Consulto las novedades. Encuentro varios títulos sugerentes y los anoto. Pasan a formar parte de la lista virtual. Por comodidad luego saco una foto y la llevo en el móvil conmigo. Cuando se tercie que pase por una librería, alguno de los títulos allí expuestos se vendrá conmigo a casa.
Por qué interesarse por otros libros, comprarlos incluso, si se tienen en lista de espera otros tantos títulos, que esperan a ser leídos.
Lo llaman el síndrome de tsundoku, consistente en el pacer de acumular libros en casa, con la intención de leerlos en alguú momento futuro.
Lo reconozco,me identifico con ello, siento que soy adicto. Pero hay un elemento mencionado en la sintomatología de este síndrome que no comparto, aquel que dice que son libros sobre los que se deposita una expectativa pero que no se leerán jamás.
En mi caso no es cierto. Ningún título duerme el sueño de los justos en mis estanterías. Todos sin excepción antes o después son consumidos. Otra cosa son los tempos, cuando y por qué se leen y en eso inciden mucho las circuntacias, personales y sobrevenidas del entorno. Cada trabajo tiene su momento, su razón de ser, requiere de su nivel de concentración, su oportunidad. He tenido libros que han pasado años en casa, que he leido con el paso del tiempo.
Porque era cuando tocaba. Cuando se lee algo que está vivo, se comparte, se disfruta y se desgrana cuando llega su momento, nunca antes.
Así funciona.
Hay detrás del lector una filosofía existencial que no casa con el utilitarismo reinante, ese que busca razones para todo, con inmediatez. ¿Por qué si se compra ahora, ha de leerse ahora? Para quien lea esto y tenga a bien reflexionar y guste de extrapolar. Todo está más entrelazado de lo que parece.
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