De vuelta a casa en tren. A partir de las nueve de la noche la afluencia de convoyes baja, al igual que la afluencia de público.
Mis pocos compañeros de viaje esta vez dormitan, quizá fruto del cansancio después de un larga jornada de trabajo. Me refugio en las páginas de mi libro cuando una voz en la otra punta del vagón, que paulatinamente se va haciendo más alta y nítida, llama mi atención.
- ¡Arepas, de pollo, de carne, recien hechas y calentitas!
Por su acento, percibo que la vendedora improvisada es latina, muy probablemente colombiana; lleva la comida que anuncia en una bolsa de plástico con asas. Repite el mensaje con voz monótona, sin demasiada conviccción. Al pasar por mi lado, un leve aroma a carne llega a mi nariz; efectivamente las arepas que porta no tienen mucho tiempo desde que se elaboraron. Continua su letanía de ventas sin detenerse, alejándose hacia la otra punta hasta que dejo de escucharla.
Pienso en cuantas cosas me han ofrecido en un tren de cercanías. Llaveros, libros de segunda mano, chupa chups y otros dulces, sin olvidarme de los que ofrecen su música, cantantes deambulantes y callejeros que a veces sorprenden por su bonita voz. No faltan los que no ofrecen nada y sólo piden dinero o comida para subsistir.
El transporte público es un hervidero de personas que viajan sin dejar de desplazarse, ofreciendo cosas para ganarse la vida.Es un mercado ambulante, sin plaza fija, que se desliza por las vías en la periferia.
Llego a mi estación con ganas de comer arepas. Ya que no sé hacerlas, aunque es muy fácil, me lo anotaré como posible plan de comidas para el fin de semana que está en ciernes. Nunca sabes dónde encontrarás un estímulo para hacer algo o donde buscar ideas para cuando tienes tiempo libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario