Comienzo mi baño, en esta ocasión mañanero, una alteración en mi mapa higiénico que ha adoptado la ducha nocturna como norma de un tiempo a esta parte.
Se acumulan varios botes de champú y acondicionador en el estante accesorio donde los deposito; como siempre dudo cuál coger y esta vez me decanto por uno con PH neutro del que gusto hace años. Mañana puede que sea el de una marca deportiva, o simplemente el gel de baño del supermercado. Higiene aleatoria.
Percibo que pesa cada vez menos, que tiene menos de la mitad, hago el gesto de calibrar el peso de los otros recipientes y están igual. Todos a medias, ninguno se termina.
Es entonces cuando me surge esa especie de impaciencia rara y extraña que vivo también con los bolígrafos, a los que controlo la bajada de la tinta en la cánula transparente. Cuando la marca negra ya no es visible, escribo esperando el momento en que la punta con su bola dejen de deslizarse por falta de líquido que las complemente.
Impaciencia por dejar las cosas a medias. Siempre he sido de disfrutar con la ruta, de cada paso y de cada momento, pero una vida sin terminaciones, sin llegadas a buen puerto es un elemento desequilibrador. Empezar y terminar, completar el círculo. Una necesidad, aunque sea de cuando en cuando.
Si caminante, sí hay camino; el que está en la cabeza, antes de que se haga realidad, al andar, ( con permiso de don Antonio).
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