Voy a bajar al trastero, a buscar entre las cajas donde guardo papeles y periódicos mi título de licenciado universitario.
Está enmarcado y cuando tenía una casa más grande lucía en un lugar destacado colgado de la pared. No es para menos. Para conseguirlo invertí cinco años de mi vida, lo estudié en tres ciudades distintas, (Santiago de Compostela, Madrid y Milán), en tres facultades de universidades públicas de notable prestigio.
Esfuerzo y dinero, compensado con viajes, momentos de fiesta y decenas de personas que pasaron por mi vida en aquellos años y que me aportaron cosas que ahora afloran en mí y en mi forma de ser, incluso de pensar. Somos muchas cosas, lo que comemos, lo que leemos... También lo que nos relacionamos.
Estoy orgulloso y es uno de los príncipales logros e hitos de mi existencia. Lo luzco con orgullo y presumo de él siempre que tengo oportunidad.
Merece salir de su pequeño y seguro que temporal ostracismo por falta de espacio en el lugar en donde vivo. Más si cabe en estos días en que afloran tantos currículums inflados de gente que se dedica a la vida pública y que presume de lo que no tiene.
Tiene gracia que quien no lo tiene en su currículum, lo luzca y que quien se lo ha ganado a pulso lo mantenga recluido y oculto. Paradojas existenciales.