Acaban de enviarme un video de los muchos que se publican en redes sociales y lo que en él se cuenta es muy cierto. Da una proyección fidedigna en apenas un par de minutos de lo que es la Semana Santa en España.
La llaman semana de pasión, de recogimiento y duelo, pero a tenor de lo que se puede ver en las calles, es una fiesta en toda regla. Semana de gastos inmensos, de ingestas pantagruélicas, de ocio y esparcimiento, en donde la principal preocupación consiste en mirar al cielo y rezar para que no llueva.
Como otras veces, he salido de casa y he pasado estos días en uno de los centros neurálgicos de esta celebración, Málaga, con una ciudad abarrotada de público, con hoteles y apartamentos turísticos llenos a rebosar y con toda su red de servicios al límite de su capacidad productiva.
Buenos tiempos para la Costa del Sol; a las lluvias de las semanas pasadas que aseguran el suministro del preciado líquido para la campaña de verano, se suman ahora los pingües beneficios de la semana religiosa.
Yo por mi parte, como buen mochuelo, tal y como dice el refrán, regresaré mañana a mi olivo de la meseta, contento de haber mantenido a raya mi dieta, sin cometer excesos en forma de comilonas o excesos de alcohol. Puede que hoy coma la primera torrija, el postre tradicional de Pascua en buena parte del país, junto a las monas, los buñuelos o los huesecillos de santo, por citar algunos de los más conocidos. Será la única tradición que cumpla de una celebración que me es cada vez más ajena.
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