en propiedad; hoy por más que se quiera, para muchos bolsillos es una irrealidad.
Cambio de ciclo social con el que tienen que lidiar las nuevas generaciones, que han heredado un clima y contexto económico cambiante; eso cincelará nuevas mentalidades, capaces de desarrollar una tolerancia a la incertidumbre y a la precariedad mayores de las que podemos asimilar nosotros; tras muchas décadas de estado de bienestar, toca reinventarse en cierto modo, hacer borrón y cuenta nueva, hasta alcanzar un sistema de equilibrios que permita transitar por sendas más tranquilas y previsibles, aunque muy probablemente, eso no lo verán ya nuestros ojos, o tal vez sí. Nunca antes el devenir de la historia había caminado a tanta velocidad.
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