Adoro las palabras. Quien me conoce sabe que disfruto cuando llega a mis ojos u oídos un término nuevo, del que no conocía su existencia. Durante un tiempo lo tengo en mis manos, busco información de ella en internet para documentarme, saber su origen, en dónde se utiliza y en qué contexto, es como un pequeño juguete que me han dado y con el que disfruto pasando el tiempo.
Soy un degustador de vocablos. La palabra es mi pasión, vehículo de comunicación impagable; no hay nada más frustrante que querer expresa algo y no encontrar la palabra adecuada.
Pero no sólo disfruto con palabras de nuevo cuño, que llegan a mi de la forma más insospechada; en ocasiones el goce viene al conocer el sentido de otros términos que son bien conocidos y comunes y que tienen un significado específico en una actividad determinada.
El fin de semana pasado acompañé a dos buenos amigos, senderistas expertos, en una ruta por la sierra de Madrid. La idea de verse envuelto de paisajes boscosos salpicados de mojones de diferente tamaño y volumen de roca granítica, ayudaba a paliar el madrugón de un domingo y las dificultades de la ruta, siempre picando hacia arriba. Por senderos angostos, debidamente señalidos con las marcas habituales de recorrido GR o con esferas de colores, cada cierto tiempo aparecían pequeñas laderas que rebajaban las cuestas, ayudando a recuperar el resuello y a coger aire. Uno de mis cicerones llamaba a esos lugares mansos y la sola idea de asociar ese sonido dulce al hecho de sentir menos difucultad a la hora de articular el paso, convirtió a la palabra en una pequeña delicatessen. Mansos que se convertían en lenguas, cuando lo que pisábamos eran superficies de piedra con sentido descendente, creando una imagen en la mente lo suficientemente sólida como para entender por qué las llamaba así.
Lenguas y mansos. Lenguaje de montaña. Plasticidad pura. Deleite absoluto. Henchido de alegría y de satisfacción por incorporar nuevos términos a mi vocabulario habitual, completé la hazaña de terminar la ruta circular, de muchos kilómetros y muchos metros de altura. La cerveza de después me supo a gloria, pero nada comparado con la vitalidad y alegría que me traje conmigo en la vuelta a casa, con todo vivido, sentido y aprendido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario